Los plenos del parlamento andaluz se celebran en una antigua iglesia de cruz latina situada en el interior del antiguo y emblemático “Hospital de la Sangre” de Sevilla, también conocido como el “Hospital de las Cinco Llagas”. Tela con los nombrecitos. Allí, desde el 28 de febrero de 1992, y si nos situamos en la entrada principal, los parlamentarios del pp utilizan para dirigirse a sus escaños la puerta lateral izquierda, mientras que los del psoe e izquierda unida suelen usar la de la derecha, en el ala este.
El hospital se diseñó para que entrara mucho sol y corriera todo el aire que pudiera ayudar a sobrevivir a los tísicos del siglo XVI. Desde que fue rehabilitado y se convirtió en sede del Parlamento andaluz, el patio del ala este del Hospital de la Sangre ha sido siempre el patio del poder y, en consecuencia, el foco de atención de todos los que nos solemos dedicar a buscar la foto o la declaración más inmediata.
Allí hemos perseguido durante años a Chaves, siempre adherido a sus inseparables Pizarro y Zarrías, y desde 2009 hemos podido observar, por dos veces en ese patio, cómo Pepe Griñán se movía nervioso durante los dos procesos de investidura que le ha tocado vivir mientras recibía, abrumado, besos y abrazos de todo el mundo. En ese mismo patio estaba hoy el dimitido presidente acompañado únicamente por Mariate, su mujer, cuando nos hemos saludado. He creído notar en su cara una inequívoca expresión de alivio ya, la de alguien que se quita un enorme peso de encima. Creo que Griñán se va encantado de la vida pero este miércoles, cuando concidí con él a la salida del discurso de Susana estaba un pelín emocionado.
Mientras conversaba conmigo y con algunos compañeros que se fueron incorporando, no pude evitar una, digamos, extraña asociación de ideas (quizás no tanta sí tenemos en cuenta que estábamos al lado de una antigua iglesia con 400 años de historia) y me vinieron a la mente, salvando las distancias, las estruendosas palabras de Tarsicio Bertone, el cardenal que el próximo 15 de octubre dejará de ser el número dos del Vaticano cuando el otro día explicó sus tribulaciones de los últimos años: “Me atacó una red de cuervos y víboras”, dijo
No pude evitar, digo, asociar ideas mientras Griñán continuaba hablándonos ni preguntarme, en este premonitorio hospital de la sangre y de las cinco llagas, cuántos cuervos y cuántas víboras habrán sido los que han conseguido acabar con la paciencia y la capacidad de resistencia de un hombre que lleva en la política la mayor parte de su vida pero que siempre, desde que fuera ministro de Felipe González e incluso antes, nos dio a muchos la impresión de que estaba de paso y que se marcharía al día siguiente.
Hoy su inminente sucesora le ha rendido pleitesía durante el discurso de investidura y sus compañeros le han dedicado un fuerte aplauso. Pero al salir ha podido comprobar cómo esta vez, en el ala este del parlamento andaluz, los focos se desentendían de él y acudían en tromba varios metros más allá, donde la próxima presidenta conseguía avanzar a duras penas entre enfervorizados parabienes, besos, abrazos y achuchones varios de avezados profesionales del peloteo.
Un par de horas antes, en la cafetería del edificio, el presidente saliente y su mujer habían entrado a tomarse un café acompañados por tres miembros de su gabinete y por Mario Jiménez, su segundo en el psoe andaluz, formación de la que Griñán continuará siendo secretario general.
- No le haces ninguna foto? le pregunto al amigo fotógrafo con el que estaba yo desayunando.
- Para qué, me contestó. Ahora Griñán ya no es nadie.
- Para qué, me contestó. Ahora Griñán ya no es nadie.
J.T.
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