lunes, 23 de octubre de 2017

Plantar cara al PP

Seduce el punto rebelde de la asonada catalana, esa determinación para hacer partícipe de sus convicciones al mundo entero, esa habilidad para colocar sus mensajes, unos con más verdades que otros, esa probada eficacia a la hora de organizar movilizaciones. Pero no consiguen, y bien que lo intentan, hacer olvidar que Puigdemont y compañía son los herederos del partido del tres por ciento con un patriarca jefe, ahora desparecido en combate, cabecilla de una trama corrupta familiar cuyo hijo mayor lleva ya un tiempo durmiendo en la cárcel. La derecha corrupta catalana ha desafiado a la derecha corrupta del resto de España, robándole de paso la cartera a una izquierda nacida tras el 15M que se dispersa en sus propias peleas, y otra antigua izquierda, la socialista, que sobrevive desde hace tiempo a base de manotazos desesperados para no acabar ahogándose del todo.
La derecha corrupta catalana le ha plantado cara al PP y con ello ha conseguido algo que era obligación de la izquierda española haber demostrado. Ha puesto en evidencia la verdadera cara de Rajoy, su partido y su gobierno. Ha logrado que por fin actúen como corresponde al ADN del espíritu fundacional del Partido Popular. Los seis años de gobierno PP cierran ahora un ciclo de atropello a las libertades y a infinidad de derechos sociales y laborales para entrar, a partir de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, en una dura etapa de tintes totalitarios, ya sin disimulo alguno, en la que comienzan con Catalunya, pero que podría continuar en otras Comunidades.
Pero ni el carácter tiránico que tiene la manera elegida por el PP para aplicar el 155 permite olvidar el escandaloso desarrollo de los plenos del Parlament los días 6 y 7 de septiembre. Dos derechas corruptas se encuentran enfrentadas a cara de perro y una de ellas está arropada por la monarquía. Moncloa y Zarzuela se han embarcado en una apuesta de incierto desenlace. Podíamos haberle presentado a Europa la imagen de un país dialogante que sabe resolver civilizadamente sus discrepancias y sin embargo estamos ofreciendo la versión triste de una comunidad de vecinos cutre que Es capaz de liarse a palos por el importe de la derrama. Olvidan Rajoy y el rey que a Bruselas le da igual que seamos una monarquía o una república: lo que quieren es que no les toquemos las narices con una pelea que amenace la estabilidad del proyecto europeo.
La izquierda ha perdido la oportunidad de plantarle cara al corrupto y nacionalista PP y, mire usted por dónde, quienes se encaran a Rajoy son otros nacionalistas corruptos. Y Albert Rivera, frotándose las manos.

jueves, 5 de octubre de 2017

La semana del mal rollo

La causa del sudor con el que me desperté el pasado lunes 2 de octubre no fue precisamente esa temperatura veraniega que cada año parece más empeñada en robarle al otoño días y protagonismo. Aquel sudor amanecía acompañado por severas cosquillas en el estómago y por un ingenuo anhelo: que gran parte de los episodios ocurridos en Catalunya el día anterior, cuya retransmisión, inquieto y preocupado, había seguido durante horas por la tele, no hubieran ocurrido en realidad. Volví a amanecer sudando el martes, el miércoles, el jueves... Quizás debido a mi mala memoria, no recuerdo en mis seis largas décadas de vida tantos días de mal rollo continuado. Mal rollo, peores augurios y perspectivas poco alentadoras a medio plazo.

Me cuenta mi hija las encendidas discusiones que mantiene últimamente con amigos y conocidos en sus chats de guasap. Chats en los que hasta hace pocos días se dedicaban a mandarse fotos, intercambiar canciones y complicidades, organizar quedadas o reírse con ganas y punto. Pero esta semana parece que han mandado a paseo las buenas vibraciones, y el mal rollo se ha instalado de golpe en sus vidas de veinteañeros. ¿Lo de Catalunya va en serio, papá? -me pregunta. Y, de pronto, descubro que a su lado soy sin duda un privilegiado, porque he vivido cuarenta años más que ella sin incertidumbres como ésta. Y me avergüenzo por la cuota de responsabilidad que me toca al no haber luchado lo suficiente para conseguir evitar una sensación de desamparo e incertidumbre que yo hasta ahora nunca tuve en mi vida, ni siquiera en los tiempos de las protestas universitarias de los setenta, ni tras la muerte de Franco, ni con el intento de golpe de febrero de 1981.

Y a estas alturas, tres décadas después de convertirnos en europeos de pleno derecho, cuando pertenecer a las más codiciadas instituciones occidentales parecía que nos blindaba de sobresaltos y aportaba un cierto plus de calma chicha a nuestra rutina diaria, el invento salta por los aires y nos da por pelearnos entre nosotros a cara de perro sin que nadie se atreva a aventurar cómo demonios acabará todo esto: porrazos de la policía y la guardia civil a ciudadanos que querían votar, resistencia ciudadana plantando cara a las agresiones, una capacidad de organización que consiguió abrir centenares de colegios y hacer llegar hasta ellos miles de urnas que ninguna intervención policial pudo detectar previamente, Ciudadanos exigiendo leña al mono y más mano dura, Podemos intentando mediar entre los dos matones de patio de colegio cuando estos ya se miran enrabietados, con las mangas de la camisa subidas y los puños en posición de combate, los socialistas haciendo corro sin atreverse a tomar partido, los jueces dictando autos y las televisiones públicas, tanto TV3 con TVE, echándole al fuego más gasolina cada día que pasa.

Un mal rollo terrible ahora ya en toda España, que viene a rematar años de discusiones en Catalunya entre familiares y amigos de toda la vida, y al que Felipe de Borbón y Puigdemont, mientras Rajoy se fuma un puro tras otro, han puesto la guinda con los discursos institucionales más inquietantes que recuerdo. Insensatos sin escrúpulos, como diría aquel periódico de entonces, que hace tanto tiempo ya que no es el mismo.

J.T.