lunes, 29 de enero de 2024

Árbitros, jueces. Prohibido criticarlos


García Castellón
es el Vinicius del lawfare. Mete goles con el brazo y a los árbitros les falta tiempo para dar por buena la jugada. Gol. Gol al decoro por toda la escuadra; gol que, quienes deciden validarlo, celebran en la intimidad de esos micrófonos con los que se intercomunican y no quieren que nadie escuche. Gol que defienden a cal y canto los beneficiados por la decisión, por muy polémica que esta sea; gol que alivia a quienes pugnan por recuperar cuanto antes su papel hegemónico cuando lo pierden. Viven convencidos de que el poder y el liderazgo solo les pertenece a ellos. 


Nacieron, o al menos así lo creen, para estar arriba. Para ser líderes, primeros de la tabla en el caso del Real Madrid y para mandar en el gobierno en el caso de las derechas. Los únicos amos del cotarro. Así que el Almería no podía ir ganando por dos a cero en el minuto sesenta en el Bernabéu. El colista, ¡qué vergüenza! Había que remediarlo por lo civil o por lo militar. Y se remedió. Sólo les faltó proclamar que el conjunto andaluz es un equipo ilegítimo, un combinado Frankestein, un adversario okupa al que hay que echar cuanto antes… 


El Real Madrid en el fútbol, con el controvertido personaje que lo preside, guarda un asombroso parecido con el Partido Popular. Ni uno ni otro soportan que el espejo les diga que no están solos y que deben aprender a perder, a comportarse con elegancia en las derrotas. El Girona, equipo revelación de la temporada, ya ha empezado a ser víctima de las conspiraciones. Los poderosos ni siquiera disimulan para que parezca un accidente. Hace una semana el equipo catalán se habría escapado, líder con cuatro puntos de diferencia a mitad de temporada, si al Almería no le hubieran anulado el tercer gol en el Bernabéu, si el árbitro no hubiera dado por bueno el gol con la mano de Vinicius que empataba el partido y si el encuentro no se hubiera alargado indefinidamente hasta que en el minuto 99 llegó el 3-2. 


García Castellón, Llarena, Escalonilla, Marchena, Alba Rico y compañía alargan el juego y usan el VAR con el mismo desparpajo que el colectivo arbitral lo hace en el fútbol. Como las derechas que nos ha tocado sufrir, el Real Madrid no está dispuesto a que las cosas no sean como a “la entidad” le interesa que sean. Le sobra el Barça como a Abascal le sobra Puigdemont o a González Pons el Tribunal Constitucional cuando el presidente de este organismo no es de su equipo, o a Feijóo la Constitución misma; se inventan penalties inexistentes como en según qué juzgados se tramitan expedientes falsos. 


Y mucho cuidado con protestar, mucho cuidado con indicar en voz alta que el rey está desnudo como el niño del cuento; mucho cuidado con decir, como el famoso capitán Renault de la Casablanca, qué escándalo, aquí se juega: si eres entrenador y se te ocurre denunciar la injusticia, el que acaba empurado es el míster de turno. García Castellón se llena la boca de críticas al Gobierno de coalición, pero si a la vicepresidenta Teresa Ribera se le ocurre valorar alguna de sus actuaciones se monta la mundial en cuatro minutos, qué escándalo, una ministra cuestionando la independencia judicial… 


En resumen, haces lo que te da la gana, empuras a quien te sale de las narices, le buscas la ruina a políticos inocentes (de izquierdas, por supuesto) durante cinco o seis años de sus vidas, los periódicos rematan la faena machacándolos sin piedad, y luego, con el tiempo, el caso acaba sobreseído por falta de pruebas. Eso lo haces una y otra vez durante años, siempre con los del Almería, los del Cádiz o el Celta de Vigo pero ¡ay de aquel a quien se le ocurra denunciarlo! Les buscaste la ruina, nadie pidió perdón y encima te dicen que más te vale quedarte calladito. De lo contrario, ya sabes.


Ese es el juego nuestro de cada día, tanto en la política como en el fútbol; ese es el espectáculo que nos brindan a diario merced a esa imbatible confluencia de jueces, políticos y mercenarios mediáticos a sueldo. Meten los goles con el brazo, pitan penalties injustos y se ríen de nosotros en nuestra cara. Además, se permiten el lujo de negar las evidencias con actitud desafiante y sin el menor atisbo de vergüenza: ¿Pero a quién va a creer usted, a nosotros o a sus propios ojos? Groucho Marx, siempre vigente.


J.T. 



lunes, 22 de enero de 2024

Arabia Saudí, Nadal y el futuro que nos espera


Allá Rafael Nadal con lo que ha hecho al aceptar ser nombrado embajador de la Federación Saudí de Tenis. Cada cual es dueño de convertirse en juguete roto de la manera que más le guste. Los juguetes rotos no son solo aquellos a quienes abandona la fortuna, sino también aquellos que deciden tirar voluntariamente su prestigio a la papelera. Les compensará, seguro; si no, no lo harían. Aún así, cuesta trabajo entender esa predisposición a doblegarse ante el dinero de tanto deportista de élite con suficientes ahorros ya en sus cuentas corrientes antes de los cuarenta años como para poder vivir varias vidas y hacerlo de manera regalada. Quieren más, ellos sabrán por qué y para qué. A mí me preocupa la luna, no el dedo que la señala.


Y la luna es la intolerante Arabia Saudí y sus tentáculos acaparando poder en medio mundo y comprando voluntades sin parar. La Arabia a la que rinde pleitesía Nadal es la misma que ha intentado entrar en Telefónica por las bravas, la misma que ha comprometido inversiones por 45.000 millones de dólares en el mayor fondo de inversión en tecnología del mundo, llamado SoftBank Vision Fund; también la misma que está colocando 20.000 millones de dólares en Blackstone, el segundo fondo buitre que más compras de vivienda hizo en Europa. Sus largos brazos llegan también, cómo no, hasta los dominios de Putin, donde el fondo soberano Rusia Direct Investment Fund, creado por Moscú en 2011 para invertir en sectores en crecimiento, cuenta ya con varios miles de millones saudíes. El que pueda entender, que entienda.


Aunque lo de Rafael Nadal nos haya tocado la fibra un poco más, no hay que olvidar que Arabia Saudí, país donde no existe la libertad de expresión y la discriminación de la mujer continúa siendo escandalosa ha conseguido que, a pesar de ello, se rindan a sus encantos financieros muchos deportistas de distintas disciplinas y con la vida sobradamente resuelta: Neymar, Cristiano Ronaldo, Messi, Benzema… hace poco el golfista Jon Rham por más de 500 millones de dólares, lo más granado de cada deporte, en definitiva. Se rinden las figuras y agachan el lomo instituciones de distinto calado que trasladan allí sin escrúpulo alguno las más importantes competiciones: el Dakar, la Fórmula Uno, el boxeo… Por no hablar de nuestra Supercopa de España, ¿qué demonios hacemos jugando allí dos semifinales y una final metidas con calzador en un recargado calendario y en pleno mes de enero? ¿qué es eso de una final Madrid-Barça en Riad? pero nos hemos vuelto todos definitivamente locos? Parece que sí.


Sucumbir a la seducción petrolífera de los países del Golfo no puede acabar trayendo nada bueno en un mundo que lleva siglos peleando por la conquista de derechos sociales, por la igualdad entre la mujer y el hombre, por la desaparición de los juicios arbitrarios e injustos, por libertad de expresión, por la abolición de la pena de muerte. Sabemos que nada de esto se respeta allí, pero nos dedicamos a mirar para otro lado. Arabia es ahora el caso más flagrante, pero sin ir mucho más lejos ahí está también Qatar, que ya ha sido sede de un campeonato mundial de fútbol tras años fichando para sus equipos durante un tiempo a jugadores como Pep Guardiola, Xavi Hernández o Raúl González. O comprando clubes europeos como el Paris Saint Germain o el Manchester City. 


Que Rafael Nadal acepte convertirse en embajador del tenis saudí parece haber sido la gota que ha colmado un vaso en el que este tipo de decisiones se han tratado de manera condescendiente durante demasiado tiempo. Pobres, se solía comentar, les quedan pocos años de vida deportiva, tienen derecho a aprovechar la oportunidad. De acuerdo, tienen derecho a hacer los que les de la gana, pero nosotros también a que nos parezca un escándalo infumable. Y a proclamar a los cuatro vientos que no se puede blanquear el desempeño político de países que se pasan por el forro el respeto a los derechos humanos. 


Sintonizar con los emiratos del Golfo hay que dejárselo a personajes como el rey emérito, pero que lo hagan deportistas con quienes hemos vivido inolvidables momentos de gloria es algo que, al menos a mí, me cuesta bastante asimilar. Me niego a asumir que el mundo que nos espera puede llegar a estar en manos de quienes ahora se dedican a comprar la voluntad de personajes famosos, sea en el campo que sea.


“A mí una vez me ofrecieron una cosa contundente y seria –contó en su día en una entrevista televisiva el actor argentino Ricardo Darín- a la que dije que no. Era una película, que después se hizo, que se llamó “Hombre en llamas”, con Denzel Washington. Me ofrecían hacer un narcotraficante mexicano, porque para los estadounidenses todos los narcotraficantes son latinoamericanos. ¿Pero sabes el dinero que podrías haber ganado ahí?, le preguntó el conductor del programa. ¿Y?, contestó Darín, ¿de qué sirve, para qué? Para vivir mejor, replicó el periodista. ¿Mejor de lo que yo vivo?, añadió el actor. Yo me pego dos duchas calientes por día, me estaba yendo bien en el teatro, estaba trabajando genial, la gente nos besaba y nos abrazaba en la calle. La ambición te puede llevar a un lugar muy oscuro, muy desolador además.”


Pues eso.


J.T.

lunes, 15 de enero de 2024

¿Está la legislatura cogida por los pelos?


“Cada votación tiene su singularidad. En la pasada legislatura también se dieron votaciones in extremis, como en la pandemia”, recordaba en redes el otro día José Luis Ábalos.  “Y si entonces fue complicado, -continuaba quien otrora fuera persona clave en el equipo de Pedro Sánchez- en esta legislatura debemos asumir una mayor complejidad por la existencia de unas mayorías muy heterogéneas.”


“El futuro político en España va a venir marcado por la capacidad de acordar”, explicaba hace pocos días Salvador Illa en La noche en 24 horas de TVE. Pesos pesados del entorno de Sánchez están brindándonos pistas, sentido común se le suele llamar, de por dónde van o tienen que ir las cosas. Hay quien dice que el actual gobierno de coalición no lo ha entendido todavía, yo no lo creo. Hasta ahora nunca careció el presidente de mentalidad práctica, aunque puede que el proceso de asimilación vaya lento, o le interese que lo parezca. 


Clamar “que viene el lobo” es un recurso al que ya no le queda apenas recorrido y lo saben, pero exprimirán el limón hasta que no quede ni una gota. La legislatura no puede asentarse, ni mantenerse, recurriendo por sistema al voto del miedo y también lo saben. Que la alternativa sea peor no puede funcionar como comodín permanente. Las inercias del bipartidismo, o las del anterior Gobierno de coalición está claro que ya no funcionan. Esas plantillas han caducado. Hay que remangarse, abandonar las cómodas inercias de décadas y disponerse a hacer política de otra manera. Ese creo que es el mensaje que están transmitiendo Illa o Ábalos, que no son precisamente versos sueltos.


Decía Xabier Lapitz en su programa “En Jake” de ETB que la legislatura está cogida por los pelos. Claro, pero desde el primer día. ¿Eso es malo? No tiene por qué. Nos sitúa frente a una pantalla inédita hasta ahora en la política española, pero que inyecta adrenalina en el ejercicio de la política e impide dormirse en los laureles. Es verdad que Sánchez manda en el gobierno y no en el parlamento, pero es quien reparte las cartas. ¿Que eso tenga que ser así de manera continuada supone un desgaste? Claro que sí pero, como todos sabemos, más desgasta no tener el poder, ¿verdad?


Que le pregunten si no a Núñez Feijóo, que continúa yendo de bandazo en bandazo sin acabar aún de asimilar, seis meses lleva ya así, que fueron los resultados los que le impidieron llegar a la Moncloa. “Si hubiese sabido que la política consistiría en lo que he vivido en los últimos tiempos, meses, en los últimos días y en las últimas horas, yo no me hubiese dedicado a la política”, proclamó tras comprobar cómo el Gobierno de coalición salvaba una vez más los muebles el miércoles pasado tras conseguir que el poder legislativo aprobara, merced a los pactos, dos de los tres decretos que presentó en la cámara.


“¿Cómo será cada semana de esta legislatura?”, se preguntó allí mismo el líder del PP sin poder disimular su impotencia y su frustración. Pues puede que sea como esta última, don Alberto, sobre todo mientras continúe usted enrocado en el no a todo y en el cuanto peor, mejor. Hay otras formas de hacer oposición, como está demostrando Salvador Illa en Catalunya. El objetivo no puede ser derribar el gobierno a cualquier precio, sino contribuir a mejorar la vida de los ciudadanos hasta que te llegue tu turno. Parece claro que, al menos de momento, los populares no andan en esas. Como dice mi compañero Chema Crespo, en Madrid se grita mucho. El futuro inmediato no puede construirse a base de perpetuar soflamas como las que suele perpetrar la presidenta madrileña. 


Así las cosas, ¿va a ser una legislatura difícil? Pues claro. ¿Vamos a andar en un sinvivir? Puede, pero en eso consiste la política, ¿no? ¿O se trata de insultar y vituperar, de descalificar por sistema sin molestarse jamás en hacer ninguna propuesta constructiva? El dibujo es otro y desde las elecciones del 23 de julio cuentan todos: Junts, PNV, EH Bildu, ERC, Podemos, Sumar… incluso Coalición Canaria tiene en sus manos un llavín que en según qué votaciones acabará siendo oro puro, como hace meses ya predijo Enric Juliana. Esa es la aritmética que nos gobernará y con la que el ejecutivo de coalición tendrá que desarrollar su trabajo. Sin caer en la tentación del ninguneo y respetando a todos por igual. A todos.


Puede que les lleve un tiempo ponerse a ello porque entenderlo, lo entienden: acabará imponiéndose la mentalidad práctica. Que la ultraderecha pierda fuelle depende de eso, de que ninguno de quienes tienen en sus manos conseguirlo caigan en la tentación de imponer sus postulados chantajeando a quienes los pueden apoyar. 


J.T.

lunes, 8 de enero de 2024

Los caladeros en los que pesca el fascismo


Pescan en aguas revueltas. La desesperación, la ausencia de expectativas o el cabreo con la infame vida que les ha tocado en suerte son el caldo de cultivo ideal para que calen los mensajes ultras. Los desheredados votando ultraderecha conforman una de las paradojas más lacerantes del tiempo que nos está tocando vivir. Si a esto sumamos una generación de jóvenes con tantas ganas de emociones fuertes y aventura como escasez de cultura, nos encontramos entonces con el cóctel perfecto. Una bomba de relojería al servicio de la involución tanto en Europa como en América que anda produciendo estragos desde hace ya un par de décadas. Ahí tenemos fenómenos como los de Bolsonaro, Milei, Orban, Meloni... o Donald Trump, cuyo regreso parece cada vez más inevitable.


Las elecciones europeas no auguran nada bueno y aquí en nuestro país ahí andamos, preguntándonos qué demonios hemos podido hacer tan mal como para que exista tanto joven y tanto pobre abducido por los cantos de sirena de una ultraderecha heredera de los peores usos y costumbres del franquismo más siniestro.


Entre la variada tipología de pacientes a los que atienden algunos sicólogos amigos míos se encuentra, según me cuentan, un perfil que no para de crecer: el de los jóvenes que votan a Vox porque les incomoda el feminismo o andan convencidos de que los inmigrantes les quitan el trabajo. Quizás toda la vida ha sido igual, solo que antes no iban al sicólogo. Forman parte de la carne de cañón imprescindible para que los proyectos totalitarios acaben triunfando si antes no se percatan de la estafa de la que son víctimas. Ponen el cuerpo, su futuro y hasta su vida al servicio de intereses que no son los suyos y cuando se percatan ya es demasiado tarde. Que decidan ir al sicólogo puede que sea un buen síntoma, pero desde luego no suficiente.


La historia de la humanidad se ha construido siempre sobre la sangre de ingenuos que creen a pies juntillas las mentiras de quienes hacen con ellos lo que quieren. Políticos, intelectuales y dinero han necesitado siempre de una cuarta pata para conseguir sus objetivos: la de los desheredados dispuestos a demostrar su adhesión inquebrantable con aquellos que sepan tocarle la fibra, la de quienes gritan encantados desfasados himnos que se aprenden de memoria, la de quienes usan pulseritas, se envuelven en banderas o usan perfiles en redes clamando por una "España indivisible"... Carne de cañón, como decíamos, para la ultraderecha, porque la izquierda de nuestro país no parece encontrar la manera de explicarles que los están engañando, que andan apoyando a quienes los dejarán tirados a las primeras de cambio mientras los jueces siguen perdonando corruptos y empurando izquierdistas.


Las izquierdas, cuya razón de ser es aumentar los derechos sociales y mejorar a vida de la gente, se están dejando comer la tostada y no reaccionan. Los socialistas porque nunca estuvieron en eso, y ahora que andan luchando por resucitar el bipartidismo todavía menos. Y a la izquierda del PSOE porque, sobre todo en los últimos tiempos, la mayor parte de las energía se les va por las alcantarillas mientras no dejan de apedrearse entre ellos.


La ciudadanía se ha quedado sin periódicos, sin radios, sin teles que les cuenten las putadas que les gastan los poderosos. Les mienten con el mayor de los descaros, les repiten consignas torticeras que acaban interiorizando sin que nadie les brinde la oportunidad de contrastar lo que se les dice. Saben que la realidad que viven está muy lejos de lo que les cuentan, pero los mensajes de quienes tienen la sartén por el mango son demasiado reiterativos y acaban calando. 


De ahí el desconcierto y la desorientación de muchos de quienes acuden a las consultas de los sicólogos, sobre todo entre los jóvenes. A algunos políticos se les llena la boca hablando de salud mental, pero a la hora de la verdad el personal anda solo y descolocado intentando administrar como puede sus ansiedades y sus depresiones.


Aumenta el porcentaje de suicidios entre los menores de treinta años, aumenta la cifra de quienes solo ven incertidumbre en su futuro y de quienes, empeñados en buscar emociones fuertes, acaban seducidos por el mensaje y el comportamiento violento de los fascistas. Las consultas de sicólogos están llenas de gentes que buscan respuestas que no encuentran en su día a día mientras los políticos se dedican a debatir sobre el sexo de los ángeles y los medios de comunicación a manipular como si no hubiera un mañana. Eso es lo que hay.


J.T,

lunes, 1 de enero de 2024

El año en que tampoco se romperá España

Por mucho que se empeñen los agoreros del apocalipsis, no parece fácil que España se rompa este 2024. Se les ha ido tanto la fuerza por la boca a las derechas ultras y megaultras durante el año recién acabado, hasta tal punto han agotado el caudal de insultos y las sobreactuaciones… que cada día tienen más difícil superar el listón de las afrentas. Culpan al Gobierno de coalición de querer romper España y son ellos los que lo intentan a diario. Amenazas, acosos, manifestaciones, enfrentamientos, hasta violencia física en algunos plenos municipales… 

Jalean envidiosos a Milei o a Meloni al tiempo que disfrutan aquí de una democracia madura y consolidada donde los avances sociales conseguidos y los datos económicos benefician a una mayoría que no los quiere gobernando, por mucho que haya pobres que los voten. El cuanto peor, mejor, que por lo general suele ser siempre la hoja de ruta de las derechas histéricas e impacientes para llegar al poder -y entonces joderlo todo de verdad- no les está funcionando. 


2023 se ha marchado sin que Feijóo acabe de asimilar que no está en la Moncloa. No lo entiende, demasiado pesado ya con que ganó las elecciones y no es presidente porque no quiere y que Sánchez está dispuesto a lo que sea con tal del disfrutar del sillón que a él le pertenece… ¿Hasta cuándo la cantinela? ¿Se pondrá este 2024 por fin a trabajar como corresponde a un jefe de la oposición, o continuará llorando sin parar por la leche derramada?


Han regado España de pactos con Vox en media docena larga de autonomías que se empeñan en recortar avances y libertades y cobrarse los apoyos a precio de oro; niegan la violencia de género, restringen derechos a inmigrantes y al mundo LGTBI, prohíben libros y obras de teatro, quitan subvenciones a obras sociales… es decir, que son ellos los que realmente están rompiendo España y no paran de vociferar acusando al Gobierno y sus socios de ser ellos quienes quieren hacerlo.


Lo que se les ha roto a las derechas es el discurso catastrofista de tanto usarlo. Ya no cuela. Llamar a diario mentirosos o comunistas a unos, terroristas a otros; tachar de golpistas, sediciosos o delincuentes a quienes no piensan como ellos no tiene ya demasiados pases más. Este año 2024, la derecha tendrá que cambiar el disco y el discurso si no quiere continuar haciendo el ridículo de tanto dedicarse a ladrar su rencor por las esquinas. La democracia es el único camino y más vale que el PP lo entienda de una vez, y vaya soltando el lastre fascista que lo tiene atenazado. 


El próximo 18 de febrero tendremos la primera pista de por dónde va la linde. Galicia es la única autonomía con elecciones previstas en 2024 donde los populares pueden rascar bola. Porque es Euskadi y en Catalunya ya saben que no se van a comer una rosca. Se lo han ganado a pulso. Luego están las europeas, ¿qué pasará en las elecciones europeas de junio, qué radiografía obtendremos dentro de seis meses? Aunque los más sesudos analistas predicen un aumento del peso de las derechas en toda Europa, mucho me temo que ni así conseguirán que se rompa España. 


Porque no lo olvidemos: hay que darle la vuelta al discurso de los crispados y no caer en las trampas que intentan tendernos: a España nunca la va a romper la apuesta por el diálogo ni el reconocimiento de la diversidad territorial, tampoco su carácter plural ni la riqueza lingüística. Eso consolida la concordia y la democracia. Lo que rompe España es la manera de entender la convivencia del PP y sus socios principales, el uso del himno y la bandera como propiedad de una sola parte, los ataques, los insultos, el ensañamiento… 


Lo de España unida es una quimera, la quieren sumisa y acobardada. El raca raca con la amnistía y con el terrorismo son como el mcguffin de Hitchcock, algo que ayuda al discurrir de la trama, una excusa argumental para que la historia avance pero que, en el fondo, carece de importancia. Utilizan las derechas este recurso porque no encuentran ninguna otra cosa con la que continuar dando la matraca.


Pero que no se empeñen: este 2024 tampoco se va a romper España por muy bisiesto que sea. Tendrán que seguir rezando el rosario. Los pobres. 


J.T.