En octubre cumple ochenta años y cada día viaja en autobús desde Illescas hasta Madrid, cuarenta kilómetros, para ganarse la vida en un bar del centro de la ciudad donde sirve desayunos por la mañana y comidas a mediodía. Termina, exhausto, a eso de las cinco de la tarde. Hora y media después, otros cuarenta kilómetros, regresa a casa de su hija donde cena y descansa hasta el madrugón del día siguiente. Juan no tiene casa propia, el banco se la quitó hace cinco años, cuando estaba ya jubilado, porque algún tiempo antes había decidido rehipotecarla para ayudar a dos de sus hijos en paro y apoyar la idea de negocio de un tercero que resultó ruinosa. La ruina total llegó después porque la pensión se le va en pagar la deuda mensual de una casa que ya no tiene y, por no ser demasiada carga para la hija que lo ha acogido, decidió pedirle a sus antiguos jefes que le dejaran volver a servir desayunos y comidas.
Estos últimos días, mientras me sirve el café con leche y el croissant, Juan me suele acercar algún periódico, abierto ya por la página que le interesa, para comentarme la jugada del momento. Su casi octogenaria mirada de desconfiado tiene ahora un brillo más intenso que de costumbre. Está ilusionado con los resultados electorales, pero no se fía ni un pelo de lo que pueda llegar a pasar.
– Esta bruja de Aguirre parece una ladilla, tocayo, no hay manera de quitársela de encima. ¿Usted qué cree? -me pregunta. Hay que echarlos, que han hecho mucho daño. A los del ayuntamiento de Madrid, a los de la Comunidad y a los de la Moncloa, que llevan tres años hundiéndonos en la miseria y hasta dándole dinero al mismo banco que me lo sigue quitando a mí.
-Cada día que pasa les salen ladrones nuevos, tercia a mi lado un cliente habitual que parece apreciar mucho a nuestro venerable camarero.
– Es verdad, remata Juan para que comprobemos que, en materia de actualidad, no pierde comba. Ayer han pillado a un consejero y una consejera más, que por lo visto estaban conchabados con el sinvergüenza del Granados. Y la que quiere gobernar ahora, va por ahí renegando de ellos, ¿tendrá cara?
Aníbal es también camarero en otro de los bares de mi barrio. Tiene treinta y cinco años y hace casi quince que llegó de Ecuador. Otros quince más y se vuelve, dice. Sueña con ello pero sabe que lo tiene crudo. Vive en Orcasitas y allí votó a Manuela el pasado domingo día veinticuatro.
– Trabajé todo el día, pero a eso de las siete de la tarde vino mi hermano a por mí y nos fuimos a votar. Había mucha gente, hablé con algunos conocidos en la cola y la mayoría votó lo mismo que yo ¿Usted cree que servirá de algo, doctor? Me llama doctor.
– No te quepa la menor duda, Aníbal, le contesto. Ha servido y mucho.
– Pero hasta el último momento esto va a ser un sinvivir. ¿No ha escuchado usted que el pp quiere hacer alcalde al del psoe para que las cosas sigan lo mismo de jodidas?
En otro de los bares del barrio donde me reúno con amigos de vez en cuando, los vinos y las cervezas nos los suele poner Paco. Cuarenta y un años, afable, cómplice e instruido. Su corazón está con Izquierda Unida y estos días lo está pasando regular pero, aún así, no se le ve muy depre.
– Es una putada lo que le ha pasado a IU, Juan, pero ya que las cosas no han salido como a mí me hubiera gustado, por lo menos que gobierne Carmena, ¿no? Esa mujer nos tiene que dar muchas alegrías a los que queremos que esto cambie. Como en Barcelona la Colau. Pero vamos a esperar hasta que tomen posesión, que los cabrones de los fachas son capaces de robarnos la cartera en el último minuto. No sería la primera vez.
Son conversaciones de estos últimos días en mi barrio, en las tres-cuatro calles malasañeras por las que hago “vida social” cuando estoy en Madrid. Me pregunto cuántos Juanes, cuántos Aníbales, cuántos Pacos deben estar hablando también de estas cosas en las barras de bar de toda España.
Son días de fútbol, de partidos importantes. En dos de los tres bares de los que hablo hay tele y cuando llegan los partidos, faltaría más, se habla de fútbol, y se grita, y se discute. Pero me resulta llamativo que, cuando no hay partido, las conversaciones de barra giren más en torno a la política que al fútbol.
Diría que esto sucede desde hace solo unos cuantos meses. Antes no era así, algo está pasando. Algo está ocurriendo a pie de calle que evidencia las enormes ganas de cambio que hay en las almas y en el ambiente. Los resultados del día veinticuatro en las urnas, elocuentes pero pelín exiguos, hacen que el personal ande estos días con la mosca detrás de la oreja y haciendo números todo el rato.
Hasta que Carmena y Colau -símbolos de tantos alcaldables que están en la misma situación que ellas por todo el país- no tomen posesión, hasta que no las vean levantar el bastón de mando Juan, Aníbal y Paco no respirarán tranquilos.
J.T.
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