domingo, 4 de julio de 2010

La Sevilla de Antonio Guerra

(Primera publicación: 27 de marzo de 2010)


Según mi admirado Antonio Guerra que Cernuda, Machado o Blanco White se tuvieran que marchar de Sevilla define lo complicada que es la supervivencia en esta ciudad. Me he "bebido" la entrevista con el maestro Guerra que Carlos Mármol ha publicado este sábado en el Diario de Sevilla. Me la he bebido con muchas ganas y mayor interés. Tanto que admito que me ha hecho reflexionar mucho.

Y discrepo. Veamos:

Sevilla es un excelente lugar para perderse, refugiarse, incluso para pasar desapercibido si así lo deseas. Cargadísima de historia como está, es muy complejo reducirla a una sola manera de verla o de intentar comprenderla.


Antonio Guerra. Foto de J.C. Muñoz

Ahora que estamos en los días grandes de la ciudad es quizás un buen momento para proponerse entenderla. Yo me limito a salir a la calle y a que me llegue hasta lo más adentro todo lo que pasa en ella. Lo hago perdiéndome entre sus gentes en las esquinas más insólitas, en los barrios más alejados, en los callejones más solitarios o en las bullas más apretadas.

No voy a los palcos, ni a los lugares donde hay que saludar: son a mi juicio días para vivir Sevilla a pie de obra.

Lo que me llega de Sevilla visto así, como forastero que vive desde hace doce años aquí y no quiere irse, es una manera de entender la vida que me interesa. Te dejan vivir si tú dejas vivir y es verdad, como dice Antonio, que puede que se interesen más por tu procedencia que por tus perspectivas. Pero para que eso ocurra tienes que ponerte a tiro. Y creo que no es imprescindible ponerse a tiro.

Cuando te enamoras de alguien no echas de menos lo que no te da, sino que te preguntas qué puedes hacer tú por esa persona. Y disfrutas de lo que te encuentras. Me parece legítimo echar de menos cosas. Pero entonces, creo, será que falta amor. Santa Teresa sería muy santa, pero se fue de Sevilla resentida porque no le dejaron fundar un convento: quiso imponer su manera de entender el amor, pero sólo estaba dispuesta a darlo si recibía a cambio lo que quería. Y la ciudad se le cerró. Al marcharse se sacudió, cuentan, hasta el polvo de sus zapatillas.

Es verdad que eso hace pensar a los que ya en la madurez nos instalamos aquí. Como también le he dado vueltas muchas veces a lo de Machado o Cernuda, y ahora o lo del propio Antonio Guerra que, como cuenta en la entrevista, con su manera de hacer las cosas chocó frontalmente en su día con los usos y costumbres de la ciudad.

Quizás lleve razón Antonio Guerra cuando defiende que para disfrutar plenamente de todo lo que ocurre en Sevilla hay que estar muy adentro. No lo discuto, pero a mí se me ocurre que quizás haya otra manera: limitarse a sentirse un visitante privilegiado, un forastero en permanente estado de provisionalidad. Así me siento yo desde hace casi doce años y me gusta mucho la manera en que me dejan vivir.

J.T.

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