La Comisión anti-OTAN, las protestas antinucleares, el movimiento pacifista, las asociaciones ecologistas... Aquello hervía a comienzos de los ochenta cuando, en el diario "Pueblo", coordinaba yo un suplemento semanal llamado "Páginas Verdes". Daba gusto escucharlos y era un privilegio, que debo a mi director José Antonio Gurriarán, haber podido escribir y publicar lo que ocurría en ese mundillo por aquellos años.
Cobertura tras cobertura, tuve la suerte de ir conociendo a puntales del mundo alternativo como Humberto da Cruz, Artemio Precioso, Martínez Salcedo, Luis Alberto Sanz o el recientemente desaparecido Ladis Martínez. También me hice amigo de Gerardo, un cerebrito. Machacón. Contundente. Eficaz. Toda su adolescencia la había gastado luchando contra el sistema y en su juventud más correosa combatía con solvencia las políticas del gobierno de UCD, en plena transición, dejando en evidencia las enormes contradicciones del poder y abanderando la lucha contra la injusticia, la desigualdad, la pobreza, el abuso de los ricos y de los bancos, siempre amparados estos por el poder...
No tardaron los socialistas de su barrio en echarle el ojo a Gerardo y pusieron en marcha una estrategia de seducción, de acoso y derribo en definitiva. Mi amigo tragó. Entró en la dinámica. Él se consideraba antisistema, sí, pero los colegas de la agrupación que le echaron el lazo le argumentaron que, en el partido, hasta habían puesto en marcha una organización pacifista, el MPDL (Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad) y que los postulados verdes -como podía comprobarse en el programa- iban a formar parte de las prioridades socialistas apenas llegaran al gobierno.
Así que mi amigo concluyó que existen momentos en la vida en los que hay que pedir carta, pasar de los dichos a los hechos, de la teoría y la protesta a la gestión. Al fin y al cabo, el profesor Tierno Galván, por entonces alcalde de Madrid, solía decir que "en todo intelectual hay un hombre de acción y en todo hombre de acción hay un intelectual". Por coherencia con sus ideas, un buen día decidió aceptar su primer cargo en la agrupación".
El tiempo transcurría y él se iba distanciando de sus amigos de toda la vida (ecologistas, pacifistas y demás ralea). Pero no pasaba nada. Sería útil desde dentro. Se trataba de cambiar las cosas y él, la verdad, era un tío competente. Muy válido. Tanto, que apenas el PSOE ganó las elecciones lo hicieron director general. Y llegaron las miserias, las zancadillas, las dobleces y toda la prosa de la gestión política diaria. Así que cuando tropezó con todo esto tuvo dos opciones: tragar o levantarse de la poltrona y marcharse. Decidió tragar. A los amigos nos lo vendió argumentando que era la mejor de las opciones posibles, pero el caso es que tragó: coche oficial, prebendas variadas, divorcio, novieta nueva... ¡viva la revolución!
Veinticinco años tardaría en salirse del engranaje. Fue de cargo en cargo, de consejo de administración en consejo de administración... y eso que aún no se había inventado el concepto "puertas giratorias". La lucha ecologista, como sus otrora furibundas diatribas anti OTAN, pasaron a ser historia en su vida. Durante años me habló de lo imprescindible que le resultaba leer "El País" por la mañana, de cómo las reuniones del partido funcionaban igual que los consejos de administración de las empresas, porque cada cuál ponía encima de la mesa los votos conseguidos en sus circunscripciones como si fueran acciones...
Iba cambiando de manera de hablar, de actitud ante la vida, de gustos y de compañías casi sin darse cuenta. Y los amigos como yo, lo escuchábamos... y callábamos como se hace cuando continúas queriendo a alguien con quien cada vez compartes menos cosas. Los últimos años solo hablábamos ya de fútbol, de literatura, de chicas, de asuntos familiares... De política, nada.
Hace un par de años que no lo veo, pero me acuerdo a diario de él. Sobre todo últimamente, cuando la vida me ha vuelto a poner en la órbita de treintañeros resueltos, con muchas ganas de cambiar las cosas. Gente capaz y competente que lucha contra las injusticias, la desigualdad, los privilegios de los ricos y de los bancos a los que ampara un gobierno mediocre y agresor. Luchan como entonces lo hacía aquel mi brillante colega al que ahora, con toda razón, llaman "casta". Ahora que hace treinta años que él y yo teníamos treinta años. Me pregunto cómo será el cuento... dentro de otros treinta.
J.T.
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