jueves, 16 de octubre de 2025

Ese timo llamado Premio Planeta



Cada año el mismo ritual: luces, gala, discursos, millones, cámaras. La prensa se pone el frac, los columnistas se vuelven cortesanos y el titular es siempre el mismo: “El Premio Planeta consagra a…”. Pero no, el Planeta no “consagra” a nadie. Consagra a la propia empresa que lo organiza. Lo demás es decorado.


El editor y escritor Enrique Murillo, que sabe bien de lo que habla, lo ha dicho sin rodeos: “El problema no es el Premio Planeta, sino la sociedad que lo corea”. Es verdad, el espectáculo no está en el escenario, sino en el coro: periodistas que fingen sorpresa, críticos que callan, jurados que asienten. El Planeta es puro circo, sí, pero lo preocupante es que siga llenando la carpa. Durante décadas nos han vendido el Planeta como el “gran galardón de las letras españolas”. Nos lo han vendido y, sin rechistar, les hemos comprado el discurso un año tras otro a los inventores de este imbatible instrumento de marketing. 


Los miembros del jurado que eligen a los premiados son, casi siempre,  empleados, exdirectivos o amigos de la casa. Los ganadores, con frecuencia, nombres mediáticos que ya venían sonando semanas antes. Y los medios que deberían poner la lupa se limitan a copiar la nota de prensa. Pocas veces se ha visto un ejemplo tan claro de cómo el poder económico y mediático puede fabricar “literatura” por decreto.


Se defiende lo comercial como si fuera una virtud, se equipara el éxito de ventas con el mérito estético. Y así, la literatura se convierte en un concurso de taquilla. Juan del Val, ganador de este año, se apresuró a justificarlo: “Se escribe para la gente, no para una élite”. Bien. Pero escribir “para la gente” no implica escribir como quiere la gente. Confundir lector con cliente es el truco del mercado. El Planeta no premia a quien escribe mejor, sino a quien mejor vende, o a quien más puede vender merced a la maquinaria que hay detrás.


No se trata de despreciar la literatura popular. Lo intolerable es que se oculte la naturaleza del invento. En cualquier país con un mínimo de decencia cultural, las empresas editoriales no organizan los premios que luego amplifican sus beneficios. Aquí sí. Y encima lo llamamos cultura.


Mientras tanto, cientos de escritores de talento se dejan la piel en concursos literarios menores, donde al menos hay jurados que leen sin conocer al autor. Sus libros no se presentarán a bombo y platillo ni tendrán cobertura a doble página. Porque no hay cámaras, ni cena, ni cheques de un millón de euros. Solo literatura.


Y la prensa... ¡ay, la prensa! Es quizá el engranaje más dócil de este sistema. Le dedica al Planeta portadas y tertulias como si fuera un asunto de Estado, pero apenas reseña a los autores que escriben fuera del radar comercial. El resultado ahí lo tenemos: un ecosistema cultural empobrecido, donde la crítica es promoción y la reflexión, un estorbo.


El Planeta no es un escándalo; es algo peor: una costumbre. Un teatro donde todos aceptan su papel, del jurado al lector. Un país que aplaude ese espectáculo no puede sorprenderse luego de que la literatura se le vuelva previsible, cómoda e insustancial. 


No, el problema no es el Planeta.
El problema es seguir creyendo que esa gala, ese cheque, ese titular tienen algo que ver con la literatura.


J.T.

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