No conozco oficio más insolidario que el periodismo. Es cainita, nada cómplice y ridículamente competitivo. Todo para acabar repartiéndose pura miseria, porque miseria es el trabajo que ofrecen, a día de hoy y en el mejor de los casos, a cualquiera que acepte formar parte de una redacción. ¿Cómo es posible que el oficio periodístico haya podido caer tan bajo? ¿O somos nosotros quienes hemos caído tan bajo, quienes, con tal de ganarnos la vida (es un decir) en este mundillo, con tal de formar parte de cualquier plantilla de mala muerte estamos dispuestos a tragar carros y carretas en medios que han hecho de la manipulación su bandera y de la mentira su santo y seña?
Para pasearse por el dial de las radios a primera hora de la mañana hay que tener el corazón a prueba de sobresaltos. Si te acuestas tarde y has de madrugar, lo peor que puedes hacer al levantarte es poner la radio. Las emisoras están copadas por telepredicadores que dibujan un panorama tan espantoso y estresante que te dan ganas de volver a meterte en la cama con la manta hasta la cabeza. El uno insulta, el otro vocifera, el de más allá proporciona altavoz a la noticia más manipuladora con la que hayan abierto los periódicos del día, otro anuncia directamente el apocalipsis... ¡Socorrooo!
Los que gritan son, por lo general, estrellas de la radio con salarios de jugador de fútbol puntero, a quienes rodean profesionales que se pasan la noche en vela por sueldos de verdadera miseria.
En cuanto a los periódicos, veamos. ¿Es posible que leyéndolos consigamos estar bien informados? Para lograrlo, antes solía ser suficiente con ver cómo abordaban una noticia dos periódicos de diferente sesgo. Pero ahora ya no hay sesgo en los kioskos. Hay unanimidad completa y periodismo "de carril". Ya no se "levantan" temas de impacto, no se investigan asuntos que nos ayuden a todos a construir una sociedad mejor y a denunciar a los que torpedean esas aspiraciones. Ahora las energías se destinan a buscar trapos sucios que permitan hacerle agachar la cabeza a cualquier recién llegado que se atreva a proponer públicamente distintas maneras de hacer las cosas.
Trabajar en un medio de comunicación es hoy una verdadera heroicidad. Al sueldo de miseria y a los horarios de juzgado de guardia hay que añadir un bochorno añadido: comprobar a diario cómo la línea del periódico, la radio o la televisión para la que trabajas, los temas por los que apuestan y deciden llevar a primera página suelen ser, por lo general, atentados mortales al periodismo en el que tú siempre creíste.
¿Qué hacer cuando formas parte de una redacción cuyo staff ha decidido descaradamente hacer de todo con el periódico menos periodismo? ¿Te rebelas? ¿Manifiestas abiertamente tu disconformidad? ¿O sencillamente aplicas mentalidad práctica, te resignas y hasta colaboras si entiendes que no te queda otro remedio? ¿Qué hacer cuando trabajas en una televisión pública y compruebas cómo los puestos de responsabilidad están ocupados por comisarios políticos que elaboran las escaletas tras despachar directamente con Moncloa o con el consejero de turno en el gobierno autonómico correspondiente?
Hay muchas opciones, pero la triste puesta en escena de los trabajadores de Canal Nou lamentando haber hecho un periodismo manipulador y denunciando las presiones a las que estuvieron sometidos durante años.... una vez que se había decretado el cierre de la cadena, sirvieron de aviso a caminantes para tantos otros como se encuentran en la misma situación en tantas televisiones, radios y periódicos de España.
El periodismo en nuestro país tiene una asignatura pendiente que cada día que pasa se hace más urgente aprobar: hay que rescatar la esencia del oficio, pelear por ella y denunciar a quienes no manifiestan ningún interés por respetar la obligación que tenemos de ser honestos a la hora de informar.
Los periódicos y los informativos de radio y televisión salen adelante gracias a los periodistas. Gracias a esos mismos periodistas entre los que hay quien siente vergüenza cuando comprueba la manera tan desprejuiciada y torticera con la que acaba llegando al lector, el radioyente o el espectador el resultado de su trabajo.
Cada día que pasa estoy más convencido que la excusa para aguantar todo esto no puede ser que de algo hay que comer. Es cierto que todos trabajamos en lo que podemos y muy pocos en lo que queremos. Probablemente no sea nada fácil conseguir trabajar en lo que queremos, pero tiene que haber un límite. Debe ser posible no prestarnos a realizar trabajos que no nos sintamos en condiciones de defender.
¿Soluciones? El primer paso, no prestar tu nombre ni tu firma a un trabajo profesional con el que no estés de acuerdo. El siguiente paso habría que planteárselo cuando los jefes o los dueños de los medios se pasan de la raya. Tiene que haber líneas rojas en las que al profesional del periodismo le tiene que asistir el derecho a no prestarse al juego de sus jefes y a sentirse protegido si decide actuar así. A ver, sindicatos, asociaciones de la prensa, ¿vais a decidiros a espabilar de una vez? ¿vais a continuar pertrechados en el mundo de las prebendas? ¿vais a continuar empeñados en invocar la coartada de ese corporativismo mal entendido que se suele resumir con la frase "perro no come perro"?
Me consta la vergüenza de muchos trabajadores de ABC, La Razón, ahora también de El País, o de Televisión Española, Canal Sur y demás televisiones autonómicas. Muchos se marchan cada tarde a su casa abochornados por formar parte de medios que han hecho de la manipulación y la mentira su manera habitual de funcionar. Esto tiene que ser denunciable. Esto se tiene que acabar.
Ha llegado el momento en que los profesionales debemos preguntarnos si nuestro silencio y nuestro, a mi juicio mal gestionado instinto de supervivencia, son actitudes con las que no estamos tirando directamente a la basura nuestro propio futuro. Si no sabemos defender la decencia en nuestro oficio, no podremos quejarnos cuando los indecentes, después de humillarnos cuanto les haya dado la gana, decidan propinarnos una patada en el culo el día que les convenga. En ese momento no será ya el tiempo de llorar.
Vivir con miedo es la mejor manera de acabar pagando las consecuencias de tenerlo. Solo quienes plantan cara acaban encontrando caminos que parecían no existir. Los periodistas de a pie, los del trabajo en la sombra, los que permitimos que los medios funcionen, tenemos que decidir si queremos dejarnos sujetar, con los resultados que vemos a diario, o debemos ponernos manos a la obra para conseguir corregir una situación viciada, y que de tan intolerable, resulta directamente pornográfica.
J.T.
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