jueves, 28 de marzo de 2013

Pilatos no quería problemas


El Nazareno era un tozudo y Pilatos un superviviente.

La historia lleva dos mil años vigente y la mayor parte de la humanidad se la sabe de memoria desde chiquitita. Pues bien, aún así, nos comportamos como si no hubiéramos aprendido nada.

 Pilatos ejercía un poder delegado, a miles de kilómetros de Roma, sobre unos ciudadanos que él debía pensar que estaban pirados pero con los que no quería tener problemas.

- Que dice que es hijo de Dios, el muy sacrílego. Danos tu permiso para cargárnoslo

- Serenidad, chicos, serenidad. Que tengo aquí un preso llamado Barrabás además de al vuestro. Venga. A ver. Elegid uno para librarse de la muerte.

- A Barrabás

Ahí fue cuando Pilatos se lavó las manos y la conciencia, decidió que había hecho lo que había podido para quitarse el marrón de encima y, sintiéndolo mucho, mandó al nazareno camino del monte Calvario para que lo crucificaran.

Cuando alguien ejerce el poder por delegación es mucho más peligroso que el que tiene el poder mismo. Hay muchos Pilatos repartidos por el mundo que lo único que quieren es que nada perturbe la comodidad de su sillón de provincias. Problemas, los imprescindibles, es decir, ninguno. Y si le traen alguien a quien aplicarle la ley porque es un cabezón que no se quiere bajar del burro, pues él se lo ha buscado. Que no se hubiera puesto tan chulo.

J.T.

lunes, 25 de marzo de 2013

La erótica del poder


El poder es más maña que fuerza. Por lo general el poderoso suele ser un personaje débil, escaso, escuchimizado, poca cosa en definitiva. Acomplejado, pero con una mala leche inversamente proporcional a su envergadura humana. El poderoso acaba siéndolo porque hubo un momento dado de su vida en que se las ingenió para hacerse temer. La conciencia de su insignificancia procuró suplirla usando armas y artimañas contundentes. 

Cuando consigue auparse al puente de mando, el poderoso suele haber dejado atrás un sobrecogedor reguero de cadáveres. Figurados, pero a veces reales. A los que acaban siendo "amados líderes" les pone mucho saberse amos y señores de los destinos de la gente, manejar a los súbditos a su antojo. Porque para ellos no son ciudadanos, trabajadores o empleados. Son súbditos, rebaño, kleenex de usar y tirar cuyas vidas y haciendas dependen de la capacidad que demuestren para rendirles pleitesía. 

El poderoso no es inmoral. No es inmoral porque es "amoral", es decir, carente por completo de moral alguna. Ni siente ni padece. Por supuesto posee características de sicópata: es simpático, hipócrita... e implacable. Seductor, buen conversador, encantador de serpientes que promete hasta que mete y una vez metido nada de lo prometido.

Quienes le rodean sobreviven porque aprenden a arrastrarse, a hacerle la pelota, a no llevar nunca la contraria al "amado líder". El que no lo hace así, va cayendo lentamente en desgracia hasta que se lo traga la tierra. A veces literalmente. Quienes componen el sanedrín de un poderoso demuestran su "inquebrantable" fidelidad comportándose con más crueldad y desprecio hacia los que tienen debajo que la que tendría el poderoso mismo.

El poderoso es cruel y le gusta. Y cuando es generoso, más vale que te des por jodido. Antes o después te reclamará el "favor". Pagarás tu precio. El poderoso es tramposo y disfruta siéndolo. Es cínico y lo saborea, se recrea en la suerte. Al poderoso le excita poderosamente el ejercicio del poder.

Por eso nunca se quiere ir. No es por dinero ni por vanidad, que también. Es porque cada mañana, cuando se levanta y se sabe con el destino de miles, millones de personas en sus manos, experimenta tanto o más placer que si estuviera echando el mayor y mejor polvo de su vida. Un orgasmo periódico, permanente, un placer que no le impide saber que, si algún día abandona el puesto su vida, su hacienda y todo lo que edificó sobre el miedo y la humillación de los demás correrá serio peligro.

J.T.

viernes, 22 de marzo de 2013

La máxima del pp: Cuanto mayor sea el embrollo, mayor será la confusión


Llegaron al poder tras ocho años sin hacer nada y se mantienen en él mintiendo y liándolo todo. Embrollo tras embrollo. Con el caso Bárcenas, un asunto tan sangrante que pide a gritos  que rueden cabezas de una vez, ya están empezando a conseguir su objetivo. 

Está todo tan liado, se complica tanto la historia a medida que pasan los días, el embrollo es de tal calibre, es una telenovela tan mala… que al final consiguen que perdamos el hilo y las ganas de saber cómo acabará. 

De eso creo que se trata. Eso es lo que intentan, que nos aburra el panorama, que perdamos la paciencia viendo cómo transcurre el tiempo y ningún “malo” paga por sus fechorías. Se tiran tantas semanas, tantos meses, tantos años siendo presuntos malos que cuando al final los procesan, les señalan juicio, incluso los condenan, el respetable ya ha abandonado su localidad y se ha marchado a casa harto de esperar. 

Parapetado tras tanto embrollo, el gobierno sobrevive y huye hacia adelante incrementando hasta tal punto el memorial de agravios que nos resulta cada vez más difícil llevar la cuenta. Este viernes el tal Bárcenas se ha superado a sí mismo y ha elevado el listón de la chulería. La enorme dimensión de su soberbia permite deducir que si la esgrime, es porque se lo puede permitir. 

Tiene Bárcenas a dos jueces disputándose sus comparecencias y hoy, rizando el rizo, se ha negado a declarar, que dice el hombre que está harto ya de tanto ir a los juzgados. Además ha anunciado que no le dirá nada más a ningún juez, se llame Ruz, Bermúdez o como se llame y se ha negado también a repetir una prueba caligráfica invalidada por los ardides infantiles que utilizó para realizarla. 

Me parece ya demasiado vacile impune. El suma y sigue del propietario de una cara de cemento que se ha permitido guardar cabezas de arce y equipos de esquiar en los sótanos de su empresa-partido, hacer peinetas en los aeropuertos, usar abrigos como los de Al Capone y denunciar a sus teóricos superiores por despido improcedente en abierta contradicción con las versiones que ellos/ellas habían facilitado del affaire. 

Bárcenas ha puesto ya en la picota y en ridículo a la mitad del partido para el que partió y repartió durante años. Y su jefe máximo, mirando al tendido como si la fiesta no fuera con él. 

 P.D. Fabra, ex presidente del PP de Castellón, será juzgado finalmente por cohecho, tráfico de influencias y fraude fiscal más de nueve años después de que se iniciara el procedimiento contra él. El Tribunal Supremo ha decidido revisar ahora también la absolución de Camps por el caso de los trajes… Sí. Todo llega, pero insisto: es todo tan lento, y se lía mientras tanto todo de tal manera, que cuando llegan estas noticias ya es que casi te da pereza hasta alegrarte. 

 J.T.

domingo, 17 de marzo de 2013

Caridad cristiana. Vuelve el espíritu de Alberto Oliveras y "Ustedes son formidables"

Cada viernes por la mañana, antes de irse a trabajar, mi padre preparaba unas cuantas monedas de perra gorda, alguna vez de dos reales, para los pobres que una vez a la semana tocaban el picaporte de la puerta de nuestra casa para recoger su limosna.

Éramos pobres como ratas, pero ellos eran más pobres todavía. Eran "nuestros pobres": La "Muda", cargada de hijos y de moratones cuyo autor, su marido, claro, tenía como única ocupación arrear los caballos del coche fúnebre cada vez que alguien del pueblo pasaba a mejor vida; el "Matamoros", un entrañable anciano, impedido, que debía su apodo a haber estado combatiendo en Marruecos...

Por la noche, década de los cincuenta, primeros sesenta, escuchábamos Radio Intercontinental, Pepe Iglesias "El Zorro", Matilde, Perico y Periquín... y en la Ser "Ustedes son formidables", un programa de incuestionable éxito cuya sintonía eran los primeros compases del cuarto movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorak. Lo conducía un monstruo de la radio, Alberto Oliveras, tan eficaz en su trabajo como inconsecuente -al menos así me lo pareció a mi siempre- entre lo que predicaba y lo que practicaba. 

Oliveras vivía en París a todo lujo y cada semana se trasladaba a Madrid para conducir un programa de radio en el que ¡pedía limosna! 

Primero se presentaba el caso: alguien que necesitaba unas simples muletas para caminar, o dinero para ser operado de un tumor, o muebles por haber sido víctimas de una inundación... Se abrían los teléfonos y gente a la que en muchos casos le faltaba para cubrir sus necesidades más primarias se desprendía de unas cuantas pesetas entre lágrimas, emoción y aplausos, y se comprometía a ingresarlas en la cuenta de "Ustedes son formidables". Me cuentan que ya existe algún programa de televisión mañanero que funciona con esquema similar.

Caridad, beneficencia, compasión. Ese era el mundo que, desde hace ya un par de décadas largas, habíamos dejado atrás felizmente. Pero no, parece que volvemos: Caridad, no derechos. Limosnas, no posibilidades de tener trabajo. Favores, no conquistas sociales.

El programa de Alberto Oliveras resolvía problemas que tenía que resolver el Estado, pero el Estado estaba, como parece que vuelve a estar, más preocupado por blindar los privilegios de los poderosos que por ocuparse de los problemas de los más desfavorecidos. 

Los ricos, para sentirse verdaderamente ricos, tienen que tener "sus pobres" a los que graciosamente socorrer para así poder garantizarse que los tienen pillados por los huevos, serviles y agradecidos. 

Que el fantasma del programa de Alberto Oliveras vuelva a planear sobre nuestras cabezas -lo que significa que los pobres volveremos a ayudarnos los unos a los otros mientras los ricos nos sacan la sangre- es un trágico síntoma de que no sólo vamos para atrás como los cangrejos, sino de que quienes están a cargo del chiringuito no tienen ningún interés en que mejoren las cosas. 

J.T.

viernes, 15 de marzo de 2013

El gobierno del pp penaliza a los mayores de 55 años

Cuando éramos niños en mi casa solo había pan con sobrasada para desayunar. De merienda, como mucho, una onza de chocolate. No teníamos cuarto de baño cuando nací. No sabíamos lo que era el butano ni la lavadora. Comprábamos barras de hielo que troceábamos para que la comida no se echara a perder y la bebida no estuviera caliente. Mi ropa era en un buen porcentaje lo que heredaba de mis primos mayores.

A los diez años gané mis primeras pesetas como recadero en la farmacia del pueblo durante el verano y desde los 14 trabajé regularmente todas las vacaciones de mi vida. Estudié con becas, los veranos de la universidad los pasé en Mallorca, en Menorca, en Amberes... ahorrando para pagarme los estudios y poder mandar también dinero a casa.

Mi primera hipoteca la pagué al 18 por ciento de interés y cuando me separé me quedé sin casa, pasé pensión y tuve que empezar de nuevo. Conseguí un trabajo que me gustaba menos que el que tenía, pero en el que me pagaban más; volví a separarme por segunda vez bastantes años después, de nuevo fuera de casa, otra vez pensión... No pasa nada, ya me desquitaré cuando llegue a los sesenta, pensaba, confiando en los años cotizados, recordando cómo habían sido los últimos años de mi padre, los mejores de su vida, y en la cobertura social de la que aún dispone mi madre a los 85 años.

He llegado a los sesenta y... qué ocurre ahora? Pues que el gobierno de mi país ha decidido que los de mi edad somos sospechosos de ser vagos, de querer aprovecharnos del sistema, de no querer dar un palo al agua y ha decidido restringirnos derechos y posibilidades hasta ahora vigentes. Derechos cuya desaparición nos mantiene como tristes trapecistas de la vida, en la cuerda floja Y practicando peligrosísimos equilibrios.

Desde pequeños, siempre en el filo de la navaja y sin verle el final al cuento. Mis hijas y mis amigos saben que no solo no me importa trabajar todo lo que sea necesario sino que suelo disfrutar con ello. Pero reclamo mi derecho, porque hasta este viernes ha sido un derecho, a empezar a levantar pedal y a no ser tratado por ello como sospechoso, que es lo que ha hecho el gobierno del PP con el decreto aprobado este viernes en el consejo de ministros. Un decreto al que han tenido la cara dura de ponerle como título "Medidas para favorecer la continuidad de la vida laboral de los trabajadores de mayor edad y promover el envejecimiento activo". Encima, recochineo. Si no me crees, pincha en este link.

No es mi estilo quejarme, no es mi intención que este desahogo parezca un alegato victimista. No solo no me asustan las dificultades sino que me crezco ante ellas, pero es que ¡manda cojones!

Definitivamente, la generación a la que pertenezco es una generación de pringaos.

J.T.

Necesitamos muchas Candelas Peña


Este domingo se cumple un mes del aldabonazo que Candela Peña soltó la noche de los premios Goya 2013. Soy de los que piensan que los altavoces están para utilizarlos y eso fue exactamente lo que hizo la catalana de Gavá, reconocida aquella noche como mejor actriz de reparto por su interpretación en "Una pistola en cada mano", de Cesc Gay.

¿Os acordáis? Candela aprovechó su turno de palabra tras recoger el galardón para denunciar la carencia de mantas y de agua en un hospital público, el hospital donde falleció su padre. Sé de lo que habla. Por razones que me gustaría no estar viviendo, frecuento hospitales con cierta asiduidad en los últimos meses y compruebo cómo, a medida que transcurre el tiempo y se suceden las estancias, la carencia de medios es más ostensible.

Hace unos dos meses, en una de mis últimas visitas,encontré en la pared de la habitación del hospital un aviso de los trabajadores pidiendo disculpas si se percibían desatenciones en algún momento. Lo atribuían a la reducción del número de enfermeras por planta que acababa de producirse. En Urgencias, el pasado martes, tuve que ejercer de camillero desde la sala de espera hasta la consulta porque los auxiliares eran menos de los necesarios y estaban desbordados. La carencia de agua que denunciaba Carmela hace tiempo que no la percibimos, pero porque somos nosotros mismos quienes nos hemos ido surtiendo de existencias en una máquina expendedora convenientemente colocada en el pasillo. Eso sí, los vasos de plástico hay que perseguirlos, o traérselos directamente de casa porque los administran con cuentagotas.

De momento, si se nos apura, estamos hablando de asuntos ciertamente menores, pero nada permite deducir que las cosas vayan a mejorar a corto plazo. Son señales, señales de que hemos iniciado una cuesta abajo que, si continúa así, pronto amenazará seriamente la calidad de una sanidad pública que ha sido ejemplar durante muchos años.

El gobierno del PP tiene muy claro que quiere darle un golpe de timón al funcionamiento de la sanidad. La privada tiene que comerle terreno a la pública por civil o por lo militar. En el caso de Andalucía, donde todavía gobierna la izquierda, se resisten como gato panza arriba a que eso suceda, pero sobre su gestión pende la amenaza de la ausencia de "combustible". El grifo del dinero lo tienen al otro lado de Despeñaperros, donde es un hecho que la asistencia pública disminuye por días en favor de los centros privados y concertados. Y peor todavía: quienes tiene la potestad de abrir o cerrar ese grifo, a veces lo abren para pagar directamente a proveedores del gobierno andaluz dejando a éste a los pies de los caballos.

Por eso cuando alguien denuncia públicamente algo, como fue el caso de Candela Peña en la ceremonia de entrega de los premios Goya 2013, lo importante no es la literalidad de la denuncia sino la fuerza y la repercusión que puede llegar a adquirir si se elige un entorno oportuno y un momento adecuado.

Y a fe que lo fue, a tenor de las furibundas reacciones que se produjeron descalificando y hasta insultando a la atribulada actriz. Candela Peña, tras un atril en los premios Goya denunciando que su padre murió en un hospital en el que faltaban mantas y agua es demasiada verdad desnuda, demasiada vida real, de la de a pie de calle, puesta en evidencia en un entorno todo él  fashion y glamuroso.

Parece evidente que les rechinó, les irritó, les violentó tanta verdad, tanta vida real. Por eso me pareció oportuno.Y efectivo. Quienes estamos viviendo en los últimos meses experiencias hospitalarias sabemos bien hasta qué punto llamadas de atención como la de Candela, aldabonazos como el suyo en un escenario donde lo que se dice obtiene trascendencia, son más útiles que muchos manifiestos, incluso que muchas denuncias en los juzgados.

J.T.

jueves, 14 de marzo de 2013

Jerga católica hasta en la sopa

Jorge Mario Bergoglio, flamante jefe del Estado Vaticano y nuevo responsable de la iglesia católica

Asumir la jerga de aquello de lo que se informa es olvidar que el periodismo consiste en hablar lo más clarito posible sobre algo que el común de los mortales no conoce y nosotros le queremos contar.

Los profesionales de la información estamos básicamente para eso: para servir, masticado y a ser posible bien digerido a quien no entiende algo, aquello que tenemos la oportunidad de conocer de primera mano.

Estamos para hablarle bien clarito a los lectores, a los oyentes, a los televidentes. Sin contaminarlos. Nuestra obligación es que no queden dudas sobre lo que contamos a aquellas personas a quienes puede interesar una determinada información. Y para eso tenemos que emplear el lenguaje de la calle: ni tecnicismos, ni perífrasis, ni frases enrevesadas ni jergas empleadas por grupos o instituciones cuya información estemos cubriendo.

Cuando un periodista cuenta una historia o elabora una información salpicada de frases ininteligibles, cuando usa expresiones propias de la jerga específica del acontecimiento que cubre puede ser por una de las siguientes razones:

1. Se ha dedicado a repetir como un papagayo lo que ha anotado en su cuaderno sin entender lo que está contando.
2. Se ha limitado a copiar y pegar.
3. Le interesa más la opinión que sobre su trabajo tienen sus fuentes que la que puedan tener sus  lectores.
4. Está reproduciendo mensajes mediante el uso de una jerga concreta... Y si hace esto último puede ser por dos cosas:
- porque apuesta conscientemente por ese enfoque, que suele ser especializado y confuso como ocurre en buena parte de las informaciones económicas o judiciales
- o porque ha sido abducido por el ambiente, la emoción o el entorno. Una especie de síndrome de Estocolmo que le impide mantener la perspectiva necesaria para informar sobre lo que está viendo, que no protagonizando.

Repito: los informadores no podemos permitirnos el lujo de hacernos eco de la jergas si queremos hacer bien nuestro trabajo.

Todo esto viene a cuento de lo insoportable que me está resultando estos días leer y escuchar machaconamente expresiones como "santo padre", "estamos en manos de espíritu santo", "el mandato del evangelio", "el mensaje de cristo"... y así decenas, centenares de expresiones sin duda muy pertinentes en el seno de la organización a la que pertenece el flamante jefe del Estado Vaticano pero en absoluto imprescindibles para informar en los medios de lo que está sucediendo en Roma.

Una información a la que, faltaría más, no le niego en absoluto su indiscutible trascendencia pero para la que reclamo el uso de un lenguaje laico, aséptico y neutro a la hora de elaborarla y transmitirla. Lo digo porque no he conseguido en estos últimos días leer ni oír una sola información elaborada con la prescriptiva y deseable distancia.

Como me preguntaba yo antes, ¿qué es lo que pasa aqui?, ¿se trata de una abducción generalizada, de un síndrome de Estocolmo colectivo?; ¿nos ha entrado de pronto a los periodistas un repentino ataque de amnesia y nos hemos olvidado que en las informaciones no caben los adjetivos, ni los juicios de valor, ni las palabras de uso interno de una organización por muy iglesia católica que sea?

El país laico que preconiza nuestra Constitución merece informaciones más asépticas y objetivas. Aunque estemos hablando del Papa de Roma. O precisamente por eso.

J.T.

lunes, 11 de marzo de 2013

Todo por el líder

Óscar López. todo por Rubalcaba

María Dolores de Cospedal, todo por Rajoy

Óscar López, número tres del PSOE, ha escenificado este lunes una patética pantomima para asumir el impresentable episodio de la moción de censura de Ponferrada y lo ha hecho amagando con marcharse para que la cúpula de su organización le dijera no hombre, no, quédate que te queremos, lo que es una manera de decir gracias por poner el careto, querido, que la hemos cagao bien cagá y a ver cómo salimos de ésta.

Ser segundo de a bordo en una organización de enjundia, o tercero en este caso, es lo que tiene: que has de tener el careto siempre expuesto. Expuesto a que te lo partan. Por la causa, por la organización, por la supervivencia, por el mantenimiento del tinglado, por el preclaro líder... Preclaros líderes valientes ellos aunque como Mariano Rajoy de nuevo este lunes, manifiesten cierta querencia a escaparse por los garajes.

Preclaros líderes que, cuando sus segundos llevan ya días metiendo la pata, salen en su defensa como ha hecho este lunes el pepero jefe con María Dolores de Cospedal ponderando su fidelidad, su lealtad, su sacrificio, su entrega y su disposición para no decirle nunca que no. Otorgándole su respaldo aunque aunque ella se trastabille en infumables comparecencias para defender lo indefendible y tenga que hacer una y otra vez encaje de bolillos para evitar pronunciar el apellido de "el-que- no-se-puede-nombrar".

Esto de ser segundo, o tercero, en la pirámide de poder la verdad es que no está suficientemente pagado. Cuando aceptas el puesto sabes que te toca comerte todos los marrones, lidiar siempre con las más feas, asumir las cagadas, hacer en definitiva de mamporrero para que el preclaro líder permanezca lo más impoluto posible. Que se lo digan si no, y hoy no vamos a salir de España, a Barrionuevo, a Álvarez Cascos o al mismísimo Alfonso Guerra a quien su amigo González, colega de toda la vida, dejó tirado cuando siendo su vicepresidente se vio obligado a dimitir en 1990 por un asunto de su hermano Juan a pesar de que el ínclito líder había proclamado a los cuatro vientos que si su amigo se iba se marcharía él también. "Dos por el precio de uno", había dicho Felipe. Já.

A veces esa capacidad de aguante de los segundos de a bordo, esa paciencia para soportar carros y carretas llega a tener su premio. Como en el caso de Nicolás Maduro, flamante presidente provisional de Venezuela, que yo ponderaba en mi post de ese domingo. En otras ocasiones, que suelen ser la mayoría, lo que le ocurre a estos sufridores en la sombra es que se les queda una cara de pringaos descomunal cuando comprueban que ni los cadáveres que han ido dejando por el camino ni los dolores de espalda que sufren por tanto doblar el espinazo les acaban sirviendo para nada.

J.T.

domingo, 10 de marzo de 2013

La rentabilidad de la sumisión

Nicolás Maduro

Desayunaba yo el pasado 9 de diciembre en un bar de El Pedroso antes de iniciar una caminata de seis horas por los senderos de la sierra norte sevillana cuando en la tele apareció de pronto un contrito Hugo Chávez que se expresaba con sobrecogedora determinación. La frase que pronunció y que a continuación reproduzco me permitió deducir que la enfermedad que sufría el presidente venezolano le había condenado ya a muerte de manera irremediable:

"Si se presentara alguna circunstancia -dijo textualmente Chávez- que me inhabilitara para continuar al frente de la presidencia, Maduro debe concluir. Mi opinión firme, absoluta, total, irrevocable es que en ese escenario, ustedes elijan a Nicolás Maduro como nuevo presidente de Venezuela".

Quién era Nicolás Maduro? Mi imperdonable ignorancia me había impedido hasta ese mismo instante conocer el nombre y el apellido de quien, justo tres meses más tarde, ante el féretro de Chávez, juraría el cargo de presidente encargado de Venezuela saltándose la legalidad vigente y comprometiéndose a celebrar elecciones antes del próximo 14 de abril. Allí, en El Pedroso, a punto de dar buena cuenta de una jugosa jornada de senderismo, yo estaba escuchando por primera vez el nombre de Nicolás Maduro.

Cuáles podían ser los méritos, me pregunté aquel día y continúo preguntándome hoy, de un hombre de 50 años que no terminó el bachiller, conductor en su juventud del metro de Caracas, guitarrista en un grupo de rock y guardaespaldas de Pablo Milanés para llegar donde ha llegado?

No creo equivocarme mucho si me aventuro a plantear que entre las virtudes de tan afortunado sucesor deben estar la habilidad para pasar desapercibido, el arte para no decir nunca nada que le pudiera molestar mínimamente al sacrosanto líder, el estómago suficiente para digerir sin inmutarse cualquier exabrupto de su bienamado, la capacidad de aguante, de permanecer en silencio, de no manifestar nunca ninguna idea propia, o mejor, saber expresar como propias justo las ideas que el líder esperaba que expresara.

¡Cuantos Nicolases Maduros debe haber en la política mundial, en el mundo de las grandes empresas, en el de las instituciones, incluso en el de las oenegés o simplemente allá donde se junten más de tres personas y sólo uno de ellas tenga el poder!

Cuando escuché por primera vez el nombre de Nicolás Maduro en boca de quien había decidido delegar en él el producto de su obra de 14 años, acudí rápidamente a documentarme y comprobé que había presidido la Asamblea Nacional y ocupado la cartera de Exteriores antes de llegar a la vicepresidencia. Maduro estuvo siempre en el lugar adecuado en el momento adecuado y supo utilizar para prosperar un arma que muchos llaman discreción o inteligencia y que a mí me parece que se parece bastante más a la sumisión.

Buena parte de la historia de la humanidad la han escrito centenares, miles de sumisos que supieron esperar su oportunidad agazapados y silenciosos. Pero como nos recuerda este domingo Mario Vargas Llosa, "los caudillos no dejan herederos" y nadie a la vera de Stalin, Trujillo o Perón, por ejemplo, fue capaz de perpetuar sus respectivos legados. Es verdad que a la vera de Franco creció durante muchos años un joven callado y discreto, en el que el dictador acabó poniendo todas sus esperanzas y complacencias, y que al final parece que le salió rana. O quizás tampoco tanto.

J.T.

viernes, 8 de marzo de 2013

Si a Beatriz Talegón se la acaba tragando la tierra... ¡tierra, trágame!


No conozco a Beatriz Talegón. Sé quién es desde su célebre y retuiteada comparecencia en Cascais, hace ahora un mes, cuando afeó a sus correligionarios socialistas europeos haber elegido un hotel de cinco estrellas para reunirse. Dijo algunas cosas más, de esas que piensa todo el mundo pero que nadie se atreve a decir. En una palabra: destacó. Y eso fue su perdición.

Me llamó profundamente la atención la saña con que se decretó, a partir de ese mismo instante, la caza mediática contra ella. Se le puso a parir por tierra, mar y aire. Hurgaron en su pasado, en su facebook, en sus legítimas contradicciones, la atacaron desde todos los flancos y colores... y los suyos tampoco parecieron poner mucho empeño en defenderla.

A mí todo eso me escandalizó. Mucho.

La despiadada caza de Beatriz Talegón solo se entiende si la interpretamos como un aviso a caminantes. Había que salir al paso de un fenómeno que, bajo ningún concepto, podía convertirse en precedente. Cómo salir al paso? Pues utilizando métodos rastreros hasta donde fuera necesario. Bueno estaría que empezaran a surgir Beatrices Talegones por todos lados. Bueno estaría que mocosos como ella vinieran ahora osando cuestionar el funcionamiento de los chiringuitos que tan bien montados tienen quienes manejan el cotarro en este país desde hace más de tres décadas.

Estas líneas no pretenden ser una defensa cerrada de una joven a quien no tengo el gusto de conocer. Pero sí de lo que simboliza su irrupción y de lo importante que me parece que decenas, cientos y si es posible miles de jóvenes como Talegón se atrevan a soltar cuatro frescas a los prebostes de turno tal y como ella hizo en el encuentro de Cascais. 

Es bueno, es higiénico, es necesario, empieza a ser imprescindible que los "abuelos" que a día de hoy están al frente de tantas instituciones en nuestro país, y que aún aplican el mismo manual de hace más de treinta años, entiendan que han de hacerse a un lado y permitir que las Beatrices Talegones de turno les digan lo que no quieren oír y acto seguido esos jóvenes se pongan a la faena y asuman responsabilidades. 

La brutalidad inmisericorde con la que, desde sectores tan diferentes, han ido a por la joven Talegón me deja claro que es ella quien tienen la razón.

Se atrevió a tocar asuntos tabú de manera fresca y descarada. Por eso se le ha hecho saber, a ella y de paso a quien se estuviera pensando en hacer como ella, que ese tipo de osadías tienen un precio. Muy caro. Beatriz Talegón y la gente de su generación tienen que estar dispuestos a pagarlo. No pueden permitir que les ahoguen. No pueden dejar que quienes quieren acabar con ellos y hundirlos hasta conseguir que se los trague la tierra acaben ganando la batalla. Porque sí a Beatriz Talegón se la traga la tierra... ¡tierra, trágame! 

P.D. Beatriz Talegón tiene la edad de Patricia, mi hija mayor. Ambas nacieron en el 83, con Felipe González ya en el poder. Un Felipe González que, tras ser elegido secretario general del PSOE con solo dos años más de los que ahora tienen ellas, supo rodearse de gente de su generación y construir un proyecto con el que, sin piedras en el camino ni zancadillas por parte de sus antecesores, consiguieron pocos años después llegar al poder y gobernar. Sería bueno que la generosidad que los "abuelos" de entonces dispensaron a  aquellos  incipientes treintañeros supiéramos otorgarla ahora nosotros a quienes, como Patricia y Beatriz, vienen empujando. No sería bueno que se las acabara tragando la tierra.

J.T.

miércoles, 6 de marzo de 2013

¿Por qué los poderosos se resisten a dejar la poltrona?


La patética y oscurantista agonía y muerte de Hugo Chávez, y la poco alentadora reelección de Raúl Castro a los 82 años son casos que vienen a sumarse a la enorme retahíla de sátrapas que, a lo largo de la historia, se apalancan en el poder y se aferran a él dispuestos a morir con las botas puestas.

¡Qué difícil parece conseguir que un poderoso decida decir adiós si cuenta con alguna posibilidad de evitarlo! ¡Qué complicado resulta que quienes le rodean, quienes han prosperado con mejores o peores artes a la vera del poderoso asuman que sus privilegios tienen fecha de caducidad!

Las democracias corrigen pero no yugulan esa tendencia natural de los poderosos a no levantarse del sillón. Que se trate del sistema menos malo descubierto hasta ahora no nos libra tampoco de la perversión que encierra. Una vez en el poder, quien consigue llegar a él dedica buena parte de sus horas a maquinar para permanecer  mandando el máximo tiempo posible. Se teje así una madeja de intereses, una red clientelista que, a medida que transcurre el tiempo hace más difícil y más necesario un higiénico relevo. 

Por eso cuando no existe la limitación de mandatos, cuando no se corrige a tiempo esa tendencia, nos encontramos en todo tipo de instituciones líderes pertinaces con vocación de eternos y aparatos de poder a su alrededor dispuestos a matar con tal de no perder privilegios, con tal de no dejar ningún hueco de influencia sin rellenar ni poltrona alguna sin ocupar.

En muchos casos se trata de gente, en su día joven y honesta, que fue olvidando sus ideales a medida que las mieles del poder les iban haciendo perder la perspectiva. En otros casos se trata directamente de descarados desaprensivos. Incluso de criminales, como la historia se encarga de enseñarnos. Si pueden continuar en el carro, no se bajarán nunca de él.  Se irán haciendo viejos, ganarán peso, el poco pelo que les quede se les irá poniendo blanco y si cayeron en la tentación de hacer fortuna, se aferrarán con uñas y dientes a la continuidad como la mejor manera de evitar que acaben saliendo a la luz chanchullos, desmanes y corrupciones varias.

Mi querida amiga Nieves Concostrina nos recordaba el otro día en "La Ventana" de la Ser cómo a Rodrigo Calderón, enriquecido al abrigo del duque de Lerma, valido corrupto de Felipe III, le faltó tiempo para decir cuando supo que el rey había muerto: "Muerto soy yo también". Lerma se salvó porque se metió a cardenal y eso significaba entonces -no sé si ahora también- un seguro de vida. Pero a Calderón, como él mismo previó, lo ejecutaron públicamente en octubre de 1621 en la Plaza Mayor de Madrid.

Pues eso.

J.T.