No me gusta que maten a los toros, pero mucho menos me agrada aún que alguien se alegre de la muerte de un torero. Si todos los fundamentalismos son peligrosos, el talibanismo antiaturino está comenzando a adquirir visos de intimidadora amenaza mafiosa. La vejación a la que ha sido sometida en redes sociales la persona y la memoria de Víctor Barrio desde su muerte el pasado sábado en la plaza de toros de Teruel transmite una suerte de incómoda ansiedad ¿De verdad existen argumentos para justificar que un ser humano se alegre de la muerte de otro?
A Víctor Barrio lo mató el toro "Lorenzo" la tarde del nueve de julio y prácticamente desde el mismo instante en que murió, lo remataron en redes con un linchamiento tan violento como desaforado. Bien es cierto que, cuando comprobaron la monstruosa dimensión que iba adquiriendo el despiadado ataque al torero muerto, las principales asociaciones antitaurinas decidieron desmarcarse: "No compartimos ninguna de esas opiniones y comentarios", declaró Laura Duarte, portavoz del Partido Animalista Pacma; "Me desagrada que haya personas que se planteen esto como un combate", dijo Chesús Yuste, portavoz de la Asociación Parlamentaria de Defensa de los Animales (Apdda)...
También Carmen Méndez, presidenta de la Asociación Defensa Derechos Animal (ADDA), se apresuró a desvincular a su organización de este tipo de comentarios, aunque añadió que "quienes más deberían replantearse la fiesta de los toros y estos espectáculos son los propios taurinos". Pero Méndez, como Duarte y como Yuste, saben que es muy posible que estas declaraciones conciliadoras quizás lleguen pelín tarde. Hace ya bastante tiempo, años, que la deriva antitaurina estaba adquiriendo tintes preocupantes. Yo no sé si hay que acabar con la fiesta de los toros o no, lo más probable es que su desaparición caiga por su propio peso con el transcurso del tiempo, pero mientras esto ocurre, conviene no olvidar que estamos hablando de un espectáculo legal en torno al que pivotan las fiestas más importantes del año en buen número de pueblos y ciudades de nuestro país. Y que se trata de un fenómeno que va más allá de los planteamientos ideológicos: ser de izquierdas no tiene porqué conllevar ser antitaurino, ni ser de derechas lo contrario, como más de uno parece empeñado en sostener.
Todos mis amigos progres y antifascistas navarros, que en tiempos se jugaron la vida corriendo delante de la policía en comprometidas manifestaciones políticas, también corrieron y corren delante de los toros por las calles de Pamplona cuando llegan los Sanfermines. Algunos llevan cuarenta años haciéndolo y, por supuesto, tienen abono en la plaza de toros, donde se desgañitan en los tendidos de sol cantando a voz en grito "La chica yeyé", "Mi gran noche" o "Sigo siendo el rey". Así de complejo y contradictorio es el asunto.
Quienes apuestan por la abolición de la fiesta tienen tanta razón como quienes piensan lo contrario. Pero los abolicionistas han ido por ahí encendiendo tantas mechas que al final ha acabado llegando un incendio que se les ha escapado de las manos. Hubo un momento, no hace demasiado tiempo, en que el acoso y la intimidación llegaron a ser de tal calibre que en el mundo taurino no supieron cómo reaccionar: optaron por el silencio, pasó el tiempo y nadie salía a dar la cara.
Tuvo que ser un francés, el torero Sebastián Castella, el primero en atreverse a "salir del armario" y protestar públicamente recordando que se estaban vulnerando sus derechos ciudadanos y laborales. Un famoso presentador televisivo había llamado públicamente, y en su cara, "asesinos en serie" a sus compañeros Fran Rivera y Julián Lopez "El Juli", y Castella decidió terciar, hace ahora un año, con una carta pública en la que invocaba la legislación española y también la europea, pedía amparo y reclamaba respeto:
"...se vulnera nuestro derecho al honor acusándonos día tras día de asesinos y se nos priva de nuestro derecho al trabajo...hoy son los cosos taurinos -continuaba, pero mañana será cualquier otra manifestación artística que no les caiga en gracia... El toreo no es de izquierdas ni de derechas. No es político. Es de poetas, pintores y genios. De Lorca y de Picasso, dos artistas poco sospechosos de fascistas ni asesinos..."
La muerte de Víctor Barrio ha avivado un fuego que pide a gritos ser apagado cuanto antes. Repito: a mí no me gusta que maten a los toros, pero mucho menos me agrada aún que alguien se alegre de la muerte de un torero. Las bajezas de estos días en twitter, además de promover las denuncias de los taurinos ante la policía, están consiguiendo justo el efecto contrario al que muchas organizaciones animalistas aspiran de manera legítima. Los ataques fortalecen, y los ataques violentos fortalecen mucho más. Los que quieren que la fiesta desaparezca han dado un paso atrás con las ofensas y las injurias de algunos de sus simpatizantes, quizás porque estos no tuvieron en cuenta que la cornada que le partió el pecho a Víctor Barrio, a muchos nos partió el alma.
J.T.
J.T.
A Víctor Barrio lo mató el toro "Lorenzo" la tarde del nueve de julio y prácticamente desde el mismo instante en que murió, lo remataron en redes con un linchamiento tan violento como desaforado. Bien es cierto que, cuando comprobaron la monstruosa dimensión que iba adquiriendo el despiadado ataque al torero muerto, las principales asociaciones antitaurinas decidieron desmarcarse: "No compartimos ninguna de esas opiniones y comentarios", declaró Laura Duarte, portavoz del Partido Animalista Pacma; "Me desagrada que haya personas que se planteen esto como un combate", dijo Chesús Yuste, portavoz de la Asociación Parlamentaria de Defensa de los Animales (Apdda)...
También Carmen Méndez, presidenta de la Asociación Defensa Derechos Animal (ADDA), se apresuró a desvincular a su organización de este tipo de comentarios, aunque añadió que "quienes más deberían replantearse la fiesta de los toros y estos espectáculos son los propios taurinos". Pero Méndez, como Duarte y como Yuste, saben que es muy posible que estas declaraciones conciliadoras quizás lleguen pelín tarde. Hace ya bastante tiempo, años, que la deriva antitaurina estaba adquiriendo tintes preocupantes. Yo no sé si hay que acabar con la fiesta de los toros o no, lo más probable es que su desaparición caiga por su propio peso con el transcurso del tiempo, pero mientras esto ocurre, conviene no olvidar que estamos hablando de un espectáculo legal en torno al que pivotan las fiestas más importantes del año en buen número de pueblos y ciudades de nuestro país. Y que se trata de un fenómeno que va más allá de los planteamientos ideológicos: ser de izquierdas no tiene porqué conllevar ser antitaurino, ni ser de derechas lo contrario, como más de uno parece empeñado en sostener.
Todos mis amigos progres y antifascistas navarros, que en tiempos se jugaron la vida corriendo delante de la policía en comprometidas manifestaciones políticas, también corrieron y corren delante de los toros por las calles de Pamplona cuando llegan los Sanfermines. Algunos llevan cuarenta años haciéndolo y, por supuesto, tienen abono en la plaza de toros, donde se desgañitan en los tendidos de sol cantando a voz en grito "La chica yeyé", "Mi gran noche" o "Sigo siendo el rey". Así de complejo y contradictorio es el asunto.
Quienes apuestan por la abolición de la fiesta tienen tanta razón como quienes piensan lo contrario. Pero los abolicionistas han ido por ahí encendiendo tantas mechas que al final ha acabado llegando un incendio que se les ha escapado de las manos. Hubo un momento, no hace demasiado tiempo, en que el acoso y la intimidación llegaron a ser de tal calibre que en el mundo taurino no supieron cómo reaccionar: optaron por el silencio, pasó el tiempo y nadie salía a dar la cara.
Tuvo que ser un francés, el torero Sebastián Castella, el primero en atreverse a "salir del armario" y protestar públicamente recordando que se estaban vulnerando sus derechos ciudadanos y laborales. Un famoso presentador televisivo había llamado públicamente, y en su cara, "asesinos en serie" a sus compañeros Fran Rivera y Julián Lopez "El Juli", y Castella decidió terciar, hace ahora un año, con una carta pública en la que invocaba la legislación española y también la europea, pedía amparo y reclamaba respeto:
"...se vulnera nuestro derecho al honor acusándonos día tras día de asesinos y se nos priva de nuestro derecho al trabajo...hoy son los cosos taurinos -continuaba, pero mañana será cualquier otra manifestación artística que no les caiga en gracia... El toreo no es de izquierdas ni de derechas. No es político. Es de poetas, pintores y genios. De Lorca y de Picasso, dos artistas poco sospechosos de fascistas ni asesinos..."
La muerte de Víctor Barrio ha avivado un fuego que pide a gritos ser apagado cuanto antes. Repito: a mí no me gusta que maten a los toros, pero mucho menos me agrada aún que alguien se alegre de la muerte de un torero. Las bajezas de estos días en twitter, además de promover las denuncias de los taurinos ante la policía, están consiguiendo justo el efecto contrario al que muchas organizaciones animalistas aspiran de manera legítima. Los ataques fortalecen, y los ataques violentos fortalecen mucho más. Los que quieren que la fiesta desaparezca han dado un paso atrás con las ofensas y las injurias de algunos de sus simpatizantes, quizás porque estos no tuvieron en cuenta que la cornada que le partió el pecho a Víctor Barrio, a muchos nos partió el alma.
J.T.
J.T.
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