lunes, 1 de septiembre de 2025

¡Qué escándalo, en Televisión Española están haciendo televisión!


Igual habría que preguntarse si cuando nombraron a José Pablo López presidente de la corporación RTVE en noviembre del año pasado, en realidad lo hicieron para que hiciera lo que está haciendo o, por el contrario, resulta que lo colocaron en el sillón para que no hiciera nada y el muy incauto decidió ponerse a trabajar. Pero hombre, ¿a quién se le ocurre hacer televisión en la televisión pública, promover programas que interesen a la gente, no te basta con que te hayamos nombrado? ¿A quién se le ocurre apostar por profesionales con ganas y criterio que van y encima te suben las audiencias? ¡Alarma!, aúlla indignado Mauricio Casals por los despachos de Antena Tres mientras levanta teléfonos sin parar; ¿pero cómo se atreven?, brama Ferreras por los pasillos de La Sexta; ¿pero qué se han creído?, claman los directivos de un Telecinco cada vez más desnortado y un Cuatro infestado de ultras. Por no hablar del Grupo Prisa, donde un día en El País tachan de genitalidad la política de fichajes de la radiotelevisión pública y al siguiente, en La Ser, comparan con Georgie Dann a alguno de sus directivos. 


¡Qué escándalo, Televisión Española está haciendo televisión, quién nos lo iba a decir! Y claro, ante tamaño disparate, políticos y propietarios de medios han desenfundado y empezado a disparar como si no hubiera un mañana, buscando acabar cuanto antes con tamaña osadía. Se habían acostumbrado a la irrelevancia de un instrumento del que solo se acordaban en las campañas electorales y cuyos telediarios eran más planos que ese planeta Tierra que defienden los tertulianos negacionistas de Íker Jiménez, cuando de pronto descubren que al frente de la empresa pública hay un equipo que cree en la utilidad de lo público, ¿habrase visto mayor temeridad?


Como imagino le ocurre a cualquier ciudadano medio, a mí me gusta que me informen, que me dejen sacar mis propias conclusiones cuando me cuentan algo, que me ofrezcan todos los ángulos desde lo que se puede analizar cualquier asunto, que me aporten datos, que me ilustren, que me expliquen cómo y por qué pasan las cosas, que no me dejen preguntas sin contestar en definitiva. Por eso aplaudo lo que llevan haciendo desde hace un tiempo Intxaurrondo, Ruiz o Cintora incluso en este mes de agosto recién acabado en el que no han bajado la guardia y han continuado trabajando para llegar a septiembre con una buena respuesta por parte de la audiencia. La incorporación, a partir de este mismo lunes uno de septiembre, de Pepa Bueno al frente de la segunda edición del telediario, se supone que va en esa misma línea. No lo va a tener fácil la nueva directora-presentadora porque Torrespaña, sede de los informativos, lleva ya demasiado tiempo convertida en territorio comanche de la derecha ultra y la ultraderecha. Los telediarios continúan siendo a día de hoy la gran asignatura pendiente de TVE y a la ex directora de El País le va a tocar demostrar que hacer un buen telediario es todavía posible por mucho tiempo que llevemos esperando, sin éxito, que eso vuelva a suceder.


Qué raro que quienes sostienen que la televisión en general está muerta y que la existencia de la pública no tiene sentido, sean los mismos que de pronto deciden otorgarle importancia a las cosas que se cuentan en TVE. ¡Ay, pillines!, ¿a qué viene tanto interés por desacreditarla si total no tiene influencia? ¿a qué tanta inquina con las personas que presentan programas que parece claro que interesan? ¿Por qué acosan a tertulianas como Ana Pardo de Vera, Sarah Santaolalla o Laura Arroyo, ¿por qué atacan a David Broncano, por qué arremeten contra Gonzalo Miró antes incluso de que haya comenzado el programa que presentará por las tardes en la 1 junto a Marta Flich? 


Creo que no me equivoco si afirmo que en alguna que otra redacción digital fabricante sistemática de odio andan estos días hurgando en la vida personal, y hasta en los cubos de basura, de quienes están intentando devolverle a TVE la dignidad que hace tantos años había perdido. Dicho esto, tengamos claro que es demasiado pronto para celebrar nada. En la televisión pública del Estado queda mucho camino por recorrer. Primero porque hacer buena televisión no es estar al servicio del gobierno y ahí no pueden permitirse ni un solo fallo a la hora de defender el criterio profesional por encima de cualquier presión, y segundo porque sabiendo hasta qué punto buena parte de los enemigos de hacer las cosas bien están dentro de la propia casa, el conflicto está servido y las dificultades van a ser muchas y gordas.


La derecha ultra y la ultraderecha no entienden la televisión pública sin que quienes trabajan en ella se sometan a sus designios. Cuando están en el poder la convierten en un instrumento de propaganda descarado, y cuando no lo están buscan la manera de desacreditarla y sumirla en la irrelevancia, empeño en el que hasta hace poco habían conseguido tener éxito. Salvo las excepciones de Euskadi y Catalunya, el resto de las televisiones autonómicas son una vergüenza, un escarnio, un insulto diario a la inteligencia de quienes aún las sintonizan alguna vez, entiendo que por equivocación. Si no los “matan” antes, el camino emprendido por los responsables de RTVE desde diciembre del año pasado demostrará en cambio que es factible dar la batalla tratando de hacer las cosas bien. 


Cuesta creer, por mucho que algunos lo deseemos, que esta historia pueda tener un final feliz habida cuenta de cómo anda el patio político y periodístico, pero consuela y anima saber que quienes en RTVE están por la labor de ofrecer una programación digna, lo hacen convencidos de que vale la pena intentarlo. “Si nos van a matar los malos, suelen decir, por lo menos no se lo pongamos fácil.” Pues eso. 


J.T.

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