Luego viene la cohorte de palmeros y reproduce esos exbruptos hasta la saciedad. No ha habido estos día informativo de radio o televisión, ni periódico impreso o digital, que no nos colocara una y otra vez a Tellado hablando de cavar fosas o a Feijóo cantando me gusta la fruta. Aunque son limitaditos, el líder del PP y sus secuaces saben que cualquier barbaridad que se les ocurra decir será reproducida mil veces, así que es lícito concluir que las dicen para eso, porque ser miserable vende más que ser respetable.
Y ahí es donde yo me pregunto si los periodistas podemos hacer algo para evitarlo. Menuda trampa, aunque no para todos, claro. Los medios de adhesión incondicional se frotan las manos porque los políticos les proporcionan el trabajo ya hecho, y a ellos les basta con reproducirlo para cumplir con su misión de mamporreros sin escrúpulos.
Quienes nos empeñamos en continuar apostando por un periodismo decente nos encontramos frente a un dilema: Si no lo das porque te parece pornografía, que es lo que es, estás ejerciendo censura... y si lo das, sabes que de alguna manera estás contribuyendo a hacer el ambiente cada día más irrespirable. Si Abascal habla de hundir barcos o de colgar al presidente de los pies no hay más remedio que contarlo, faltaría más, pero tamañas barbaridades no se pueden difundir sin valorarlas, sin aportar nuestra perspectiva ética y, en casos como este, nuestro firme rechazo.
El periodismo no consiste solo en dar cumplida cuenta de lo que a cualquier político se le ocurra soltar por su boca. Cuando un político miente hay que refutarlo, cuando insulta hay que reflejarlo, pero dejando claro que no compartimos esa desfachatez cuyo objetivo suele ser conseguir titulares sea como sea. El periodismo no puede consistir en proporcionarle altavoz al odio. Si los políticos no se hacen respetar, tenemos que hacernos respetar nosotros. Por el bien del periodismo y por el bien de la convivencia.
J.T.
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