sábado, 28 de septiembre de 2019

Mujeres y cambio climático. Ahí está la pelea.


Ha sido comenzar este incierto otoño en el que aún paladeamos temperaturas amables, y amontonarse la faena en las agendas. El miércoles 25, mientras mi compañero Daniel Serrano presentaba su libro “Cal viva” en el Bellas Artes de Madrid (con Juan Luis Cebrián y Pablo Iglesias como padrinos) e Íñigo Errejón alumbraba Más País, ojo al dato, en la sede de UGT, la presidenta brasileña Dilma Rouseff denunciaba en la delegación del Parlamento Europeo los crímenes de Bolsonaro en la Amazonia, una amenaza sin atenuantes para el futuro, que los más jóvenes empiezan a tomarse por fin en serio.

No lo dudé, me fui a escuchar a Dilma Rouseff porque, junto a mi amiga la eurodiputada María Eugenia Rodríguez Palop iban a hablar, en un debate moderado por Juan Carlos Monedero, de las movilizaciones de mujeres en todo el mundo. Me alegré de la elección, porque tanto Palop como Rousseff fueron al grano sin rodeos. “Las mujeres saben que si se lo proponen en serio, su fuerza será imparable y acabarán ganando”, aseguró la presidenta de Brasil. Las élites de su país no soportaron los avances sociales que propició esta mujer durante sus cinco años de gobierno y acabaron organizando un golpe de estado contra ella en 2016 que terminaría desembocando en la llegada del neofascismo.

“En Brasil son las mujeres quienes están poniendo sus cuerpos para hacer frente a la ultraderecha, dijo Palop, son ellas las que están en las trincheras contra la deforestación y la destrucción salvaje del ecosistema.” Una provocación inadmisible, les pareció el discurso de Bolsonaro el martes en Naciones Unidos, sobre todo cuando el actual presidente brasileño afirmó, sin que se le cayera la cara de vergüenza, que “es mentira que el Amazonas esté siendo devastado”.

Hubo, cómo no, en el debate Rouseff/Palop, una reconocida referencia a la llamada marcha de las Margaridas del pasado agosto en Brasilia, en la que más de cien mil campesinas e indígenas se concentraron una vez más, como cada cuatro años desde el 2000, para denunciar la explotación, la dominación y la violencia contra las mujeres.

Los negacionistas como Trump y Bolsonaro, a quienes hay que sumar tanto ultraderechista como florece en Europa, lo van a tener más difícil de lo que creen si la lucha crece. La trascendencia de la Cumbre del Clima celebrada esta semana en Naciones Unidas nadie la puede discutir y las manifestaciones de protesta de este viernes en todo el mundo exigiendo medidas urgentes -con gran protagonismo feminista en todas ellas, por cierto- han sido un éxito.

“El clima no puede esperar”; “Si el planeta fuera un banco ya lo habrían salvado"; “La avaricia enferma y mata”; “Cambia tu vida, no tu clima”; “Hay más plásticos que sentido común”; “La Tierra grita, tenemos que escuchar”; “Devorando la Tierra, reventamos”… Lemas como estos fueron paseados por jóvenes, y también por niños y niñas, por las calles de todo el mundo. El ambiente de la manifestación en Madrid, de Atocha a Sol, fue espectacular, hasta con un espacio llamado “Baby Bock", zona acotada poco después de la cabecera, para familias con niños, incluidos carritos de bebés. La temperatura decidió ponerse también a favor de la asistencia y el resultado fue alentador. 

Hay futuro si los más jóvenes continúan saliendo a las calles para cantarle las cuarenta a tanto desaprensivo. Hay futuro si las mujeres van sumando conquistas en esta lucha tan imprescindible como parece que larga. Dilma Rouseff no se lo podía creer cuando supo que en la próximas elecciones españolas no hay ni una sola mujer como cabeza de cartel en ninguna de las principales fuerzas electorales.

J.T.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Franco fuera. ¡Súbito!


¿Cómo es posible que hayan pasado 44 años y estemos todavía así? Que la familia de un dictador sanguinario lleve vacilándonos año y medio usando unas leyes cuya vigencia él nunca hubiera permitido, no deja de ser un chiste macabro, una broma de pésimo gusto. Me los imagino en su casa por las noches, partiéndose de risa entre vinos y viandas compradas con las rentas de lo mucho que nos robaron, urdiendo con sus abogados la próxima jugada de ajedrez de ellos contra todos, de una sola familia contra un país entero que aún arrastra las consecuencias de los crímenes de aquel abuelo amoral que retrasó cuarenta años nuestra incorporación al mundo libre y parió dos generaciones de españoles acojonados y divididos. Un división que es como una maldición gitana, ¿alguna vez conseguiremos que el viejo tópico de las dos Españas pase a la historia? ¿alguna vez lograremos articular nuestra convivencia sin crispación ni memoriales de agravios cada dos por tres?

Al melifluo Sánchez y su quemada vicepresidenta se les va siempre la fuerza por la boca. Antes de irnos de vacaciones… ¡el verano pasado!, ¿recuerdan?, los restos mortales de Franco iban a estar fuera del Valle de los Caídos. Ahora aseguran que eso ocurrirá, gracias a la sentencia del Supremo, antes del próximo diez de noviembre. Pedro, Carmen, ¿por qué no os calláis?, que diría el viejo soberano emérito. Tanto mareo de perdiz es un síntoma de debilidad frente a la familia de un asesino que en ningún otro lugar del mundo seguiría gozando de semejante cancha. Siempre tienen balas en la recámara, nunca mejor dicho… ¡y las usan! Letrados, monjes, jueces, ¿se puede ser más incompetente que el gobierno de Sánchez vendiendo siempre la piel del oso antes de cazarla?

o mismo les va a pasar, y a los sondeos de estos días me remito, con la convocatoria de elecciones: les puede salir el tiro por la culata. En el supuesto de que acabaran saliendo victoriosos, ya tendrían una promesa menos que cumplir. O mejor dicho, por lo menos habrían cumplido una de las promesas de la exigua legislatura recién acabada. Ahí anda todavía el torturador franquista Billy el Niño con sus medallas y su pensión correspondiente; por ahí están aún en vigor la ley mordaza, la reforma laboral de Rajoy y hasta los presupuestos de Montoro… Atreverse a sacar pecho porque los restos de Franco pueden por fin salir de donde nunca debieron estar es aún una insensatez porque, recordemos, los abogados de la familia del dictador ya han anunciado que continuarán dando la tabarra legal, y hasta hay por ahí un juez llamado Yusty dándole vueltas a una triquiñuela legal que impediría mover la losa por “los presuntos riesgos que conllevaría”.

Por otra parte está la beligerancia de los monjes del siniestro lugar, cuya resistencia no está claro cuándo parará ni hasta qué punto puede ser desautorizada. ¿A qué viene pues tanta chulería en el discurso de Sánchez ante Naciones Unidas con lo de “cerrar el ciclo” y otras ocurrencias de las que esperemos no tenga que acabar arrepintiéndose?

Vamos a ver, Pedro, Carmen y demás candidatos gubernamentales a las elecciones de noviembre, ¿por qué no os remangáis, os ponéis manos a la obra, practicáis la política de hechos consumados, dejáis de anunciar lo que vais a hacer y lo hacéis? Tiempo tendréis de contárnoslo cuando lo hayáis consumado, ¿no os parece? Otro gallo nos hubiera cantado a todos si desde el primer momento hubierais actuado con eficacia y desde la mayor discreción. Hace año y medio pagasteis la novatada, vale, pero a estas alturas… ¿cómo es posible que se os continúe yendo la fuerza por la boca?

Ya que os gustan tanto los cálculos electorales, si lo hacéis cuanto antes y sin tanto pregonarlo, a lo mejor ese golpe de efecto le viene bien a vuestras menguantes expectativas de voto, ahora que alguna encuesta refleja las dudas de un cuarenta por ciento de vuestros votantes sobre a quién elegir el diez de noviembre. Así que venga, dejad de actuar como lo niños chulos en los recreos de primaria y poneos a hacer los deberes de una vez. El Supremo ha hecho los suyos, y la sociedad civil también. Mucho estáis tardando.

J.T.

martes, 24 de septiembre de 2019

Errejón, el sexto sello


La decisión de Íñigo Errejón de presentarse a las elecciones con marca propia evidencia algo que PP y PSOE afirman tener asumido pero que, se pongan como se pongan, no acaban aún de digerir del todo. Se trata de lo siguiente: hace ya algún tiempo que no están solos en el tablero; por tanto, parece bastante difícil que el uno o el otro vuelvan a gobernar en solitario. Hasta no hace mucho tiempo, entre lo malo y lo peor solo quedaba la abstención. Ahora el abanico se ha abierto mucho más y eso nos europeíza, nos proporciona un cierto barniz de modernización y quizás hasta consiga acercar la política un poquito más a la gente joven, a tanto veinteañero que se resiste a votar a los mismos dinosaurios que sus padres y abuelos llevan colocando en las instituciones desde hace cuarenta años.

Dinosaurios muchos de ellos que no han hecho otra cosa en su vida, habituados a sobrevivir entre mamandurrias y corrupciones varias, y que ahora serían capaces hasta de matar antes que ceder su tradicional y sustanciosa porción de tarta: “Mi tesoro…”, aúllan en redes, trasladando al ciberespacio la mala leche que no pueden disimular tras la aparición de tanto niñato redicho, que es como en realidad ven a sus jóvenes adversarios políticos: unos advenedizos insoportables. Pero ¿adónde vais tan delgaditos, inquieren, si no tenéis ninguna experiencia y todavía no os ha crecido ni la barba? Pues sí, serán unos imberbes, pero a Errejón no paran de salirle novias por todos lados: Compromís, Adelante Andalucía, las Mareas, Gaspar Llamazares…

Aún así, para Pablo Iglesias el problema no es Íñigo porque este no acosa: quienes acosan, afirma, son las cloacas con informes falsos elaborados en Interior y luego divulgados por algunos medios. “Hay cosas más graves que la presentación de nuevos actores políticos, asegura, como por ejemplo cuando la CEOE o Ana Patricia Botín dicen que nosotros no podemos estar en el gobierno: eso es acoso, no que se presente Íñigo Errejón”.

Quizás Pedro Sánchez y su sanedrín 5.0 no han sido del todo conscientes de lo que supondría abrir la caja de los truenos, o sí. Aunque tuvieran prevista la aparición de Errejón, es más, aunque la hubieran auspiciado ellos, cosa que me resulta difícil creer, es imposible evitar el estrés de casino que por lo general suele conllevar toda convocatoria de elecciones. Siete semanas son una eternidad y cada día es una incógnita, demasiadas rendijas abiertas por las que cualquier sorpresa se puede colar hasta el último minuto.

A Errejón no le ha hecho falta colarse, como ha sido acusado por alguien, porque las puertas están abiertas de par en par, para quien quiera, desde este martes 24 de septiembre. Poco han tardado en el PSOE en lanzar las campanas al vuelo tras conocer la noticia y a lo peor (para ellos) acaban llevándose un disgusto. No está nada claro que la incorporación de Errejón y los suyos a la carrera electoral le quite votos a Podemos. Quizás sea más probable que se los rebañe a la abstención, e incluso a los socialistas. Y hasta a Ciudadanos, si me apuráis, dado el amplio espectro en el que se mueve la sexta formación incorporada a la pelea, preconizadora esta de esa transversalidad que parece no disgustar ni siquiera a los banqueros, los mismos que hace cinco años no pararon quietos hasta conseguir crear un Podemos de derechas. Total, que de dos partidos repartiéndose la tarta durante decenios hemos pasado ya a seis formaciones distintas pugnando por seducir a una ciudadanía cada día mas escéptica y cabreada.

Se cuenta en el Apocalipsis que la apertura del sexto sello provocó una conmoción de cielos y tierra tan violenta que las gentes creyeron entonces que había llegado el gran día del juicio final. “Y vi, se puede leer textualmente en la Biblia, cuando se abrió el sexto sello, sobrevenir un gran terremoto, y el sol se volvió negro como un tejido de crin; la luna, toda ella se volvió de sangre; y los astros del cielo cayeron sobre la tierra, como una higuera, sacudida por fuerte viento, deja caer las brevas.”

Pues eso, a ver cómo, cuándo y hacia dónde acaban cayendo las brevas. Habrá que comprarse palomitas.

J.T.

domingo, 22 de septiembre de 2019

¿Por qué no se sale más a las calles?


Que las movilizaciones de estos días no nos hagan perder la perspectiva. Bien por las exitosas protestas globales del pasado viernes, claro que sí, bien también por la Huelga Mundial por el Clima prevista para el próximo día 27. Me alegro infinito del éxito y la repercusión que, en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, tuvieron la marchas contra la violencia machista. Bien todo esto, pero… ¿ya está? ¿es suficiente con subirse al carro de las iniciativas internacionales? ¿dónde está nuestra indignación, la nuestra, la que germinó un 15 de mayo de hace ya ocho años y medio?

¿No os parece que hay demasiada docilidad en el ambiente? ¿Por qué no se sale más a las calles y a las plazas y se retoman las movilizaciones de otros tiempos? ¿dónde está aquel caudal de imaginación y frescura que desembocó en un emocionante 15-M que removió tantos cimientos e hizo reflexionar a tanta gente? Miro la página web de “Democracia Real Ya”, una de las organizaciones que promovieron todo aquello y la veo descafeinada. Visito su cuenta de twitter, donde se hacen eco de la resistencia de La Ingobernable contra el ayuntamiento de Madrid, que está muy bien, y convocan también una mani para protestar por la deficiencia de los servicios públicos. Punto.

Criticábamos a los sindicatos, ¿os acordáis?, porque les faltaba sangre en las venas y apenas movilizaban al personal. ¿Y ahora? ¿Qué ha cambiado para que se haya bajado la guardia? Tanta quietud está pidiendo a gritos ser zarandeada. Unas elecciones nunca deberían sustituir a la movilización callejera. Y mucho menos unas elecciones detrás de otras, dinámica esta que al final, además de generar un cabreo inmenso, acaba anestesiando al personal sin remedio.

Decía que han pasado ocho años y medio desde el 15-M, sí, ¿y qué hemos sacado en claro? La ultraderecha gamberra ha llegado a las instituciones, el PSOE anda cada día más derechizado aún si cabe, los juicios contra la mayor parte de los corruptos siguen sin celebrarse y los ya condenados, como Urdangarín, ahí van, tomándonos el pelo, de paseo dos días en semana cuando apenas ha transcurrido año y medio desde que fue encarcelado. La indignación por todo esto no se ve en las calles y yo lo siento, pero eso no me gusta nada. ¿Qué pasó con las mareas? ¿acaso no hay motivos para estar tan indignados o más que el 15-M? ¿han mejorado las perspectivas profesionales para la gente joven? En caso de tener la suerte de encontrar trabajo, ¿les dan los salarios para vivir, para independizarse, para construirse un porvenir, formar una familia? ¿qué pasa con el futuro de las pensiones? ¿hemos conseguido terminar con los desahucios ejecutados sin compasión por una banca primada y altanera?

Dónde están los diseñadores de las movilizaciones de aquel mayo ilusionante, los creadores de aquellos bellos eslóganes: “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, “Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo” “No somos mercancía de políticos y banqueros”, “No hay pan para tanto chorizo”, “Apaga la tele, enciende tu mente”, “No falta dinero, sobran ladrones”, “Me sobra mes al final del sueldo”, “No nos representan”. ¿Dónde están quienes se mantuvieron firmes durante semanas en las plazas de medio país?

La presencia de una fuerza como Unidas Podemos en las instituciones supuso un paso histórico para que no acabaran ganando la partida quienes quieren que la verdadera izquierda desaparezca del mapa. Y ahora, con estas elecciones, los mismos poderes de toda la vida vuelven a la carga por tierra, mar y aire. Por eso no ha habido gobierno de coalición, porque el sueño húmedo de banqueros, empresarios y de Pedro Sánchez el Insomne es impedir todo crecimiento y, si es posible, hacer fosfatina los 42 escaños de Pablo Iglesias y sus socios. Si para eso hay que promocionar a Errejón y a Rufián, pues se hace, por mucho que la frustración de este último, que ahora va de santo bendito, se deba a que ya no podrá volver a tener cogido por los bemoles –que diría él- al gobierno del PSOE cuando hubiera tocado volver a aprobar unos presupuestos.

Por todo esto, y por bastante más, me parece irrenunciable e imprescindible la movilización callejera, por muchas campañas electorales con las que se coincida. Hablaba antes de los lemas del 15-M, pero hay uno con el que lamento no estar de acuerdo en estos momentos, aquel que afirmaba que “vamos despacio porque vamos lejos”. Con la que está cayendo, amigos, ¿no os parece que ha llegado el momento de apretar el acelerador un poquito, de volver a llenar las calles y las plazas? Cabreo e indignación para ello no creo que falte.

J.T.

sábado, 21 de septiembre de 2019

¡Ojo con Vox!


Para quienes crean que el peligro ha pasado y que Vox se convertirá en una fuerza residual tras las elecciones del diez de noviembre, aviso a navegantes: ojito, ojito, queridos amigos, que las circunstancias que propiciaron sus avances en anteriores comicios continúan vivas. La discusión del pasado jueves entre Ortega Smith y el alcalde de Madrid, a plena luz del día y micrófonos mediante, evidenció hasta qué punto la ultraderecha tiene en sus manos más poder, influencia y vigencia de lo que tendemos a creernos.

La fuerza política merced a la cual Martínez Almeida consiguió el bastón de mando se le ha sublevado a los tres meses, en plena Cibeles, boicoteando, con una pancarta alternativa y sin previo aviso, un acto institucional de repulsa a la violencia de género. Patética la reacción del alcalde ante la deslealtad de Ortega y los cuatro gatos que lo acompañaban, de vergüenza ajena: “Pero hombre, Javier, ¿cómo me haces esto, hombre?” Y remató: “que ya sabes que yo no comparto ni la ideología de género ni el feminismo del ocho de marzo” ¡Toma ya!

La rebeldía de Vox salió ganadora del envite no por casualidad, ni porque el cabecilla de los negacionistas le saque un metro de estatura al alcalde, sino porque este último sabe hasta qué punto depende del grupo fascista para mantenerse en el cargo. Esa es la fuerza de Vox. Esa es la fuerza de la ultraderecha en el ayuntamiento madrileño, en la Comunidad, en Murcia… y en Andalucía.

La sombra de Vox es más alargada de lo que se tiende a pensar. Que las encuestas minimicen ese peligro es a su vez un riesgo, porque puede invitar a bajar la guardia en este extraño momento político en el que todo anda desmadrado. Los de Ciudadanos trotan como pollo sin cabeza, y tanto el PP como el PSOE tienden a frotarse las manos pensando que entre el bipartidismo de siempre se van a repartir por lo menos dos millones de votos de los naranjas. Se olvidan que las proclamas racistas y machistas de Vox continúan calando entre una más que abultada ciudadanía cabreada. Olvido que coincide, para que no falte de nada, con la inminente aparición del veredicto del “procés”. Arrimadas y Rivera ya no van a pescar en las aguas revueltas previsibles tras la publicación de la sentencia, pero Vox sí puede hacerlo.

De ese miedo a Vox pretende volver a aprovecharse Sánchez para incrementar los sufragios en su cuenta corriente. Pero aunque todo ande descabalado, quizás lo que resulte el diez de noviembre no sea exactamente lo que a día de hoy se está barajando en tertulias y sondeos publicados. Si bien la intención de Sánchez al cerrarse en banda a todo trato con UP es resucitar el bipartidismo, no es descartable que el resultado acabe siendo una fragmentación aún mayor que la actual. Quién sabe, a lo mejor con los vasos comunicantes más igualados los dos partidos hegemónicos de los últimos cuarenta años acabarían asumiendo por fin que esa etapa es difícilmente repetible.

Hay muchas anécdotas que permiten deducir que los políticos sí intuyen lo poco claro que está todo, por ejemplo los esperpénticos argumentos de Juanma Moreno defendiendo que los votantes vengan ya de casa con la papeleta metidita en el sobre, lo que denota cierto temblor de piernas: “es que hay quien en el colegio electoral no se atreve a coger la papeleta que le gustaría, es que veces no hay cabinas, es que quien se mete en ellas acaba pareciendo sospechoso de algo”...

La mayor esperanza de la derecha es que sus adversarios se peleen hasta matarse. Quizás sea por eso por lo que, excepciones como las de Juan Manuel Moreno aparte, andan más bien calladitos. Hasta se compran palomitas para asistir encantados al extraño espectáculo que las izquierdas protagonizan estos días. Para qué vamos a llevarnos bien, parecen pensar estos últimos, con lo que nos divertimos despedazándonos los unos a los otros.

Y mientras, los de Vox, imaginando gamberradas, como la del otro día en Cibeles, que le proporcionen protagonismo para volver a llenar el zurrón de xenofobia, intolerancia y machismo.
J.T.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Mi amigo el arrepentido


“Es verdad, Juan, voté al PSOE en abril y no recuerdo ninguna otra cosa de la que me haya arrepentido más en toda mi vida. Los voté por miedo, lo reconozco, por temor a Vox, por los resultados de las elecciones andaluzas en diciembre. Aquellos 12 diputados de 109 me preocuparon hasta el extremo de temer que, si tras las generales triunfaban en la misma proporción, eso significaba que las ideas racistas, la intolerancia y la nostalgia franquista podrían llegar a contar con más de 30 representantes en el Congreso de los Diputados. Los escalofríos aumentaban cuando comprobaba cómo muchas encuestas admitían la posibilidad de que sobrepasaran incluso al PP y acabaran marcando el paso de la derecha. Eso fue así, por mucho que a estas alturas suene lejano y a pocos les apetezca recordarlo.

Decidí votar a los socialistas cuando vi a Pablo Casado pasearse por los mítines con un discurso ultrafacha nunca tan explícito hasta entonces en boca de un líder del PP ¿No te acuerdas? Insultaba sin parar y, asustado por la posibilidad de que sus votantes salieran huyendo, no paró de soltar barbaridades durante toda la campaña. Tanto miedo a Vox acabó contagiándome, lo reconozco, así que caí en la trampa. Maldita la hora. No tengo remedio, amigo, en el 82 voté socialista y ya nunca más; en el 93, cuando Felipe se quedó con 159 diputados y aseguró haber entendido el mensaje pensé, ingenuo de mí, que eso significaba que llegaría a un acuerdo con Anguita, dado que los 18 escaños de Izquierda Unida eran suficientes para sumar mayoría absoluta. ¿Y qué fue lo que acabó pasando, o es que no te acuerdas? Pues que Convergència i Unió tenía 17 y los socialistas prefirieron pactar… ¡con Jordi Pujol!

Supe que me había equivocado votando al PSOE la misma noche del 28 de abril, apenas Pedro Sánchez apareció a las puertas de la madrileña calle Ferraz para celebrar la victoria y pude ver en la tele lo mucho que le costaba disimular su incomodidad cuando los allí congregados comenzaron a corear “Con Rivera, no”.

Según dicen, somos unos 350.000 quienes, como yo, en lugar de votar a Podemos en abril lo hicimos por Sánchez, pero nunca imaginé que este sería capaz de usar mi voto en contra mía. Maldita la hora, Juan, como te decía ¿Cómo puedo ser tan pardillo? Es verdad que no comparto al cien por cien las ideas de Podemos, pero son las que más se aproximan a mi manera de entender la vida. Llevo muchos años soñando con que alguna vez sea posible luchar contra la desigualad desde dentro de las instituciones ¿Qué por qué voté socialista entonces? Pues porque soy un capullo y creí que era la mejor manera de parar a Vox por un lado y propiciar un gobierno más de izquierdas por otro. He tardado en asumir que Pedro no tuvo nunca el más mínimo interés en dar cancha a Podemos. Jamás quiso pactar con ellos, como ha quedado demostrado durante estas últimas semanas, cuando se le acabaron las excusas.

¿Nuevas elecciones? Pues volveré a votar a Podemos y a ver qué pasa. En el PSOE, aunque son muy duros de mollera, digo yo que alguna vez tendrán que bajarse del burro, ¿no? ¿O van a seguir toda la vida mirando hacia la derecha? Les está costando entender que la manera de hacer política en este país ha cambiado y ya no se puede aspirar a perpetuar usos, modos y maneras de otros tiempos. Estarás de acuerdo en que por mucho que repitan elecciones, los datos no reflejarán nunca lo que ellos quieren, ¿no te parece? La verdad es que entiendo a quienes están hasta las narices, a tantos amigos tuyos y míos que a día de hoy aseguran que no piensan volver a votar ni locos. Yo no fallaré: el 10 de noviembre acudiré a votar a Podemos con la papeleta entre los dientes.”

Por la transcripción
J.T.

Foto Pool/EP

sábado, 14 de septiembre de 2019

Socialistas cabreados


Estoy rodeado de gente progre, o presuntamente progre, cabreada conmigo. Les molesta que defienda la necesidad de un gobierno de coalición, o que critique la cerrazón de Pedro Sánchez y su sanedrín ante un momento histórico que quizá no vuelva a repetirse. Pero lo peor no es eso, lo peor es que cuento además, entre mis ilustres amistades, con votantes –y algo más que votantes- de Podemos que tampoco creen imprescindible formar parte de un gobierno para votar la investidura de manera favorable; que bastaría, dicen, con llegar a algún que otro acuerdo de mínimos.

Luego vendrán los arrepentimientos, vaticinan. Y yo no acabo de dar crédito cuando escucho esto último, porque se trata del mismo argumento que repiten quienes nunca pensaron en serio en la posibilidad de compartir el poder, los mismos que llevan desde abril apostando por una repetición de elecciones. Ya se les ofreció en julio el gobierno de coalición, ¿por qué no lo aceptaron?, insisten aun sabiendo como saben que se trataba de una oferta improvisada con la boca chica, cuando solo quedaba un fin de semana para la sesión de investidura, y realizada tras la decisión de Iglesias de hacerse a un lado al proclamar Sánchez públicamente que el único escollo para llegar a un acuerdo era el secretario general de Podemos. Pero que corra la consigna porque, aunque no resista el mínimo análisis en profundidad, ya se sabe lo que ocurre cuando una mentira se repite mil veces.

Enamorados de la línea Errejón, muchos de mis amigos socialdemócratas no dejan de rezar para que este se decida a montar un partido cuanto antes y entonces sí, entonces que haya coalición. O fusión por absorción, quién sabe. Pero quienes defienden esta opción saben de sobra que la verdadera fuerza del proyecto Podemos, por muchas discrepancias y desavenencias que puedan existir en su seno, procede del enorme caudal de indignación que consiguió concentrar el 15M. Que aquellos acontecimientos fueran el germen del nacimiento de una formación política potente que acabó poniendo de los nervios a los poderosos quienes, apenas se sintieron en peligro, no dudaron en emplear su más pesada artillería para dinamitarla cuanto antes. Cinco años largos llevan en el empeño.

Si Podemos no hubiera nacido, Pedro Sánchez no existiría. Puede que ni hubiera dimitido Rubalcaba. Y si hubiera ganado la primera vez, jamás habría resucitado tras la asonada que le montaron en su propio partido. Ni habría conseguido apoyos para plantear a Rajoy una moción de censura. Hay mucho troll que me honra con granados insultos cuando desarrollo en redes alguna de estas ideas, pero también hay amigos, hartos de regalarme “likes” cuando critico al Partido Popular o a Ciudadanos, que se rebotan cuando hago lo mismo con el PSOE o con “su Pedro”, el mismo Pedro al que hasta hace poco ponían a caldo cada dos por tres, el mismo Pedro al que hasta anteayer mismo querían volver a mandar a los infiernos con urgencia. Pero ahora ya no, ahora les gusta porque le mete caña a Pablo Iglesias y porque por fin conseguirá gobernar con Ciudadanos cuando se celebren nuevas elecciones, que por lo visto es lo único que les tranquiliza, la máxima aspiración de buena parte de los socialistas en nómina.

Lo siento, Miguel Ángel, José Manuel, Juan Ramón, tan amigos de toda la vida como incondicionales del PSOE. Soy el mismo cuando repruebo al PP que cuando lo hago con vuestro partido. El mismo al que aplaudís en facebook y en twitter cuando critico a la derecha de siempre, que aquel con el que os cabreáis cuando hablo del evidente alejamiento de la izquierda por parte de vuestra amada formación. Lo malo de todo esto, manda narices, es que al final acaben resintiéndose los afectos.

J.T.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Convertir la desgracia ajena en dinero es una canallada


La información de sucesos también se puede hacer con dignidad. Se puede y se debe, y tanto las asociaciones de la prensa como los colegios profesionales de periodistas tendrían que poner de su parte para que esto fuera posible.

Tras la desprejuiciada explotación de la desgracia de la familia Fernández Ochoa que hemos vivido durante la última semana en los alrededores de Cercedilla, a partir del lunes día nueve se avecina otro circo, esta vez en Almería, con el comienzo del juicio a Ana Julia Quezada, la autora confesa, hace ahora año y medio, de la muerte en Cabo de Gata del pequeño de ocho años Gabriel Cruz.

Convertir la desgracia ajena en dinero merced a la retransmisión minuto a minuto de los pormenores de una tragedia familiar es una canallada. Y la espiral competitiva por ver quién va más allá en la pormenorización de datos que no aportan nada sustancial al conocimiento de los hechos, pero sí incrementan el sufrimiento de las personas implicadas en el infortunio, parece aumentar en cada acontecimiento tremendo que nos toca vivir.

Creo que tanto el niño Gabriel, al que en su familia llamaban “el Pescaíto”, como sus padres, Patricia y Ángel, se merecen un respeto que, a juzgar por lo que se va viendo, no van a tener. Hijo de padres separados, Gabriel desapareció en Las Negras a finales de febrero de 2018 y once días después la nueva pareja de su padre fue detenida cuando transportaba el cadáver del pequeño en el maletero de su coche. Seguro que recuerdan el caso, pero si no fuera así, mucho me temo que los medios se van a encargar de hacerlo, sin escatimar detalles, durante los ocho días que está previsto dure el juicio. Un juicio con jurado popular que, aunque comienza el lunes, que ya está llenando los hoteles almerienses de reporteros dispuestos a refrescarnos la memoria en informativos y programas desde este mismo fin de semana.

Recuerdo a comienzos de año la cobertura concedida al accidente en Totalán (Málaga) de Julen, el niño de dos años que cayó a un pozo de veinticinco centímetros de diámetro y no puedo menos que avergonzarme de la profesión a la que pertenezco. La manera en como se trató en muchos programas de televisión el juicio a los cinco violadores de La Manada y la nula consideración dispensada a su víctima me pareció una transgresión moral que pide a gritos la creación urgente de un tribunal ético que ponga coto a tamaños desmanes.

¿Seremos capaces esta vez de respetar la memoria del pequeño Gabriel y el derecho a encontrar la paz de sus padres? El veterano presentador de la BBC Martin Lewis, dedicó buena parte de su vida profesional a repetir que no es verdad que para conseguir audiencia sea imprescindible explotar el morbo. Y si lo fuera, es obligado no rebasar ciertos límites porque, de lo contrario, y en nombre de la sacrosanta audiencia, acabarían retransmitiéndose en directo hasta las ejecuciones de sentencias a muerte.

Que los periodistas informemos con calidad y rigor es un derecho ciudadano. No es verdad, y continuaré repitiéndolo cuantas veces haga falta, que el periodista haya de plegarse a las exigencias de quien le paga. La dignidad del oficio se puede defender y la trascendencia de lo que contamos no puede supeditarse a la vocación manipuladora de los propietarios de los medios. Somos testigos privilegiados de lo que ocurre, estamos en los sitios en nombre de todos los que luego nos leen, ven o escuchan, y la labor de intermediario honesto no puede ser negociable.

El Consejo Audiovisual de Andalucía hizo público el pasado miércoles un comunicado en el que, temiéndose lo peor en el juicio a Ana Julia Quezada, reclama respeto en el tratamiento informativo y apela a la adopción y cumplimiento de normas deontológicas que concilien el derecho y la libertad de informar con el deber de difundir siempre información veraz y rigurosa”.

En palabras de Roger Jiménez, autor de La ética periodística en tiempos de precariedad, “no se trata de ocultar la verdad, ni de sublimarla con un falso optimismo hedonista, sino de explicar los hechos sin estridencias y con la mente puesta en los elementos del contenido informativo.” Si lo hacemos así,la audiencia, que es bastante más sabia de lo que muchos programadores de televisión y confeccionadores de escaletas creen, sabrá valorarlo.

J.T.
Fotos: José Luis Roca y EFE

lunes, 2 de septiembre de 2019

El juicio por la muerte del pequeño Gabriel no debe ser un circo


Por si la agenda informativa de septiembre no viniera ya suficientemente cargada, el próximo lunes comienza en Almería el juicio a Ana Julia Quezada, autora confesa de la muerte del pequeño Gabriel Cruz. Miedo me da. Dieciocho meses han pasado desde aquellos tristes días de infausto recuerdo en Las Negras, entre otras muchas cosas por la vergonzosa cobertura que le dispensaron las televisiones a una historia tan espantosa. Año y medio hace ya de aquella intensa búsqueda, en buena parte del parque natural de Cabo de Gata, de un niño de ocho años cuya extraña desaparición introdujo el dolor en la vida de sus padres separados, acompañados la mayoría de las veces por la nueva pareja del padre, siempre junto a él cariñosa y afligida, hasta que fue detenida como presunta responsable de la muerte de la criatura.

Ni el pequeño Gabriel ni sus padres se merecen un nuevo circo. Ellos fueron sobradamente educados con los medios y, tras el terrible desenlace, dieron las gracias conmovidos porque creyeron que sin la repercusión mediática que tuvo, quizás el caso no se hubiera resuelto tan rápidamente. Pero eso no es verdad, la policía y la guardia civil estaban haciendo su trabajo de manera minuciosa, y si se logró encontrar el cuerpo del pequeño y detener a su presunta asesina fue porque en todo momento actuaron con profesionalidad y competencia.

Durante el año y medio transcurrido desde aquel febrero de 2018, Patricia Ramírez y Ángel Cruz seguro que han tenido tiempo para recapitular sobre todo lo que sucedió. Desconozco cómo han gestionado el duelo, ni en qué condiciones anímicas llegan ahora al juicio la madre y el padre del pequeño Gabriel, pero sería deseable que durante estos días de trasiego en los juzgados se les dejara lo más en paz posible. Sus abogados y la Fiscalía han solicitado para la autora confesa del crimen prisión permanente revisable. Un jurado popular de nueve miembros decidirá si es culpable o no de los delitos que se le imputan, uno de asesinato y dos de lesiones psíquicas a los padres. El juicio se prevé que dure ocho días, estará abierto a los medios de comunicación, y en principio quedará visto para sentencia el miércoles 18 de septiembre.

A una semana del comienzo, ya hay acreditado medio centenar de medios para el seguimiento de la vista oral ¿Volveremos a la indecencia, a la explotación del morbo sin contemplaciones, o esta vez seremos capaces de establecer límites para que los padres se sientan respetados y la acusada tenga un juicio justo? ¿Volverán los platós a especular con los aspectos más morbosos del caso y los realizadores a cebarse repitiendo una y otra vez las imágenes de aquellos días?

Quienes como yo vieran trabajar en su día a reporteros de sucesos como Pedro Costa, Margarita Landi, Paco Pérez Abellán o Jesús Duva y siguieran sus crónicas con interés, seguro que se están preguntando cómo habrían tratado a día de hoy estos colegas un asunto como la desaparición y muerte del pequeño Gabriel. Ellos contaban todo lo que había que saber, no defraudaban al lector, pero sabían hacerlo respetando al mismo tiempo el dolor y la intimidad de las víctimas y sus familias. Ahora que llega el juicio no sé cómo se comportarían ellos y otros muchos cuyo trabajo con material tan sensible no les impidió nunca centrarse en los hechos, no sé qué harían si se vieran obligados a actuar con la desfachatez y el desprejuicio que, de un tiempo a esta parte, destilan tantos espacios televisivos. Pero creo no estar equivocado si aventuro que resistirían, que sabrían dotar de interés lo que contaran sin perder por ello un enfoque respetuoso.

Para los padres del pequeño Gabriel va a suponer un duro golpe tener que volver a ver en persona a la acusada de la muerte de su hijo. Van a ser unos días muy traumáticos para ellos, porque en el juicio se escucharán los pormenores de todo lo que ocurrió y se repasarán con detalle unos hechos de los que sin duda necesitan pasar página de una vez para recuperar la paz a la que tienen derecho. No creo que el bucle en el que se encuentran les haga perder la perspectiva y acaben entrando en el juego. Si creen que están en deuda con alguien, no es así. No les deben nada a nadie, y mucho menos a unas televisiones que ganaron dinero a espuertas durante los quince días que duró la retransmisión en directo, casi minuto a minuto, de su desgracia.

Esta espeluznante historia, y la memoria del pequeño Gabriel, merecerían que los medios de comunicación nos propusiéramos respetar ciertos límites, entre otras cosas porque sería una buena manera de empezar también a respetarnos a nosotros mismos. No va a aportar nada, ni a la justicia, ni a la familia, ni mucho menos al pequeño Gabriel, que volvamos a llenar horas y horas de programación dándole vueltas y más vueltas a las circunstancias de su infortunio.

El “pescaíto”, como le llamaba cariñosamente su familia, merece descansar en paz. Y la profesión periodística, no desperdiciar una oportunidad de respetar su memoria, dignificar el oficio y demostrar que, para informar con precisión, no tiene por qué ser imprescindible que nos comportemos como buitres carroñeros.

J.T.