lunes, 13 de mayo de 2024

El “caso Almería” no puede, ni debe, olvidarse


Este diario se ha ocupado en distintas ocasiones de recordar aquellos crímenes cometidos por miembros de la Guardia Civil, pero quizás sea bueno refrescar la memoria ahora que se cumplen cuarenta y tres años de los hechos: un joven almeriense que trabajaba en Santander decidió acudir en mayo de 1981 a la celebración de la primera comunión de su hermano pequeño, y aprovechó la ocasión para invitar a dos de sus amigos a conocer la tierra donde nació. Mientras atravesaban en coche la península de norte a sur, en Madrid tres militares mueren tras sufrir un atentado en la calle Conde de Peñalver esquina Goya.


En algún lugar, alguien decidió que las caras de dos de los presuntos autores que aparecía en los periódicos eranidénticas a las de dos de los jóvenes viajeros. Juan Mañas apenas tiene tiempo de presentar la familia a sus amigos, Luis Cobo y Luis Montero, o de enseñarles algo de Almería porque la guardia civil no tarda en detenerlos. Al poco tiempo, en el desierto de Tabernas-Gérgal y cercano a una carretera, aparece carbonizado el coche en el que llegaron a Almería con los cuerpos de los tres jóvenes destrozados y prácticamente irreconocibles. 


El teniente coronel Castillo Quero, que así se llamaba el jefe de la Comandancia, y sus hombres declararon que cuando se proponían trasladar a Madrid a los tres detenidos, al poco de iniciar el viaje se vieron obligados a disparar a las ruedas del coche para que estos no escaparan; el automóvil cayó por un terraplén y, tras incendiarse, los tres murieron sin que ellos pudieran hacer nada por salvarlos. La explicación no podía ser más burda para un asunto tan espantoso. 


Una patata caliente más para el Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo (UCD) en aquella primavera de 1981, año que ya venía de por sí bastante cargadito: en enero había dimitido Adolfo Suárez, al mes siguiente tuvo lugar el intento de golpe de Estado en el Congreso de los Diputados (23F); poco después el Banco Central de Barcelona fue asaltado por un grupo armado que, tras encerrarse con casi trescientos rehenes, pedía la liberación de Tejero y de varios golpistas más; además, una intoxicación masiva producida por el consumo de aceite de colza causó la muerte de trescientas personas y afectó, con graves secuelas en algunos casos, a más de veinte mil…


Cuando Juan José Rosón, ministro del Interior, se vio obligado a comparecer para explicar qué demonios había pasado en Almería, lo califica de “trágico error”. Costó mucho trabajo que la cosa no quedara ahí, dado que los intentos por correr un tupido velo desde instancias oficiales fueron muchos. Darío Fernández, el abogado que se hizo cargo del asunto en nombre de las familias de las víctimas y consiguió que al teniente coronel y a dos de sus hombres se les condenara por tres delitos de homicidio, fue sometido a todo tipo de presiones y amenazas durante el tiempo que duró la instrucción del caso. 


Aunque los jueces denegaron la reconstrucción de los hechos, en la sentencia quedó probado que “el teniente coronel Castillo y sus hombres torturaron hasta la muerte a los tres detenidos en un cuartel abandonado llamado Casasfuertes y que posteriormente, y con el fin de intentar eliminar evidencias, despeñaron su vehículo por un terraplén, le dispararon numerosas veces y le prendieron fuego”.


Puede uno imaginarse la sensación de impotencia de las familias de Cobo, Montero y Mañas. Durante un tiempo se llegó a insinuar que, aunque había sido un error, se trataba de delincuentes comunes. Cuando faltaban solo unos meses para que el PSOE llegara al poder, se intentó organizar un festival para recaudar fondos con los que ayudarles a pagar los gastos judiciales. Entre otros, iban a actuar Paco Ibáñez y Carlos Cano, pero el gobernador civil de Almería lo prohibió. Esa era la cera que ardía aún, cuando hacía ya casi siete años que había muerto Franco y la celebrada Transición estaba a punto de acabarse. 


Hasta 1999 no supimos que los tres condenados -por homicidio, que no por asesinato- fueron expulsados de la Guardia Civil, sí, pero estuvieron cobrando durante años con cargo a los fondos reservados. Y hasta enero de 2023, es decir, hasta el año pasado, a las familias no se les había pedido perdón. Les pedimos perdón “desde el corazón del Estado”, les dijo el secretario de Estado de Memoria Democrática tras entregarles tres diplomas de reparación en una acto celebrado en la Subdelegación del Gobierno de Almería. “No cabe justificación”, añadió la directora general de la Guardia Civil, “aquellos terribles hechos no deberían haberse producido jamás”.


“Demasiado tarde”, comentó Francisco, el hermano de Juan Mañas, quien se quedara sin celebración cuando tenía diez años y que ya cuenta cincuenta y tres. Desde luego es demasiado tarde para casi todo, pero no para procurar que no se olvide. Este fin de semana, varias decenas de personas han acompañado un año más a sus familiares al lugar donde ardió el coche para homenajear a las tres víctimas de aquel acto de terrorismo de Estado. 


Un pequeño monumento recuerda lo sucedido, como lo hace la película que Pedro Costa Musté dedicó al caso (se llama "El caso Almería" y está en Filmin), o los libros de Antonio Ramos Espejo, “Mil kilómetros al sur” y “Abierto para la historia”. Abierto sigue, porque aquel juicio cerrado en falso (entre otras razones porque en los hechos participaron once guardias civiles y solo fueron juzgados tres) acabó –técnicamente- con la posibilidad de que algún día pueda saberse la verdad de lo que ocurrió y por qué ocurrió.  


J.T.









lunes, 6 de mayo de 2024

¿Dónde está el punto y aparte?




Desconozco la rentabilidad que podrán proporcionarle a Salvador Illa el próximo domingo electoral en Catalunya los cinco días que su jefe anduvo desaparecido, retirado en los cuarteles monclovitas. Aquellos cinco días de silencio que ya parecen tan lejanos, aquellas cinco largas jornadas de zozobra y temblor de piernas para los socialistas, para los socios minoritarios en el gobierno de coalición y hasta para los partidos que apoyaron la investidura. Ni Puigdemont se libró del tembleque.  


Vamos a ver qué pasa el próximo día 12 de mayo. Ahí puede que empecemos a entender parte de la última jugada con fuego de ese amante de los espectáculos de riesgo llamado Pedro Sánchez. Ya es la tercera vez que lo hace. La primera, cuando en 2016 lo defenestraron en su propio partido y apenas tardó año y medio en resucitar; la segunda fue en Europa, ¿recuerdan?, cuando hace dos años se enfadó en una reunión del Consejo Europeo porque no conseguía pactar medidas para bajar el precio de la luz y abandonó la sala tras pronunciar aquella célebre frase: “Me voy a airear un rato”. La espantá de hace una semana sería la tercera, o puede que la cuarta, si incluimos la convocatoria de elecciones generales anticipadas en mayo del año pasado, tras el descalabro en las autonómicas y municipales. 


Su verdadera habilidad es que casi siempre nos vende la nada, pero se las ingenia para crear expectativas de manera tan magistral que los demás acabamos creyendo que pasará algo. Sabemos que va a terminar llevando al huerto a quienes confiamos en que esta vez será la buena y que por fin los malos van a recibir su merecido. Pero aún así consigue que la mayoría experimente cierto alivio cuando sale a flote del órdago de turno porque al final hay que admitir, si se mira a su alrededor y analizamos las alternativas posibles, que gana en casi todas las comparaciones. Así está la cosa.


Lleva diez años pareciéndole el mal menor a buena parte de la ciudadanía porque no solo tiene la habilidad del trilero profesional, sino que la mayoría de sus adversarios políticos le ponen en bandeja la supervivencia. Está demostrado que es capaz de pensar una cosa y la contraria, asegurar que no va a hacer lo que acabará haciendo y prometer que hará lo que jamás hará. Sabemos que una vez superado el mal trago cambiará pocas cosas o ninguna. Pues bien, aún así continuamos creyendo que igual esta vez cae la breva. 


Desde su última resurrección el pasado lunes 29 de abril no ha movido ni un solo dedo para que cambie nada pero ahí andamos, esa ciudadanía a la que se dirigió contrito, soñando con la renovación del poder judicial, con que los medios que se dedican a mentir se verán obligados alguna vez a dejar de hacerlo, o con que por fin la televisión pública del Estado será una televisión decente. 


La derecha ultra y la ultraderecha, por mucho que continúen con sus infectos raca-racas y sus nauseabundas amoralidades, a veces dan la impresión de no estar del todo contrariados con la continuidad de Sánchez. Menudo marrón haberse tenido que preparar de prisa y corriendo para gobernar, ¿verdad, señor Feijóo? Cada día que pasa anda el todavía líder de la oposición más cómodo en su papel de gruñón eterno, sin gobernar porque no quiere, sin zafarse de Vox porque no quiere, sin llamar al orden a Ayuso porque no quiere… 


Tras el domingo 12 de mayo, ocurra lo que ocurra, los focos serán para las elecciones europeas. Así llegaremos al 9 de junio y a las vacaciones de verano sin que, tras aquellos cinco lejanos días de silencio, haya cambiado nada. Quienes sueñan con que algún día acabe pegando un puñetazo encima de la mesa y resuelva algo de lo que lleva tanto tiempo pendiente más les vale esperar sentados. Eso solo ocurría cuando, desde dentro del gobierno, Podemos empujaba hasta conseguirlo.  


Lo sabemos de sobra, nos cabreamos al comprobar que hemos sido ingenuos una vez más, pero pareciera que nos resignamos al mal menor, sobre todo cuando imaginamos cualquier escenario distinto en la Moncloa. No veo yo mucha regeneración en el horizonte, no tengo claro que a corto plazo deje de haber jueces que practiquen el lawfare o periodistas que se vean obligados a pagar caro dedicarse a la mentira. De momento no es punto y aparte, ni siquiera punto y seguido. Como mucho, una mísera coma. 


J.T.