jueves, 19 de septiembre de 2013

¿Quién engaña a los inmigrantes?


Cruzan a nado el espigón de El Tarajal en Ceuta o tumban la doble y elevada valla de Melilla con orquestados saltos acrobáticos. Consiguen pasar y al día siguiente sus caras de alegría aparecen en las primeras páginas de los periódicos dibujando triunfales signos de la victoria con sus dedos magullados. En la tele compruebo extrañado su alborozo y en la radio escucho, desconcertado, sus cánticos: "Oé, oé, oé, viva España"... Me cuesta entenderlo.

Hace cinco-diez años, cuando me dedicaba a contar estas historias para los informativos de la tele, yo hablaba con ellos en los CETIs (Centros de Internamiento Temporal de Inmigrantes) de Ceuta o Melilla, o en los puertos de Tarifa, Motril o Almería y creía entenderlos. Los infiernos de donde venían les impelían a jugarse la vida y apostar por gastarla, en caso de sobrevivir, en la que ellos consideraban prometedora tierra de leche y miel. Alguien los ha engañado, pensaba yo ya por aquel entonces, pero aún así los entendía.

Quizás no era engañados, sino encandilados como tomaban la decisión de lanzarse a la aventura. Me consta que muchos habían forjado sus sueños de futuro viendo los canales españoles de televisión y el mundo irreal que transmitían muchos programas de hace años (casa bonitas, calles llenas de gente con ropa atractiva, mercados atiborrados de alimentos de calidad, cocineros recomendando recetas de ensueño, campos de fútbol con el césped sembrado de jovenzuelos millonarios…)

Pero a estas alturas no lo entiendo. Ahora, en la televisión, aunque continúa hablándose de los pornográficos salarios de algunos futbolistas también se habla, y mucho, de crisis; se cuentan historias de familias españolas que lo pasan muy mal para poder comer; se cuenta cómo crece el paro cada mes, cómo hay mucho inmigrante que ha elegido volver a malvivir en su país en lugar de hacerlo aquí; también se cuenta cómo le quitan las casas a quienes no pueden pagar la hipoteca y cómo hay quien acaba con su vida por no ser capaz de afrontar tanta adversidad.

Tiene que ser muy grande su infierno para que, si saben lo que está pasando, celebren llegar aquí como lo hacen. Quiero pensar que les faltan datos o que la desesperación les hace confiar a ciegas en quienes les engañan. No creo que sea la tele. No creo que sea el ministro Montoro proclamando triunfal que “España va a asombrar al mundo muy pronto” quien los seduzca, tampoco creo que les motive la bajada de la prima de riesgo o la venta de optimismo al por mayor de un gobierno instalado en la negación de todas las evidencias hasta el punto de conseguir desesperar incluso a sus más fervientes incondicionales.

Muchos de los inmigrantes que yo conocí en los CETIs fueron repatriados o sobreviven vendiendo cedés piratas por los bares, o pañuelos en los semáforos de media España. Han asumido ya que esa va a ser su vida. Son pocos los que trabajan de manera regular, los que han podido organizarse con trabajos que les permiten tener bicicleta, piso barato compartido con media docena de compatriotas y, en casos excepcionales, coche de decimotercera mano. Eso tras nueve horas de extenuante faena bajo los plásticos de invernaderos caldeados. Horas  pagadas a precio de infamia merced a esa reforma laboral de la que tanto se pavonean Báñez, Soraya SS y compañía.

No creo que quien se juega la vida y paga además un dinero a las mafias para llegar hasta aquí aspire a esa vida de explotación, miseria e incertidumbre. Tampoco pienso que hayan ni oído hablar de esa entelequia llamada Eurovegas ni de sus presumibles decenas de miles de puestos de trabajo, un mafioso proyecto que cada día que pasa tienen más pinta de acabar yéndose al carajo.

Parece de coña que nuestros hijos escapen hacia el norte ante la falta de expectativas en nuestro país, y los jóvenes de más al sur peguen saltos de alegría cuando consiguen llegar hasta aquí. ¿Cómo ha de ser su miseria para que esto les parezca jauja?

Del norte -todavía- nos visitan viejos jubilados en busca de sol, de luz, de buen clima. Del sur, jóvenes fibrosos que temen morirse de inactividad y malnutrición si se quedan en su tierra. Y nosotros, aquí en medio, en un país triturado y desguazado durante años por sinvergüenzas y desaprensivos, pero un país cuyas apariencias parece que aún consiguen "dar el pego". Somos como esos estirados y dadivosos aristócratas venidos a menos que aguantan durante tanto tiempo el tipo disimulando su miseria que, cuando se arruinan del todo y necesitan que alguien les ayude, entonces ya nadie les cree.

J.T.


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