lunes, 20 de octubre de 2025

Del Nobel al Planeta ¿Queda algún premio respetable?


Premio Nobel de la Paz. Premio Planeta. Palabras mayores. Dos señores premios dotados con un millón de euros cada uno. Dos galardones de reconocido prestigio. Durante décadas fueron referencia, espejo donde se miraban los creadores de cualquier certamen con ínfulas. Pero este octubre, ese espejo se hizo añicos. El Nobel de la Paz a la venezolana Corina Machado y el Planeta al tertuliano de “El Hormiguero” Juan del Val han puesto el listón por los suelos.


La verdad es que tanto el Nobel como el Planeta tuvieron siempre una cara B, pero se solía hacer la vista gorda. Aunque el de la Paz se lo llegaran a dar a Henry Kissinger en 1973 y el Planeta en 1994 a un Camilo José Cela (Nobel de Literatura en 1989, por cierto) con una novela, “La cruz de San Andrés”, cuando menos polémica. Cela fue sentenciado por “apropiación indebida” (los jueces no quisieron llamarlo plagio) de la trama y la estructura de la historia con la que ganó el premio. 

En 2005 Juan Marsé dimitió como miembro del jurado del Planeta porque consideraba "fallidas" las novelas ganadoras y lamentaba “el descrédito que arrastra el galardón desde hace años”. En una ocasión ofrecieron a Miguel Delibes ganarlo con la novela que tuviera a bien presentar, pero este rechazó la oferta argumentando que "hay alguien que pierde y es ese escritor novel que ha pasado tres años escribiendo y al que yo le estaría quitando el premio". Los urdidores ni se inmutaron, buscaron otro candidato y santas pascuas.

El Nobel de la Paz tampoco se queda atrás. El caso de Kissinger sigue siendo un escándalo moral difícil de digerir. Que el arquitecto de la guerra de Vietnam y los bombardeos sobre Camboya, Laos y Vietnam del Norte fuera premiado mientras aún caían bombas es una ironía sangrante. Tampoco olvidemos a Barack Obama, galardonado apenas nueve meses después de llegar a la Casa Blanca. Las ONG de derechos humanos denunciaban ya entonces que sus políticas contradecían el espíritu del premio. Pero la maquinaria simbólica necesitaba un héroe amable, un rostro mediático. Y se lo dieron.


Así que no, no debería sorprender a nadie que el Nobel de la Paz haya recaído este año en una política venezolana de derechas acusada de pedir la intervención militar de Estados Unidos en su propio país. Adolfo Pérez Esquivel, Nobel argentino y referente moral, se lo recordó en una carta abierta: “¿Por qué llamaste a los EE.UU. para que invadiera Venezuela?”. Tampoco debería escandalizar que el Planeta haya ido a parar a un polemista que trabaja en una cadena televisiva que pertenece al mismo grupo editorial que concede el premio. 


¿Han sido los premios siempre terreno pantanoso? ¿Por qué seguimos aceptándolos, a pesar de sospechar, o saber, la suciedad en la que se mueven? Digo yo que un premio tendría que ser un reconocimiento, una señal moral de que alguien ha destacado por méritos que trascienden lo común. Pero en la práctica opera en un espacio mixto: marketing, juego de alianzas, legitimidad simbólica, concesiones opacas… En ese hueco, los mecanismos de poder se infiltran. ¿Cómo se entiende si no que premios que han gozado de tanto reconocimiento hayan ido tirando poco a poco su prestigio por la borda hasta desembocar en el bochorno de este año?


Eran vox populi los tejemanejes del Planeta, pero ¿hacía falta confirmar las sospechas de manera tan descarada? Por otra parte, desde el punto de vista de la persona premiada, ¿es un honor que te den un premio, o el cheque adjunto te acaba alejando de cualquier consideración moral? Porque también es una responsabilidad, y quien acepta un premio de dudosa reputación se convierte en cómplice del sistema que lo produce. 


Este octubre ha sido un mes revelador. No solo porque el Nobel y el Planeta hayan perdido peso específico y devaluado aún más su categoría, sino porque las reacciones demuestran que el relato ya no puede imponerse sin resistencia. En esa grieta que se abre es donde habría que intentar situarse con rigor. La mayoría de los premios están pensados para halagar la vanidad (muchos no están dotados de cuantía económica) y a fe que cumplen su objetivo a juzgar  por lo que  tanta gente parece estar dispuesta a hacer hasta colocar uno en su vitrina. Si hay que pagar se paga, si hay que comprar se compra, si hay que corromper se corrompe. Y el que los patrocina se publicita gratis. Así, cuando te llaman para ofrecerte alguno, ya sea desde un club de amigos del sacacorchos, por lo general sueles aceptar encantado y en ningún momento te cuestionas si te lo mereces o no.


Si los premios siempre han contenido un punto de sospecha y desde un aspecto moral la mayor parte deja mucho que desear, el escándalo este año con el Nobel de la Paz y con el Planeta certifica mi convicción de que no se merecen ningún respeto.


Y ahora les dejo, que tengo que ir preparando la maleta para asistir a los premios Princesa de Asturias.


J.T.




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