jueves, 30 de octubre de 2025

Paiporta, un año después


Un año después de aquella tarde en la que el barranco del Poyo decidió arrasar vidas, hogares y certezas, el municipio de Paiporta vive entre el recuerdo y la reconstrucción. No tienes que buscar mucho cuando paseas por sus calles, en cualquier esquina te encuentras con alguien que, apenas comienzas a hablar con él, tiene una historia potente que contar.


No todos están aún en condiciones de hablar de aquellos días sin un nudo en la garganta cuando recuerdan cómo se pusieron a salvo, quién les ayudó, a quiénes ayudaron, a quiénes no tuvieron manera de ayudarles. Casi cincuenta paiportinos perdieron la vida la noche del 29 de octubre de 2024 cuando todas las calles del pueblo quedaron anegadas, los garajes invadidos por el lodo y muchas casas sin puerta ni muebles. Parecía que la tierra nos tragaba, me cuenta Miguel, un jubilado que vive solo y a cuya casa no ha podido volver hasta hace un mes. Aquel día lo perdió casi todo: el sofá donde se sentaba, los álbumes de la familia, los juguetes de su nietos… Con los seis mil euros del gobierno no me ha llegada casi para nada, me dice, menos mal que tenía seguro y que estos meses he podido pasarlos entre las casas de mis hijos. 


Que nos tragaba la tierra, sí, me dice también Néstor, profesor de música que vivía en un primer piso a doscientos metros de la rambla y a cuya casa entró el agua arrasando con todo, incluido el piano de cola con el que impartía sus clases. Lo ha recuperado sin poder quitarle el barro del todo y asisto a un concierto que ofrece en el museo de la rajolería con otro compañero: al piano accidentado le acompañan los sintetizadores y otro piano, y con los tres instrumentos desarrollan durante 35 minutos una pieza compuesta por él cuyos sonidos recrean los de la noche de la tragedia. Sobrecogedor. 


Las máquinas siguen escarbando tras el barro y camiones y operarios continúan trabajando para reconstruir los puentes y pasarelas que quedaron destrozadas o desaparecieron, como el que aquella noche fatídica vimos derrumbarse y desaparecer como si se tratara de piezas de un juego de arquitectura. Unas imágenes que alguien grabó con su teléfono móvil, que saltaron de las redes a las teles y que siguen en nuestra memoria.


Enorme la huella que existe de todo lo que ocurrido. Cuando paseas ahora por Paiporta, percibes el esfuerzo suplementario que han de hacer sus casi treinta mil vecinos para recuperar una vida cotidiana normal. Centenares de velas encendidas y extendidas por las zonas donde ocurrió lo peor rinden homenaje a aquellos paisanos que ya no están y al sufrimiento de todos. 


La vida vuelve, pero con parches. Las arenas de los patios han sido retiradas, pero muchos bajos aún no tienen ascensor reparado; los comercios han abierto en su mayoría, pero algunos afectados siguen sin haber conseguido las ayudas prometidas. El Ayuntamiento ha publicado resoluciones de concesión directa de ayudas a los domicilios afectados, pero el proceso sigue tranquilo, lento y cargado de trámites. 


Los vecinos saben que no basta con recoger los escombros ni cambiar puertas. Es necesario que cada mirada, cada paso al caminar por la pasarela del puente del metro, cada gota de lluvia ligera no provoque el sobresalto del “y si vuelve”. Se trata de recuperar la seguridad, la rutina, la confianza porque Paiporta sigue herida. Hay cientos, quizá miles de historias de pérdidas, pero se han tejido redes de apoyo que siguen ahí. 


En esta historia no hay final aún. Hay capítulos. Capítulos de niños que están estrenando escuela nueva, de comercios que han reabierto, de festivales de Halloween para “recuperar la ilusión”. 

J.T.

No hay comentarios:

Publicar un comentario