viernes, 29 de enero de 2021

Los "vacunajetas" como síntoma

Nos va a dar mucha vergüenza recordarnos a nosotros mismos el día en que todo este caos haya pasado.  Nunca conoceremos el censo completo de los vacunajetas porque mucho me temo que la práctica corrupta de vacunarse fuera de turno se ha extendido mucho más de lo que sabemos. Militares, obispos, alcaldes, fiscales, sindicalistas... y lo que queda por salir. Histéricos y desesperados, quienes gestionan una mínima cuota de poder aspiran a recuperar cuanto antes la vida que llevaban hasta ahora sin acabar de asumir que, hagan lo que hagan, esta vez les va costar un poquito volver a su zona de confort. Aunque haya tour operadores empiecen a ofrecer viajes con vacuna incluida.

Podríamos haber llevado esto con más dignidad. De hecho al principio, cuando salíamos a aplaudir y los cantantes de ópera nos regalaban piezas bellísimas interpretadas desde sus propios balcones, nos parecía que algo bueno estaba pasando. Pero esa dignidad ya no existe, la hemos hecho trizas. Por muchas medallas que lleves en el pecho, por mucho solideo que adorne tu cabeza, por muy consejero o alcalde que seas, si tienes la oportunidad de saltarte la fila, vas y te la saltas. Esto es un inmenso patio de colegio donde nadie quiere ser el último, un colosal jardín de ansiosos con el brazo desnudo mendigando o exigiendo un pinchazo urgente porque le han visto las orejas al lobo, han perdido ya a personas queridas a las que ni siquiera han podido despedir, no pueden besarse con sus hijos ni recobrar los encuentros con sus amigos... Andan agobiados y se piensan que son los únicos, o los que tienen más derechos.

Y tú, cuyo único privilegio a estas alturas es continuar estando vivo, te enteras de estas cosas y no te quedan ganas ni de cabrearte. No quieres tener miedo pero no tienes más remedio que tenerlo cuando constatas lo perdidos que se encuentran aquellos de quienes depende la gestión de la crisis. Todo el mundo desorientado, cada Comunidad fijando el toque de queda a una hora distinta, unas cerrando los bares y otras dejándolos abiertos, unas permitiendo reuniones y visitas a los domicilios y otras no, en cada caso con cifras distintas de personas que pueden estar juntas en el mismo sitio…, y prácticamente todas llamando al confinamiento voluntario al tiempo que reprochan al gobierno de la nación no tomar más cartas en el asunto: eso piden los mismos que ayer le atribuían maneras dictatoriales por hacer lo que ahora deciden exigirle…

Las cifras de contagiados se disparan de manera escandalosa, los muertes suman centenares cada día, el índice por cien mil habitantes crece sin parar, pero todos disimulan/disimulamos lo acojonados que están/estamos. Quizás porque no acabamos de dar crédito a las evidencias, porque pensamos que a esto, por mucho que le quede, le tiene que quedar poco. Ya queda poco, nos dicen, y nosotros nos lo creemos porque necesitamos creérnoslo, pero no nos lo creemos. Solo son unas semanas complicadas más y ya está, repiten desde hace diez meses y medio. Y así, igual que te ocurre con el moroso que cada vez que le reclamas su deuda promete pagarte el mes siguiente, descubres que más vale que te des por jodido.

Por si faltaba algún elemento desestabilizador para rematar la faena, ahí tenemos el “quilombo” de las vacunas. Europa está siendo chuleada por farmacéuticas sin moral y no nos llegan las cantidades semanales a las que se habían comprometido. Y en lugar de cerrar filas para encarar el agravio, nos dedicamos a echarnos la culpa los unos a los otros.

Ante tan estresante panorama, si antes soñabas con vacunarte en marzo o abril, ahora empiezas a asumir que, si lo consigues antes de Navidad, habrá que celebrarlo por todo lo alto. De pronto recuerdas el lío que se montó con las mascarillas cuando todo esto empezó y no te puedes creer que un año después estemos en las mismas con las vacunas. ¿De verdad que no se trata de una pesadilla? ¿Es posible tanta frivolidad con más de dos millones y medio de contagiados, y camino de los sesenta mil muertos, solo en España? Dos millones ya en todo el mundo. De muertos. Contagiados, más de cien millones.

No tienes donde esconderte y lo sabes, piensas mientras sigues con los dedos cruzados las negociaciones en Bruselas para que las farmacéuticas cumplan sus compromisos con la Unión Europea y nos envíen semanalmente el número de dosis convenido. Insisto: cuando todo esto pase, porque pasará por mucho que tarde, y repasemos la manera como nos estamos comportando, nos va a dar mucha vergüenza. Es mentira, como estamos comprobando con la proliferación de vacunajetas, que esto que que nos ha tocado vivir nos vaya a hacer mejores. Mentira podrida.

J.T.

miércoles, 27 de enero de 2021

Fernando Simón


El linchamiento de Fernando Simón me parece una de las prácticas sociales más obscenas de todo este tiempo de pandemia. Sociales, periodísticas y también políticas, porque en el fondo tal enconamiento contiene un indiscutible trasfondo político. No tengo el gusto de conocer al doctor Simón y seguro que, como todo el mundo, posee su lado oscuro, pero en el desempeño del cometido que le ha tocado en suerte durante este infame tiempo de coronavirus no puedo sino admirarlo porque me pongo en su lugar y hace muchos meses que habría mandado a freír espárragos a tanto amoral suelto que no solo no lo deja en paz sino que lo insulta o lo intenta ridiculizar como si fuera él la causa de todos nuestros males. 

Valoro la infinita paciencia con la que aborda sus comparecencias públicas, así como la firmeza y la contundencia de la mayor parte de sus respuestas. Desde el momento en que empezó a dar la cara, los múltiples tentáculos de los que dispone la caverna mediática en este país decidieron convertirlo en destinatario de las invectivas más desagradables y ofensivas. Pero si Fernando Simón simboliza algo, es la naturalidad y el reflejo de nuestra propia ausencia de certezas. Porque a ver, díganme ustedes, ¿alguien desde hace un año se cree capaz de esgrimir alguna certeza sin que al día siguiente no se tenga que comer sus propias palabras, alguien conoce cuál es la solución a la pesadilla que estamos viviendo? 

Basta ponerse en lugar de quien día tras día da la cara a pesar de la que está cayendo para respetarlo. Por eso cuando se equivoca, cuando se contradice, cuando dice algo que parece ridículo o resulta inexacto, yo me siento identificado. Porque hay que tener mucha paciencia para soportar cada día la insolencia de tanto colega como acude a las ruedas de prensa con las preguntas inducidas de antemano al margen de lo que vaya a decir. Hay que tener mucha paciencia para constatar que quien te pregunta no tiene ni idea de lo que plantea porque no ha venido a escucharte sino a esperar a ver cuándo tienes el más mínimo resbalón para lanzársete a la yugular sin misericordia alguna.  

El señor Simón es un funcionario, un técnico, una persona que podría negarse a la exposición pública y desempeñar su trabajo entre bastidores, pero creo que da la cara por sentido de la responsabilidad. No quito que en algún momento no haya podido eludir la tentación de doña Vanidad, pero eso no lo desacredita en absoluto. Lleva diez largos meses lidiando con la tragedia más espantosa que nos ha ocurrido en más de un siglo, viviendo en primera línea una contrariedad que dentro de trescientos años se estudiará en los libros de historia, y aún así ha de soportar que un indocumentado que no se ha molestado en escuchar completas sus declaraciones le haga preguntas sobre frases sacadas de contexto o le inste a dimitir porque el ministro a cuyas órdenes ha estado durante el último año acaba de marcharse. Le ha tenido que recordar, al indocumentado o indocumentada de turno, que él lleva desarrollando su trabajo en el ministerio de Sanidad el tiempo suficiente para haber visto pasar ya a siete titulares de la cartera, y lo ha hecho con elegancia y mesura. Una elegancia y mesura que muchos de los que le buscan a diario las cosquillas seguro que no tendrían si fuesen víctimas de tanta insolencia. 

No me queda más remedio que admirar a quien es capaz de aguantar a pie firme tanta grosería y tanto ataque sin sentido, solo por razones políticas, a un trabajo que es esencialmente técnico. ¿Que de vez en cuando se equivoca y mete la pata? ¿y quién no?, pero al menos no miente, como los medios que buscan cada día cómo ridiculizarlo. 

Fernando Simón y los ataques de los que es víctima resumen perfectamente el cainismo de un país que se empeña en no tener remedio. ¿Qué ganamos encanallando el ambiente por sistema cuando más tranquilos convendría que estuviéramos? ¿A quién beneficia tanta crispación? ¿Por qué no nos relajamos todos un poquito y le agradecemos a quienes están gestionando la crisis el esfuerzo diario que hacen? 

En lugar de buscar todos juntos cómo salir de esto cuanto antes, nos dedicamos a poner pegas sin parar, usando para atacar hoy un argumento y al día siguiente justo el contrario, sembrando discordia, generando inquietud, aumentando la ansiedad en lugar de contribuir a disminuirla… Y usando para todo ello a una persona como Fernando Simón, a quien con el paso del tiempo estoy seguro que se le reconocerá su esfuerzo y su dedicación. Pero mientras tanto hay que machacarlo por sistema. Leña al mono, que es lo que parece que mola! Lo dicho, no tenemos remedio.  

J.T.

Publicado en Confidencial Andaluz

martes, 26 de enero de 2021

Algo más que un mural

El mural feminista que ilustra una de las paredes del polideportivo de mi barrio forma parte de nuestro paisaje cotidiano desde hace casi tres años. Ahí nos lo encontrábamos si íbamos a nadar a la piscina cubierta (cuando se podía), lo saludábamos si salíamos a cumplir con nuestra caminata diaria, su presencia era tan discreta que yo diría que muchos de los vecinos que transitan a diario por el madrileño Parque del Calero es probable que desconocieran su importancia.

Pero hete aquí que un pleno municipal del distrito de Ciudad Lineal celebrado hace unos días intentó borrarlo, lo que vino a dotar de relevancia a una modesta manifestación artística promovida en tiempos de Manuela Carmena, en la que participó buena parte del vecindario. Por lo visto, a Almeida y sus socios les pone adoptar decisiones a la vieja usanza fascista: allá donde podamos tocar las narices con nuestra homofobia, nuestra xenofobia o nuestro antifeminismo no dejaremos pasar la oportunidad.

La vieja técnica del “tacita a tacita”: un día elimino homenajes callejeros a Largo Caballero o Indalecio Prieto, lo que desemboca en el sabotaje a sus monumentos; otro arranco del cementerio de la Almudena placas con versos de Miguel Hernández…, y ahora le tocaba el turno a un humilde mural que, en sí mismo, tiene vocación de efímero porque nada lo protege de la erosión del paso del tiempo. Pero el gobierno filofascista del pequeño Almeida quiso acelerar los plazos porque, por lo visto, no tiene a mano Macguffins mejores con los que provocar.

Para Hitchcock, el macguffin era algo cuya importancia en la trama era anecdótica, pero ayudaba a mantener la tensión en la historia que se quería contar. Y Almeida ha decidido cultivar esa tensión a base de vulnerar derechos fundamentales y mancillar homenajes públicos y manifestaciones populares. Esta vez le ha salido el tiro por la culata y ha tenido que dar marcha atrás tras la envergadura de las protestas ciudadanas contra la decisión municipal. Digo Almeida y no digo Vox porque la formación ultra gracias a cuyo apoyo gobierna el PP, no creo que pueda tener suficiente fuerza para decretar este tipo de felonías si el alcalde decide plantarse. Pero el alcalde no solo no se planta sino que remata la faena cada vez que puede.

Parece claro que se trata de provocaciones a las que conviene no infravalorar en absoluto, aunque esta vez no hayan conseguido salirse con la suya. Son todo menos anécdotas. Es el permanente goteo de una manera de entender el ejercicio del poder que tiene que ver con cuestionar reivindicaciones y luchas de los más débiles durante años, y a continuación ir cargándose derechos consolidados. Es un ataque directo a los derechos humanos escogiendo para ello pequeños símbolos.

Con este no han podido. El Mural se queda. Pero aunque esta vez no lo hayan conseguido, no van parar y detrás de una cosa vendrá otra. Por eso resulta alentador que hayan tenido éxito las movilizaciones ciudadanas y las recogidas de firmas promovidas para detener una manera de actuar que altera la convivencia y envenena el ambiente. El pasado domingo 24 de Enero, el madrileño Barrio de La Concepción se echó a la calle para protestar contra la decisión de borrar el mural en el que se homenajea a mujeres que, como Rosa Park, Rigoberta Menchú o Frida Kalho, libraron batallas memorables en las que rompieron barreras y se convirtieron en referentes de la defensa de la mujer y la igualdad.

Llegados a este punto, el mural ya no es un mural cualquiera, ha dejado de ser una manifestación artística callejera más. No solo había que pelear para que no se les ocurriera borrarlo, hasta ahí objetivo conseguido, pero ahora toca preservarlo para que el paso del tiempo no lo destroce, como sin duda era su destino natural. Habrá que retocarlo, repararlo, barnizarlo, porque al gobierno ultra del ayuntamiento que preside Almeida hay que hacerle entender que ya está bien de tonterías.

Almeida, Villacís, Smith y compañía solo se echan atrás cuando se les planta cara para que dejen de dedicarse a este tipo de provocaciones. Dado que no pueden borrar del mapa, como quisieran, las ideas que les molestan, intentan acabar con su expresión pública. Al menos esta vez no han podido. Espero que redondeen la decisión de respetar el mural disponiendo las medidas necesarias para que a nadie se le ocurra ahora sabotearlo.

Insisto, lo que el equipo de gobierno del ayuntamiento de Madrid lleva hecho hasta este momento son solo los primeros amagos. Si bajamos la guardia y les permitimos que sigan subiendo escalones, los atentados contra las conquistas de derechos acabarán siendo más gordos cada día que pase. Por mucho que esta vez no lo hayan conseguido.

J.T.

domingo, 17 de enero de 2021

Gibraltar, compás de espera

Stephen Cumming, productor de televisión gibraltareño, tenía diez años cuando la dictadura franquista decidió cerrar la verja e incomunicar el Peñón del resto de la Bahía de Algeciras creyendo que así se aislaba y perjudicaba a sus habitantes. La realidad es que los más afectados resultaron ser las quince mil personas del Campo de Gibraltar que trabajaban en la Roca y que, tras ver destrozada su forma de vida, se vieron obligados a emigrar. La Línea de la Concepción perdió cuarenta mil habitantes, casi la mitad de su censo, y desde entonces no ha levantado cabeza.

En la Roca, la generación de Cumming creció “tocada” por el cierre de la verja. La de sus hijos un poco menos, porque la frontera volvió a abrirse cuando eran aún muy pequeños. Su nieta de diez años apenas ha oído hablar ya de lo que fue aquello y ahora su abuelo lo único que quiere es que la pequeña pueda crecer y vivir sin experimentarlo nunca. Que el Brexit no acabe convirtiendo la zona en una segunda edición de aquella tragedia es lo único que preocupa tanto a los treinta y cinco mil gibraltareños como a los casi trescientos mil ciudadanos de los nueve ayuntamientos que conforman la Mancomunidad de municipios del Campo de Gibraltar.


Normalidad, relaciones de buena vecindad, ausencia de tensiones. Eso es lo que han querido siempre en una y otra parte y lo que ahora parece que llega, aunque prefieren esperar antes de celebrar nada. Desean que el fantasma del Brexit duro desaparezca para siempre pero como están escarmentados, hasta que no vean firmado el acuerdo prefieren ser cautos. Estos seis meses de prórroga van a ser de auténtico suspense. Piensan que Fabián Picardo, ministro principal de Gibraltar y Arancha González Laya,
ministra española de Asuntos Exteriores, lo están haciendo bien: dejar aparcado lo más peliagudo, como la cuestión de la soberanía, eterno tabú, y avanzar en todo lo que permita que la UE y el Reino Unido puedan firmar en junio un primer acuerdo para cuatro años. Un valioso punto de encuentro, como señaló Laya este sábado 16 en Informe Semanal de TVE, es que “los gibraltareños votaron abrumadoramente en contra del Brexit y que sus vecinos del Campo de Gibraltar son profundamente comunitarios”.

Los partidos gibraltareños en la oposición (el de Peter Caruana y el de la hija de sir Josua Hassan) respaldan a la coalición de gobierno que preside el socialista Picardo en su apuesta por lograr un acuerdo que acabe por fin con la maldita verja. El acuerdo de la prosperidad compartida, lo quieren llamar. Que la guardia civil o la policía nacional se ocupen del control en el puerto y el aeropuerto, por ahí no están dispuestos a tragar, pero que, a través del Frontex, pueda ser alguien de ciudadanía española quien lleve a cabo ese control entra dentro de lo posible. El edificio en el aeropuerto para esa inspección está a medio construir, tras el acuerdo al que se llegó en Córdoba con Moratinos en tiempos de Zapatero (Septiembre de 2006). La parte española no se llegó a edificar nunca porque apenas el PP llegó al poder lo paró en seco. García Margallo se dedicó a resucitar trasnochadas beligerancias y llegó incluso a cerrar el Instituto Cervantes, consiguiendo así hacer desaparecer de la colonia la única bandera española que ondeaba en todo Gibraltar.

Los gibraltareños más veteranos han vivido en sus carnes la hostilidad de la derecha española, que no dudaba en excitar el fervor nacional utilizando el Peñón como coartada cada vez que se veían en un apuro político. Desde que recurren a ETA para lo mismo, a Gibraltar la han dejado más tranquila, pero ¿quién asegura, piensan ellos, que cuando la derecha regrese al poder en España no volverán a las andadas? Ese es su temor, quizás ahora atenuado porque el acuerdo a firmar sería con toda la Unión Europea, no solo con España.

Desde el 31 de diciembre se ha abierto una etapa incierta. Esperanzadora, pero incierta. Una provisionalidad de seis meses que impide celebrar nada mientras que, como decíamos, los acuerdos a los que se lleguen no queden reflejados en un papel y estén firmados por todas las partes. En el impasse actual hay cosas que han cambiado, algunas absurdas, como por ejemplo que a partir del uno de enero un camión con productos alimenticios procedente de Barcelona puede entrar a descargar en el Peñón sin problemas, a través de la Línea de la Concepción, pero uno británico con la misma carga, no: ha de dirigirse a Algeciras, embarcar allí y atravesar la bahía hasta recalar en el puerto de Gibraltar.

Si el acuerdo facilita la vida de una y otra parte y acaba con sinsentidos como este, si ayuda a normalizar la convivencia, si permite que el contencioso quede aparcado, entonces el tiempo, piensan tanto Stephen como muchos de sus vecinos, se iría ocupando de hacer el resto del trabajo. “Por la misma razón por la que la generación de mi nieta no sabe lo que significó que nos cerraran la verja, cuando ellos y sus descendientes lleven cuarenta, cincuenta, cien años sin hablar de soberanía, el tabú de hoy acabará cayendo por su propio peso.”

Si el acuerdo finalmente fuera posible y se anulara definitivamente la amenaza de un Brexit duro estaríamos hablando de un éxito sin precedentes. Para todos, sin vencedores ni vencidos, porque serán beneficios para todas las partes. El único vencedor habrá sido el diálogo.

J.T.

jueves, 14 de enero de 2021

¿Para qué quiere TVE 17 centros territoriales?

Estoy de la nieve en Cibeles y la puerta de Alcalá hasta las mismísimas narices. También de los árboles madrileños y sus ramas madrileñas caídas por culpa del peso de la nieve madrileña sobre coches madrileños cuyos dueños madrileños sueltan ante las cámaras madrileñas sus lamentos madrileños por tanta pérdida madrileña. 

Sobre todo en Televisión Española, solo veo palas madrileñas en los telediarios, tractores y 4x4 madrileños, quitanieves madrileños… Nos cuentan las penalidades de Barajas y Atocha, sabemos en toda España que el Retiro está cerrado, que no hay colegios en Madrid, que ha faltado verdura y fruta fresca en Madrid. Tenemos decenas de centros de distribución en España pero en la tele solo sale Mercamadrid. Madrid es España y España es Madrid, ya lo dijo “Ella” aquel día en que la visitó el presidente… 

Tengo por algún lado escrito que la madrileñización de la información es un mal endémico histórico que no arreglan ni el abaratamiento de los costes de producción informativa ni la facilidad de las transmisiones en la era de internet. Televisión Española cuenta con casi dos decenas de centros territoriales por todo el país, pero en el telediario solo salen las calles de Madrid, los reporteros de Madrid y hasta los presentadores de Madrid haciendo calle por Madrid: Ana Blanco, Lorenzo Milá, Franganillo… 17 centros, pero vemos más en pantalla a las corresponsales de Estados Unidos que a redactores de Santander u Oviedo. En Álava ha estado nevando diez días seguidos desde el uno de enero y ni una conexión con Vitoria… 

Atención, pregunta para Enric Hernández, pregunta para Pep Vilar, máximos responsables de los Informativos de TVE: vamos a ver, amigos, esto… ¿cómo puede ser?  

Que las privadas nos atiborren de madrileñización y de banalidades (la noche del martes doce Telecinco dedicó una pieza a los resbalones en serie que la nieve provocaba en un rincón madrileño cerca del Senado) no es de recibo, pero al fin y al cabo ellas sabrán. Ahora bien, TVE es un servicio público, repito: “Ser-vi-cio-Pú-bli-co”. Y los ciudadanos de Teruel o Albacete pagan sus impuestos para que se les informe también de lo que ocurre en su tierra y se les ayude a buscar solución a sus problemas. Información y servicio público. Si esa ha de ser siempre la ecuación a manejar en los Servicios Informativos de una televisión pública, tal cosa se hace ineludible cuando llegan momentos como los que estamos viviendo: nevadas y pandemia. 

Más grave aún: no es que se ignore a Huesca, o a Zamora, es que ni siquiera mandáis un equipo a Cercedilla, o a Rascafría, o a Usera, o a Moratalaz: un directo en la puerta del Gregorio Marañón, una pieza frente al Retiro, otra en la Castellana, una tercera en la Fuente del Berro y ¡apa, a correr! Millones de presupuesto para eso. Telemadrid, con muchos menos recursos, lleva una semana dándoos sopas con onda. Impartiendo lecciones de cómo se hace servicio público desde un medio público a pesar de sentir en el cogote el aliento de los impresentables que mandan en la Comunidad y a quienes se llevan los demonios porque no consiguen controlar como les gustaría una televisión autonómica que sigue viva de milagro. 

¿Tuberías reventadas? Las de Madrid; ¿huesos rotos?, los de Madrid; ¿metro? el de Madrid; ¿alcalde? el de Madrid (hasta tres veces ha llegado a salir Martínez Almeida en el mismo telediario); ¿coches atrapados?, los de Madrid; ¿campos de fútbol con nieve?, el Bernabéu y el Wanda Metropolitano, faltaría más.  

¿La pandemia? Al minuto 25 de la escaleta este martes al mediodía en el TD1. Aunque los datos de contagiados y fallecidos vuelvan a ser escandalosos, la nieve es la nieve y Madrid es Madrid. ¿Para qué vamos a ponernos a hacer periodismo con el frío que hace, ¿verdad? ¿para qué vamos a contar historias, o pasarnos por la Cañada Real, o investigar, por ejemplo, qué empresas privadas tienen contratos de limpieza con el Ayuntamiento de Madrid, o lo que cuesta el mantenimiento de la M-30, o si se han utilizado adecuadamente los recursos de los forestales. Y ya veis, son asuntos que se pueden hacer sin salir de Madrid. Porque lo que ha quedado claro es que los 17 centros regionales de Televisión Española, ni están… ni se les espera.  

Enric, Pep, no me cabe la menor duda de que lo sabéis hacer muchísimo mejor de lo que lo estáis haciendo. ¡Apa, nois!  

J.T.

martes, 12 de enero de 2021

¿Por qué le “flaquea la fe” a Iñaki Gabilondo?

En diciembre de 2010, cuando nos cerraron CNN+, Iñaki Gabilondo estaba ya en edad de jubilarse si hubiera querido hacerlo. A lo largo de su extensa vida profesional había toreado en las mejores plazas del oficio periodístico, dejando en la memoria de propios y extraños memorables faenas con las que se ganó salir a hombros por la puerta grande en innumerables ocasiones.

Tenía todos los premios y, a pesar de ello, también el reconocimiento de la profesión. El humillante cierre de CNN+ fue un palo para quienes trabajábamos en aquel canal “todo noticias”, Iñaki incluido. En la Cadena Ser había triunfado sin discusión y allí podría haber continuado, quizás bastantes años más, al frente del Hoy por Hoy si alguien en el Grupo Prisa no hubiera tenido la brillante idea de proponerle en 2005 presentar y dirigir el telediario nocturno de Cuatro, cometido que exigía algo más que competencia profesional para ganarse los favores de la audiencia. Nunca tenía que haber dado ese paso, pero lo hizo y los números se empeñaron en ser crueles con su trabajo. Pasó a presentar un programa de entrevistas en CNN+ y la muerte de este canal redondeó, tanto para él como para muchos de sus compañeros, una cadena de contratiempos de los que cada cual nos fuimos recomponiendo como buenamente pudimos.

Entre los proyectos que Gabilondo abordó a partir de aquel instante destacó el comentario diario, de lunes a jueves en la Ser, dedicado a analizar la actualidad política. Verdaderos editoriales cuya contundencia los convirtió pronto en análisis de referencia que nos ayudaban a entender mejor el momento que vivíamos. Pues bien, este lunes el amigo Iñaki nos ha dicho que colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Que hasta aquí hemos llegado y que ya está bien.

Escuché sus palabras de despedida con la misma atención que siempre le he dedicado a todo lo suyo y, tras el primer momento de sorpresa, decidí rescatar el podcast hasta aprendérmelo casi de memoria. Y cuantas más veces lo escucho… más preocupado me quedo. “Para sumarse al día a día de una lucha partidista tan encarnizada -ha dicho- hacen falta unas fuerzas que ya no tengo y una fe que flaquea”. Lo siento, Iñaki, pero no me lo creo, nadie que te conozca puede creer que vayas a tirar la toalla así como así.

Es verdad que, tal como anda el panorama, dan mucha pereza según qué cosas pero, continuando con el símil taurino del principio, te hemos visto torear con éxito morlacos descomunales durante toda tu vida profesional, ¿qué ha cambiado ahora? “El enconamiento partidista y la superpolarización, -has explicado- han construido moldes de respuesta rápida y argumentarios para la situación que no me van". Cuesta entenderlo, porque si a ti algo te ha caracterizado siempre es ser propietario de una voz al margen y por encima del gallinero en el que de un modo u otro llevamos años metidos.

No eran las cosas más fáciles hace diez años que ahora ¿qué ha cambiado, Iñaki, qué ha pasado ¿acaso sabes algo que no nos puedes contar? Que estás “empachado”, dices. ¿Y eso no te ha sucedido nunca antes de ahora? Empachado debiste estar también cuando, como director de informativos de TVE, te viste obligado a lidiar con las presiones de los políticos durante los tiempos previos al golpe de estado del 23F. O cuando tuviste que organizar la arquitectura informativa de aquella infame jornada. Ahí no te amilanaste ni te flaqueó la fe. Tampoco cuando estuviste de baja por enfermedad muchos meses y volviste con más ganas que nunca.

Aseguras estar cansado y tienes derecho a dar un paso al lado, hasta ahí de acuerdo, pero es que quienes te conocemos sabemos que no lo vas a hacer. Te seguirás metiendo en mil fregados y, además de tu café con Ángels Barceló de los lunes escuchando a los jóvenes con cosas que decir, continuarás participando en presentaciones de libros, en programas de televisión, en jornadas, debates, conferencias… ¿Por qué entonces dejar el comentario de la Ser? ¿De verdad es porque, como has dicho textualmente, aunque crees “saber defender tus opiniones, cada vez te cuesta más trabajo tenerlas y  afinarlas”. Lo siento, pero me rechina, me deja con la mosca detrás de la oreja, ¿qué pasa en Prisa, amigo, se avecina tormenta tras los cambios en el Consejo de Administración?

En un momento en el que el rey emérito ha huido, en que vivimos una pandemia que nos tiene a todos descolocados, con unas elecciones catalanas a las puertas, con una situación política apasionante, adrelina pura para cualquier periodista vocacional, ¿nos quieres hacer creer que no te sientes “capaz de continuar con tu apunte diario”?

“No quiero que mi escepticismo se avinagre, no quiero ser tampoco el cenizo pesimista de las ocho y media”. De todo lo que has dicho, estas dos frases son las que más preocupado me dejan, Iñaki, porque no hablan de cansancio, sino que invitan a leer entre líneas y a imaginarse cualquier cosa.

Si tu voz se apaga, añorado jefe, se apagarán muchas de nuestras esperanzas. He discrepado muchas veces de tus puntos de vista, pero quiero seguir escuchándolos. No podemos dejar esto en manos solo de tertulianos desaforados y de profesionales de la crispación. Déjame que sueñe y piense que, por la misma razón por la que hoy dices que te marchas, mañana puedas decir que decides volver.

Hacen falta muchos más Iñakis, no que tú te vayas.

J.T.

domingo, 10 de enero de 2021

¡No blanqueéis más el fascismo, insensatos!

Cada vez que un miembro de la ultraderecha va a "divertirse" a El Hormiguero, cada vez que recibe genuflexiones de Ana Rosa Quintana o ditirambos de Susana Griso, cada vez que un fascista de ibérico y rancio abolengo suelta por su boca lo que le viene en gana sin que el entrevistador o la meteoróloga de turno le desmonten sus mentiras, cada vez que ocurre alguna de esas cosas… el fascismo se blanquea y nuestra democracia se debilita.

Cada vez que un radiopredicador le ríe las gracias a un ultra de pelo en pecho, cada vez que se le otorga cancha a Vox como si de un partido democrático se tratara, cada vez que la televisión pública coloca en sus informativos un total fake, crispador y frentista sin réplica ni apostilla alguna, cada vez que ocurre algo así… el fascismo se blanquea y la bestia crece.

Cada vez que le quitamos importancia a sus protestas en descapotable por el madrileño barrio de Salamanca, cada vez que nos limitamos a calificar de ridículas sus pintas cuando se suben a un tractor megáfono en mano, cada vez que nos reímos de los atuendos con los que algunos de ellos se manifiestan, cada vez que trivializamos cualquiera de estos asuntos… estamos más cerca de vivir algo parecido a lo que presenciamos, estupefactos, el pasado día seis en el Capitolio.

Cada vez que olvidamos la suerte que tenemos de vivir en democracia, nos guste más o menos el gobierno que tenemos, cada vez que nos callamos ante los desafíos ultras y no los desenmascaramos, cada vez que insultan y no les respondemos, cada vez que contribuimos a que sus campañas desestabilizadoras adquieran más dimensión de la debida, cada vez que se les regala una portada de periódico… que sepáis que nos situamos un paso más cerca del desastre.

Cada vez que pasamos por alto la más mínima de sus astracanadas, cada vez que dejamos de refutar un tuit insidioso, cada vez que, por miedo a ser tachados de alarmistas, dejamos pasar una proclama de ancianos militares cabreados -jubilados, sí, pero con revólver en casa- los ultras ganan terreno y la democracia lo pierde. Cada vez que seguimos el juego a las provocaciones de perdedores enrabietados como Albert Rivera o Rosa Díez estamos dotando de altavoz sus pataletas envenenadas.

Hay en España, en palabras de mi compañera Cristina Buhigas, “una ultraderecha franquista, xenófoba y machista que se extiende, mucho más allá de las fronteras de Vox, a gentes como García Egea, Álvarez de Toledo o la periodista Anna Grau, esta última fichada por Ciudadanos para ser la número dos en las elecciones catalanas y todo un peligro viviente.”

Aunque Trump acabara pronto en la cárcel, el trumpismo va a seguir ahí. Existen millones de estadounidenses que se han creído sus mentiras, como ocurre en España con los desafueros del PP, Vox y Ciudadanos. Que el mismísimo Congreso de los Estados Unidos, templo de los templos de la democracia, haya podido ser tomado al asalto por fanáticos descerebrados que obedecen ciegamente a su líder nos hace más frágiles a todos. Por eso no podemos bajar la guardia nunca, ni dejar de contestar a cada agresión, ni de atajar y desmentir cada puñetero bulo. Alguna vez lo he dicho, pero lo haré una vez más: no se puede ser tolerante con los intolerantes.

No se les puede pasar ni una. Callarse, no replicar, no desenmascarar los intentos diarios de blanquear el fascismo convierte en cómplices de las posibles consecuencias a quienes así actúan. Un periodista que calla ante una mentira fascista está contribuyendo a blanquear ese ADN canalla. Los ultraderechistas metidos a políticos no son unos políticos más, hay que desmontar esa falacia. Reírle las gracias a quien dice viva franco es blanquear la intolerancia. No seamos insensatos. La fantochada del Capitolio ya la vivimos aquí hace cuarenta años con un guardia civil soltando tacos en el congreso pistola en mano.

Tras la vergüenza de Washington el seis de enero, ahora todo el mundo asegura que se trataba de algo que se veía venir. ¿Allí sí y aquí no? No estamos blindados, ni mucho menos. Nos lo tenemos que currar cada día si no queremos que llegue un momento en que hayamos de lamentar tanta flema. Llevan avisándonos un año, usando los mismos métodos que Trump, llamando ilegítimo al gobierno, emplazando a la sublevación, promoviendo un gobierno de concentración. Lo siento si parezco alarmista, pero repito: no blanqueemos el fascismo, no seamos insensatos.

Como dice un militar amigo mío, "en esta vida nunca pasa nada… hasta que pasa."

J.T.

lunes, 4 de enero de 2021

¡Dejad que nos vacunemos en paz, miserables!

 

¿También en 2021 vais a encanallar estos tiempos de esperanza? ¿No vais a parar? ¿Por qué le tenéis tanta alergia a la convivencia en paz? ¿Por qué no es posible dirimir las legítimas diferencias entre unos y otros en el campo del debate y de la búsqueda de soluciones?¿Dónde está escrito que es mejor hacerlo a cara de perro? 

Dejadnos en paz que nos vayamos vacunando poco a poco y no molestéis. Dejadnos soñar con la vida que echamos de menos y no echéis más mierda encima. Queremos creer, confiar, así que dejad de meter cizaña cuando lo que está en juego es nuestra salud.  

No todo tiene que parecerse al fútbol en la vida. Considerado un deporte noble por tantos millones de aficionados, a mí me parece sin embargo que está basado en la capacidad de destrozar las habilidades y el buen trabajo del adversario. Ya puedes ser la persona más brillante, más trabajadora y más habilidosa del mundo, que siempre habrá alguien en el equipo contrario dispuesto a romperte las piernas. Aunque funcione como una parábola de la vida misma, hay muchas maneras, y mejores, de relacionarse que las que nos propone el llamado deporte rey.  

Cualquier clase de competición debería poder incrementar su atractivo sin que el espíritu deportivo quedara arrinconado. Así como existen entrenadores capaces de reconvenir a sus pupilos cuando no se comportan con la suficiente violencia en la cancha, hay muchos políticos que sin la agresión verbal no saben vivir. Como si los hinchas solo valoraran su capacidad de agredir y destruir. Nada de “jogo bonito”, nada de propuestas ¿de verdad queremos solo sangre? ¿de verdad nos parece bien que las patadas que se pegan entre ellos acabemos sintiéndolas todos en nuestros propios culos? Ni para que nos vacunemos en paz parecen dispuestos a dejarnos tranquilos. 

Tenemos una oportunidad única, con este gobierno de coalición, de aprender a ponernos en la piel del adversario a la hora de confrontar y asumir que, por mucha razón que creamos tener, la otra parte también tiene la suya. No siempre ganar los partidos por goleada es la mejor opción. Un buen trato es aquel en que, tras arduas negociaciones, las dos partes tienen la sensación de haber salido ganando.  

Los flamantes presupuestos generales y los recientes acuerdos legislativos aprobados en el Congreso demuestran que entenderse es posible. Quienes todavía no han asumido que ese es el camino para crecer como país tienen la obligación de hacerlo cuanto antes, por muy rivales ideológicos que se consideren. Se lo deben a tanta gente querida como el año pasado se quedó en el camino. Criticar al gobierno es compatible con dejarlo trabajar.  

Reconozco que con el título de este artículo quizás no contribuya demasiado a bajar el balón al suelo, pero es que el comportamiento de la derecha y la ultraderecha me parece una táctica miserable, y así hay que señalarlo. Votaron en contra del estado de alarma cuando más necesario era, han hecho todo lo posible por boicotear los fondos europeos tan necesarios para que este país se recupere, votaron también en contra de los presupuestos y, para remate, no se molestan en disimular lo que les molesta que lo de las vacunas esté saliendo bien: que si las pegatinas, que si los criterios de reparto… Propaganda, lo han llamado propaganda ellos, que se fotografían repartiendo bocatas de calamares y hasta cuando colocan dispensadores de gel alcohólico en cuatro estaciones de metro. 

¿Cómo es posible que estemos dejando pasar una oportunidad como esta pandemia, con un adversario común que no entiende de ideologías, y no nos organicemos para hacerle frente desde la misma trinchera? ¿Quién os ha engañado haciéndoos creer que con el mal rollo salís ganando? ¿No vamos a aprender nunca a confrontar sin encanallar, a debatir sin insultar, a ganar sin necesidad de romperle las piernas al adversario? Derrotar a la otra parte no es buen negocio nunca. El asunto es aprender a convivir, que ya va siendo hora. 

J.T.

Publicado en La Última Hora