sábado, 21 de octubre de 2023

La voz de Ione Belarra


Tristes tiempos estos, en los que la voz de la cordura llega a parecer una osadía. Oigo a Ione Belarra (cuando en alguna tele se dignan darle voz), leo sus reflexiones y sus denuncias en twitter y me siento aliviado; compruebo que no estoy tan loco como creo, que lo que pienso hay alguien en la política, alguien con altavoz público que lo dice y lo escribe. Parece mentira que existan tan pocas voces como la suya, una de las pocas que clama en el desierto; una voz que, apenas abre la boca, no faltan los dispuestos (y dispuestas) a tirársele en tromba a la yugular. Hasta que van pasando los días y se va comprobando que aquello que denunciaba la secretaria general de Podemos estaba cargado de razón, puro sentido común. 

El pasado 20 de agosto fue la voz de Ione Belarra, junto a las de Irene Montero y Pablo Echenique, la que se alzó en las redes para denunciar el beso sin consentimiento de Luis Rubiales a Jenni Hermoso y exigir que la violencia sexual contra las mujeres debe terminar. “Violencia sexual, ha dicho violencia sexual”, y el universo mediático al completo se rasgó las vestiduras llamando de todo tanto a ella como a sus compañeros de formación, “unos radicales de izquierdas que cada vez pintan menos y no saben qué hacer para llamar la atención”. Pues menos mal que pintan poco. 

No tuvieron que pasar muchos días para que cambiara el cuento, para que se empezara a admitir que Podemos, con su secretaria general al frente, había colocado el foco en el punto exacto, para que se reconociera que buena parte de quienes a primera hora pusieron el grito en el cielo empezaran a recoger velas y admitir que la voz de Belarra denunciando el comportamiento del presidente de la federación de fútbol estaba cargada de razón. 

Si tiene que calificar de capitalismo despiadado las prácticas de algún que otro supermercado, Belarra lo hace; tampoco en esto parece que le falte mucha razón, ¿verdad? Diga lo que diga, siempre hay alguien que se lleva las manos a la cabeza gesticulando escandalizado. O escandalizada. Como cuando reclamó un tope para el precio del gas para bajar así la factura de la luz, que algunos de sus compañeros socialistas de gobierno la miraron como diciendo estás loca para poco después acordar con Portugal establecer ese tope en 30 euros al mes.  

“Lo más difícil es defender la paz durante la guerra”, escribió al poco de comenzar el conflicto de Ucrania, provocando acto seguido el cabreo de Margarita Robles, compañera de gabinete con la que no parece encontrar buena sintonía. No digamos ya cuando, a propósito de la espantosa tragedia que se vive estos días en Palestina, expresa sin matices que Israel está llevando a cabo un genocidio planificado y, en consecuencia, hay que suspender relaciones diplomáticas ese país y llevar a Netanyahu ante el Tribunal Penal Internacional. Además de aplicar sanciones ejemplares contra el primer ministro israelí y su titular de Defensa entre otros miembros de su gobierno. 

“Eso es alimentar los conflictos”, proclama sin que vergüenza alguna ese perejil de todas las salsas llamado Felipe González. Ahí queda eso. “Eso es antisemitismo”, remata un González Pons (PP) que nunca se atrevería a decir que condenar el atentado de Hamás es islamofobia. “La posición del ejecutivo la fija el presidente”, exclaman en estéreo Félix Bolaños y José Manuel Albares. “El PSOE tiene muchas dificultades para entender que este es un Gobierno de coalición y que por tanto no solo el PSOE habla en nombre del Gobierno”, explica Ione Belarra de la manera más pedagógica que puede, con tranquilidad pero con contundencia, cada vez que es interpelada por sus denuncias y exigencias, esas que ponen de los nervios a personajes de toda condición, como ocurrió hace pocos días con algún insigne cocinero, de esos que le echan a la vida más cuento que condimentos.  

Pasará como con tantas cosas ha pasado ya: acabarán dándole a la razón a Belarra. Porque la tiene. Porque lo que dice la secretaria general de Podemos suelen ser de sentido común y porque llamar a las cosas por su nombre es el primer paso para resolverlas. Se agradece que quien las diga sea una ministra de un gobierno de la Unión Europea, la secretaria general de un partido que está en el Gobierno, que a su vez es una de las cinco diputadas integradas en Sumar, cinco votos fundamentales para la investidura de Pedro Sánchez y tan decisivos como los de cualquier otra formación política. 

No es una voz cualquiera la voz de Ione Belarra. Cómo se agradece escucharla.  

J.T.

sábado, 14 de octubre de 2023

El PP en el mundo de los bulos


Ya sabemos el truco: soltemos cualquier barbaridad, que ya veremos cómo viene alguien del PP, la hace suya y acto seguido la reproduce por cuanta red social exista en el universo cibernético. Sobre todo si con ello cree que puede perjudicar la formación de un Gobierno de coalición. El pendenciero Rafael Hernando (¿qué hemos hecho en Almería para tener que sufrir semejante personaje como cunero en las listas de nuestra provincia?) viene practicando esa costumbre desde tiempos inmemoriales: insultos, desafíos y sobre todo mentiras puras y duras esparcidas a los cuatro vientos. Lo descabalgaron a segundo plano, pero en el sanedrín de Feijóo, empezando por Feijóo mismo, contamos con unos cuantos buenos ejemplares dispuestos a continuar por esa linde. 

Ahí tenemos sin ir más lejos al mosquita muerta de Borja Sémper, rivalizando con la rabiosa Cuca Gamarra a ver quién la suelta más gorda. Si la todavía secretaria general del partido se comió con patatas un bulo en el que se daba pábulo a una inexistente reunión de Puigdemont con dos ministros del Gobierno en la embajada colombiana de Bruselas, el aún emergente Borja Sémper se aprestó a propagar una presunta decapitación de cuarenta bebés israelíes por parte de Hamás, algo que el propio ejército israelí no tardó en desmentir. De esto último también se hizo eco la frentista Ayuso pero la presidenta madrileña no cuenta, dado que vive instalada en el desafuero permanente desde el principio de los tiempos. 

No entiendo nada: Si el PP es un partido con tanto arraigo, con tanto incondicional dispuesto a votarlo, con tanta implantación en cada pueblo por pequeño que sea… ¿qué ventajas creen que obtienen actuando de un manera tan torpe? ¿cómo es posible que sus cabezas visibles apuesten tanto por el ridículo? ¿no saben hacer su trabajo, o de verdad cuentan con sondeos internos que les instan a actuar así? Si tienen tanto voto asegurado, ¿qué les hace pensar que los que le faltan para conseguir gobernar solo pueden obtenerlos haciendo el gamberro, mintiendo, poniéndonos a todos de los nervios, estresando el parlamento y la vida ciudadana, alineándose con los ultras sin necesidad… ¿O tienen necesidad? 

Me imagino a buen número de votantes del PP llevándose las manos a la cabeza cada vez que les escuchan una barbaridad, cada vez que sus representantes en el parlamento dejan constancia de su analfabetismo o de su desconsideración hacia la inteligencia de los demás. Como el mismísimo líder, metiendo la pata hasta el corvejón cada vez que acude a ser entrevistado en Onda Cero, y eso que ahí juega en su campo. Una de las más recientes, admitir sin complejos que su pacto con los ultras en Valencia o Extremadura, con tal de no repetir elecciones en esas comunidades, le pudo costar diez diputados en las elecciones generales; es decir, la diferencia entre estar ahora sentado en Moncloa o no. 

Tantas muestras de escandaloso desenfado producen, además del inevitable asombro, mucha vergüenza ajena. Como cuando confunde la isla de La Palma con la ciudad de Palma en la isla de Mallorca, o cuando sitúa poblaciones de Extremadura en Andalucía. La gente desahogada no pierde el tiempo en estudiar, ¿para qué? Le echa cara a la vida y con eso tira palante. Con un “nadie es perfecto” lo solventa todo. En las redacciones adictas ya se encargan de silenciar lo más posible sus meteduras de pata, aunque a veces se las ven y se las desean para sacar algún párrafo decente que difundir. Me consta que muchos no saben dónde meterse cada vez que el augusto líder suelta un sinsentido y se ven obligados a esconder los cortes donde hace el ridículo nacional e internacional. Menos mal que no sabe inglés.  

Dudo mucho que sepa qué es exactamente la franja de Gaza, o la diferencia entre Hamás y Al Fatah. Me gustaría verlo hablando en directo de los países con los que limita Israel o en qué consistió la guerra de los Seis Días, por ejemplo. Pero le da igual: para lo que él necesita usar el espantoso conflicto de Oriente Medio ya le vale con la brocha gorda, con seguir la línea del sionismo oficial y de papá Biden. Los israelíes son los buenos; los palestinos los malos, y en España hay partidos del gobierno que no condenan los ataques palestinos ni los llaman terrorismo todo lo que él o Borja Sémper quieren ¡Viva el vino! 

Y de pedir adelanto electoral una y otra vez, ¿qué me dicen? Tanto raca-raca no puede ser ya ignorancia de la legislación vigente. Alguien le ha tenido que decir alguna vez a Feijóo (aunque ya sabemos que un César rodeado de pelotas pierde la perspectiva) que no está en manos del presidente en funciones convocar elecciones, sino que hay que respetar los tiempos marcados en la Constitución y solo se pondrá en marcha repetir si llegamos al 27 de noviembre sin que haya presidente. Pues nada, ahí andan con el erre que erre, empeñados todos en superar al Paco Martínez Soria de sus mejores tiempos. 

Suelta un bulo, que picarán siempre. Tan instalados como están en el despropósito, no me extrañaría que un día de estos acabaran reproduciendo y comentando los titulares de El Mundo Today si con ello pensaran que desgastan el proyecto de Gobierno de coalición. Los ultras de Vox al menos se preocupan por inventar sus propias mentiras. En el PP, si exceptuamos al gurú que le escribe los despropósitos a Ayuso, hasta para eso carecen de imaginación.  

J.T. 

lunes, 9 de octubre de 2023

Quieren asustarnos, pero no lo conseguirán


Reconocidos colegas mantienen estos días que estamos viviendo tiempos peligrosos. Que tanta irritación, tanta grosería y tanto revuelo en las calles por parte de las derechas no presagia nada bueno. No digo que esto no pueda ser así, pero también creo que existe un cierto aire de performance en esas actuaciones, en esas puestas en escena. 

Si sale adelante el Gobierno de coalición, las derechas vivirán un tiempo sin poder trincar como a ellas les gustaría (en el fondo todo acaba siendo cuestión de dinero), pero aún así el bipartidismo tiene razones para concluir que, pasito a pasito, va ganando batallas. Haber conseguido relegar a Podemos e intentar despojar de relevancia a esta formación política es una de ellas ¿Catalunya? Yo creo que les preocupa menos de lo que dicen porque en el fondo, piensan, los nacionalismos son de derechas y al final entre ellos siempre acaban entendiéndose.  

Los principales actores del posible Gobierno de coalición, PSOE y Sumar, no se cansan de emitir señales hablando de estabilidad, de ausencia de ruido, de su apuesta por gestionar desde el “vamos a llevarnos todos bien”. Esto, por mucho jaleo que monten las derechas con lo de la amnistía y el se rompe España cala en la ciudadanía media. En la derecha lo saben porque, con Podemos de momento en una leve esquinita del tablero, socialistas y populares juegan al mismo juego, la recuperación del bipartidismo ¿Abascal y Yolanda? Meros comparsas. 

El bipartidismo está empeñado en cerrar un ciclo de casi diez años en el que, tras constatar cómo peligraba su chiringuito de décadas, se puso manos a la obra sin perder un minuto. Entendieron que Podemos había dado con la tecla para desenmascarar sus tejemanejes, que su mensaje calaba hasta tal punto que Pedro Sánchez ganó las primarias con las que resucitó a la vida política asumiendo parte del discurso de Podemos. Hasta las más díscolas vacas sagradas del PSOE saben, por mucho que pataleen, que eso salvó a su partido, que consiguió librarse del sorpasso de milagro. 

Podemos logró sintonizar con la sensibilidad y las preocupaciones de un importante porcentaje de la población, decía y dice cosas que mucha gente piensa pero nadie expresa con claridad, emitía y emite diagnósticos acertados, además de proponer soluciones y medidas que se demostraban eficaces a pesar de las resistencias previas con las que siempre se encontraron. Un peligro manifiesto. 

La tarea a la que se pusieron policía, jueces y medios de comunicación es bien conocida: había que conseguir que quienes resultaban beneficiados por las políticas que propugnaba Podemos, es decir, la mayoría de la población, acabara tratando como enemigos justo a quienes se preocupaban por mejorar sus vidas. ¿Tertulianos (por lo menos en los medios públicos) que denunciaran esta situación? Ni por asomos. Cuando Podemos llegó al gobierno, las tertulias de tve continuaron siempre atestadas de periodistas de La Razón, El Mundo, ABC o El Confidencial, derecha pura, solo de vez en cuando alguna excepción.  

Los machacaron vivos hasta intentar diluirlos en Sumar y ahora Pedro y Yolanda se dedican a repartir sonrisas y buen rollo para tranquilizar a los preocupados con el ruido al tiempo que repiten sin parar viva la estabilidad, viva la moderación. Por eso la indignación de las derechas me parece pura performance. Abascal ya ha hecho su trabajo como en su día lo hiciera Albert Rivera, ya está amortizado y él lo sabe, por mucho que todavía se permita amenazar desde la mismísima tribuna del Congreso de los Diputados. Serán unas semanas duras porque lo de la amnistía hay que meterlo con calzador, pero el resultado parece claro. Que no se preocupen las viejas glorias socialistas, que sus miserias seguirán sin salir a la luz.  

No nos despistemos con las maniobras de distracción. Tampoco debemos asustarnos ni asumir que vienen tiempos “peligrosos”, por mucho que los ultras se empeñen. Habrá Gobierno de coalición porque ya les gustaría a quienes lo van a componer ser tan feroces como los pintan. Puede pues que el bipartidismo consiga dejar vacío por un tiempo el campo de la izquierda en las instituciones, pero los postulados que defiende Podemos continúan más vivos que nunca, así como las razones por las que nació. 

Tragar en nombre de la moderación y de la tranquilidad no vaya a ser que se enfaden los “supercicutas” es solo postergar los problemas, pero no solucionarlos. Y la política es solucionar problemas, no asustar a quienes los tienen para que se conformen con las migajas. 

J.T.

lunes, 2 de octubre de 2023

Pedro Sánchez y el soberanismo catalán

28 de diciembre de 2015. En plenas fiestas de invierno, entre Nochebuena y Año Nuevo, el Comité federal del PSOE se reúne en Ferraz y decide prohibir a Pedro Sánchez iniciar contactos con Podemos para formar gobierno a menos que este partido recién nacido, y que acaba de obtener 69 escaños, renuncie expresamente a defender un referéndum independentista para Catalunya. Las elecciones habían sido ocho días antes, el domingo 20, y el resultado dejaba claro que los ciudadanos de este país habíamos decidido jubilar al bipartidismo que nos había estado gobernando durante casi cuatro décadas.  

Las elecciones las había ganado el PP de Mariano Rajoy con 123 diputados, el PSOE había conseguido 90 y Ciudadanos, formación modelada por el empresariado para frenar tanto a Podemos como al soberanismo catalán, logró alcanzar 40 escaños. El diario El País, en manos de Antonio Caño, el peor director que el rotativo ha tenido en su historia, regalaba a la derecha cada día portadas beligerantes con Podemos y Catalunya, con Pablo Iglesias y Artur Mas (Carlos Puigdemont ni siquiera había saltado al ruedo aún), que competían en cuanto a ensañamiento con los diarios de cabecera de la derecha de toda la vida. 

Todavía obediente en aquel entonces con sus “mayores”, y haciendo gala de la mentalidad práctica que lo adorna, el secretario general socialista pactó con Ciudadanos primero y luego le ofreció a Podemos sumarse para completar la mayoría absoluta siempre y cuando, claro estaba, Iglesias y los suyos dejaran de lado su apuesta por el derecho a decidir de la ciudadanía catalana. Resultado: repetición de elecciones tras la investidura fallida de Sánchez y renuncia de Rajoy a presentarse porque siempre admitió que no contaba con los apoyos suficientes. 

La convocatoria del 26 de junio de 2016 cambió poco las cosas: el PP obtuvo 137 escaños, -¿les suena la cifra?-, el PSOE bajó hasta 85, Podemos llegó a 71 con IU y Ciudadanos perdió 8, pero aún tenía 32. Verano terrible aquel en el que no se llegó a ningún acuerdo. Sánchez se negaba a apoyar a Rajoy y su partido lo echó en un golpe de estado interno perpetrado el primero de octubre. Tras elegir una comisión gestora, el socialismo “de toda la vida” decidió abstenerse para que Rajoy pudiera gobernar. 

Lo que sigue quizás lo recordemos mejor, porque está algo más cerca en el tiempo: en 2017 Sánchez volvió a presentarse a secretario general de su partido, le ganó las primarias a Susana Díaz y Rajoy, que no supo o no quiso rebajar la tensión en el conflicto catalán, se encontró primero con un referéndum y más tarde con el presidente de la Generalitat en el extranjero. Aplicó el 155 y buena parte del gobierno autonómico fue encarcelado. 

Al poco tiempo se descubrió, mire usted por dónde, que tal como estaba configurada la correlación de fuerzas en el Congreso de los Diputados, los números daban para una moción de censura encabezada por Sánchez. Podemos y los soberanistas catalanes se pusieron a ello y Rajoy fue desalojado. A partir de ese momento, las derechas se confabulaban para combatir a sus principales demonios: Podemos y Catalunya, Catalunya y Podemos; Iglesias y Puigdemont, Puigdemont e Iglesias.  

Hay que reconocer que el bipartidismo sabe defenderse, que tiene recursos y apoyos que los hacen incombustibles: dinero a espuertas, el noventa por ciento de los medios y una acreditada falta de escrúpulos. Pero, a menos que triunfara un golpe de estado y cayéramos en el involucionismo por el que ahora trabajan sobre todo los fascistas de Vox, pero no solo ellos, no tienen manera de evitar que las aspiraciones de un amplio porcentaje de la ciudadanía tengan su reflejo en los resultados electorales, como sucedió el pasado 23 de julio. Y si los resultados son los que son, es porque la gente piensa como piensa aunque haya quien se empeñe en que dejen de pensar como lo hacen.  

Demonizar a Podemos está demostrado que no funciona, por muy hibernada que ahora parezca esta formación política, que tampoco lo está tanto. No funciona porque lo que hay detrás son ideas, propósitos y una manera de entender la vida que el bipartidismo se empeña en ningunear. El enfrentamiento con los partidos nacionalistas tampoco parece resultarles demasiado útil porque sus representantes en el parlamento de la nación están respaldados por millones de ciudadanos que gozan de los mismos derechos que quienes se empeñan en patrimonializar su idea de España una, grande y libre.  

Desde 2015 estamos en las mismas. Desde aquel día de los Inocentes en que El PSOE le impidió a Sánchez pactar con Podemos si estos se empeñaban en respaldar el derecho a decidir de los catalanes, el bipartidismo y su apéndice ultraderechista tropiezan en las mismas piedras. Antes, Iglesias; ahora, Puigdemont. Siempre topan con la cuestión catalana y se empeñan en continuar sin resolverla de la única manera posible que existe: desde la política y con mucho diálogo. 

La intransigencia nunca puede ser el camino, el futuro solo pasa por entender, además de respetar sus postulados, a quienes tienen legítimo derecho a participar en la gobernabilidad del país y contribuir a su diseño. Sánchez, si llega el momento propicio, abrazará a Puigdemont como en noviembre de 2019 abrazó a Iglesias. A ver qué pasa. 

J.T.