El poderoso nunca quiere que el común de los mortales esté bien informado. La ignorancia es rentable y por eso los ricos invierten siempre en fomentarla, tanto si están en el poder como si no. A partir del próximo día 20 de enero, los ricos ya no moverán los hilos de la desinformación desde la trastienda sino que lo harán a cara descubierta y con el mayor de los desahogos. Elon Musk, la persona más acaudalada del mundo, mano derecha del inquietante Donald Trump, tendrá carta blanca para infestar el planeta de bulos más de lo que ya lo ha hecho. Desde que adquirió twitter, se ha dedicado a despejar un camino que estos días ha rematado con la presión explícita al dueño de Facebook e Instagram para que “se deje de tonterías” y renuncie a verificar lo que escriben sus usuarios. Y Mark Zuckerberg, que tampoco es que sea precisamente un adalid de la lucha contra las mentiras en redes, ha tragado. En nombre de la libertad de expresión, ¡viva el caos!
Ya no les basta con manipular, deformar u ocultar información. Ahora Musk, Trump, Zuckerberg, Bezos y demás plutócratas nos van a mentir ya sin límites y en tiempo real. Un ejército de desaprensivos a su servicio podrá campar a sus anchas en las redes sin miedo a ser frenados ni amonestados. Esas redes que iban a servir para informarnos mejor, para aumentar las posibilidades de hacer buenas crónicas y mejores reportajes, se han propuesto matar el periodismo. La Historia, tal como la conocemos, suele estar escrita por los vencedores. Solo cuando estos dejan algo sin destruir, no queman documentos suficientes o se les escapa vivo algún testigo, los investigadores pueden llegar a evidenciar alguna falsedad. A partir de ahora nos van a mentir, cada minuto y sin pudor, sobre la realidad misma que percibimos, ¿a quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?, que diría Groucho Marx.
Para plantar cara a esta ofensiva, Diario Red apostaba en uno de sus editoriales recientes por la creación de una red social pública bajo control democrático. “Del mismo modo, decían, que en casi todos los países desarrollados, el sistema de medios de comunicación privados bajo control corporativo convive y compite con televisiones y radios de titularidad pública, nada impide que un estado —o una confederación de estados, como la Unión Europea— dediquen sus recursos y sus capacidades a poner en marcha una red social también pública”. No deja de ser una idea, pero me temo que se “olvidan” de un pequeño detalle: si no existe en el mundo ningún gobierno cuyo objetivo no sea manipular y controlar los medios públicos, ¿qué no harán cuando puedan meter su manos hasta el fondo en una red social pública?
Mientras tanto, tipos como Musk nos van comiendo la tostada al tiempo que fomentan el odio, la violencia y el racismo por el mundo entero. Varios directores de medios han dado estos días la voz de alarma ante la hipócrita explicación de Zuckerberg para dejar de verificar lo que sus usuarios escriben en las redes de Meta. Virginia P. Alonso, nuestra directora, diseccionaba y dejaba en evidencia el pasado jueves el video-justificación del fundador de Facebook, “posiblemente uno de los mejores ejemplos recientes de tergiversación del lenguaje en esta era de posverdad y autocracia”. Jordi Juan, director de La Vanguardia, reclamaba la necesidad de no perder el foco, de no olvidar jamás que las noticias deben aparecer siempre verificadas, jerarquizadas, evaluadas y no pueden ser –o, mejor dicho, no deberían ser– falsas o inventadas”. Marius Carol por su parte nos ha recordado que “frenar, señalar o advertir de un bulo no es censura, sino sentido de la responsabilidad. No vale decir que una democracia es un sistema en que la libertad de opinión se antepone al establecimiento de la verdad, sobre todo cuando vemos que este argumento está sirviendo para desgastar las democracias liberales y para respaldar a las fuerzas de extrema derecha”. Hasta The New York Times le ha sugerido hace poco a Europa una reacción para frenar las veleidades expansionistas de Trump y el descarado apoyo de Musk a los fascismos en el viejo continente.
Es un hecho que, a día de hoy, el margen para adquirir criterio propio se nos va quedando cada vez más cortito, si es que nos queda alguno. La verdad habrá que buscarla con lupa y costará encontrarla porque cada vez serán menos los medios con dinero suficiente para invertir en investigación, en reporteros que viajen a los sitios donde pasan las cosas y cuenten sin filtros todo lo que presencian. Eso siempre que exista voluntad política por parte de algún medio para propiciarlo. Pepa Bueno, directora de El País, apuntaba optimista en su columna de La Ser el pasado viernes que quizás la ausencia de verificación en las redes sociales podría dejar de confundir a la gente que, hastiada, volvería a buscar el verdadero periodismo en los pocos lugares donde todavía permanece vivo.
Si como reza el dicho, la primera víctima de una guerra es la verdad, igual cabe concluir que estamos viviendo ya toda una guerra en lo que a la manera de entender la información se refiere. Pues si es así, vayamos a ello: contra Musk y Trump, periodismo. O mejor dicho: Periodismo. Así, con mayúsculas.
J.T.
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