Cada año que transcurre, nos va quedando menos tiempo para contar con fuentes de primera mano que puedan explicar, sin tapujos, qué puñetas nos pasó durante aquellos tres años en que nos estuvimos matando sin parar los unos a los otros en este país. Qué ocurría en las calles, cómo eran las horas y los días en esas casas que sobrevolaban los aviones y en las que de vez en cuando caía alguna bomba, en esas corralas donde había tanto miedo y tan pocas cosas que comer. Salvo cuando algún vecino aparecía con un burro que inmediatamente era descuartizado, cocinado y engullido. Por eso me parece tan importante que existan testimonios como el de Antonia.
Cada mes que pasa, nos quedan menos dudas de la obligación que tenemos de conocer cuantos más detalles mejor de aquellos oscuros años de locura, miseria y sangre. Pero también es verdad que cada mes, cada semana que pasa, nos van quedando menos oportunidades para conseguirlo: decenas de testigos que durante la guerra civil eran niños se están muriendo porque hace tiempo ya que los más pequeños cumplieron ochenta años. Por eso me parece que es muy de agradecer que personas como Antonia, 84 años, madrileña de Lavapiés, se haya atrevido a contar su historia.
Cuando apenas tenían ocho o nueve años, niños y niñas de la edad de Antonia vieron muchas personas asesinadas en las cunetas o amontonadas en almacenes, otros vivieron toda su vida sin olvidar la cara de quien se llevó a su padre para fusilarlo y casi todos conocieron el terror que producía escuchar de noche el sonido del picaporte en la puerta de casa: podían venir buscando a alguien más de la familia para darle "el paseíllo".
Adolescentes ya en la posguerra, conocieron el hambre, sufrieron la injusticia del encarcelamiento de sus padres por meros rencores vecinales que derivaban en chivatazos asesinos, sobrevivieron con cartillas de racionamiento de tercera y se la jugaron en el mundo del estraperlo. Eso era lo que había: la lucha por la supervivencia a cualquier precio. Así que cuando crecieron, se casaron y les tocó educar a esos hijos que ahora somos nosotros, lo hicieron entre silencios y recelos que casi nunca transgredieron. Se cerraron en banda y nos criaron sin que apenas nos enteráramos de nada. Salvo Antonia, que se lo ha contado todo a Nieves Concostrina, quien lo ha convertido en una sobrecogedora novela. La importancia de la memoria.
A día de hoy, los coetáneos de Antonia son en su mayoría abuelos diseminados entre residencias de ancianos, hospitales y casas familiares donde su pensión sirve en muchos casos para que hijos y nietos no se mueran de hambre. No han tenido respiro en toda su vida. El franquismo intimidó su memoria y la transición remató la faena: lo mejor era olvidar. Una canallada.
De ahí la importancia que a mi juicio tiene conocer historias como la de Antonia, viva de milagro porque se levantó de la cama donde dormía minutos antes de que en ella cayera un obús que no llegó a explotar, analfabeta y maltratada por un padre vago y borracho y huérfana desde los once años de una madre que no sobrevivió a las torturas de la cárcel de mujeres.
Han pasado casi ocho décadas y apenas existen novelas o películas que cuenten historias de gentes como Antonia. Historias donde la guerra solo es el punto de arranque para explicar después los años oscuros y las enormes dificultades para levantar cabeza que esa generación hubo de soportar durante prácticamente toda su vida. Esos años cuarenta donde se continuaba fusilando sin piedad, esos cincuenta donde sin carnet de falange no eras nadie y donde tener cuarto de baño propio era casi impensable, esos sesenta donde el pluriempleo era la única manera de reunir un sueldo decente... Esos setenta en los que se privaban de cosas básicas para que sus hijos, nosotros, pudiéramos estudiar y tener una vida mejor que la de ellos...
¿Por qué, a pesar de todo lo que se ha escrito y filmado sobre la guerra civil, la posguerra y los negros años del franquismo, existen tan pocas novelas, tan pocas películas elaboradas desde el punto de vista escogido por Concostrina para contar una historia como la de Antonia?
¿Cuándo nos atreveremos a enfrentarnos de una vez, sin tapujos ni mariconadas, a todos nuestros fantasmas? ¿Cuándo dejaremos de cerrar en falso la historia de nuestras vidas? La Historia con mayúsculas solo se puede escribir a partir de la suma de muchas historias como la de Antonia. Y eso, los autores de tantos volúmenes sesudos como se han escrito sobre nuestra historia reciente tendrían que haberlo tenido mucho más en cuenta.
Los pactos de la Transición marcaron un camino que dejó muchas preguntas sin contestar, muchas dudas sin resolver y demasiadas canalladas impunes.Ahí están sin ir más lejos, esos ciento cincuenta mil cadáveres que, para nuestra vergüenza, permanecen aún en las cunetas. ¡Ay, ese bluff llamado ley de memoria histórica!
Celebro la valentía de Antonia al aceptar, no sin cierta desazón, que se perpetúen en letra impresa detalles personales de su vida que tanta gente de su edad se negaría en redondo a hacer públicas. La valentía de Antonia y la habilidad de Nieves Concostrina para construir con esa historia un relato que está pidiendo película ya. A ver si hay algún director que se atreva a homenajear la excelente memoria de Antonia con un largometraje dedicado a la mayor honra de nuestra memoria colectiva.
J.T.
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