Josep Oliu, presidente del Banco de Sabadell (derecha),
celebrando el fracaso de la OPA hostil del BBVA.
Hace diez días me preguntaba aquí si triunfaría la OPA hostil del BBVA sobre el Sabadell. Ya tenemos respuesta: NO. Se la ha pegado con estrépito. El BBVA ha logrado quedarse con apenas el 25 por ciento de las acciones del Sabadell, muy lejos del 50 que necesitaba para controlarlo. Se fue de caza mayor y volvió con un ratón. La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) ha cerrado el expediente, y el banco presidido por Carlos Torres tendrá que comerse su orgullo.
¿Por qué ha fracasado una operación que el propio BBVA vendía como “inevitable”? Por varias razones, y ninguna precisamente heroica.
Primero, porque los accionistas del Sabadell no picaron el anzuelo. La oferta, presentada como una ganga irresistible, se desinfló con el tiempo. Lo que en mayo parecía un chollo, en octubre ya era un mal negocio. La acción del Sabadell subió más del doble en un año, y su plan propio de dividendos —6.300 millones hasta 2027— sonaba mucho más real que las promesas de sinergias del BBVA. “Si mi banco va bien, ¿para qué lo voy a regalar?”, pensaron muchos pequeños accionistas, sobre todo en Cataluña, donde el Sabadell tiene una clientela fiel que no compra discursos de centralización. Al final, solo un 2,8 por ciento de los minoritarios acudió a la OPA. Eso, en términos financieros, los expertos lo consideran un bofetón en toda regla.
Segundo, porque el Gobierno tampoco se lo puso fácil. Desde el primer día, Economía dejó claro que no le hacía ninguna gracia la operación. El Consejo de Ministros impuso condiciones duras: si la OPA prosperaba, las dos entidades tendrían que mantener estructuras separadas durante años. O sea, que ni sinergias, ni ahorro, ni “eficiencia”. Traducido: no te dejaré comerte el pastel entero. El mensaje político fue nítido: el país no quiere un sistema financiero reducido a dos o tres gigantes que lo controlen todo. La vicepresidenta María Jesús Montero habló de “pluralidad bancaria”, y el president Salvador Illa recordó que el Sabadell “no es un banco cualquiera”, sino un símbolo económico del arco mediterráneo.
Tercero, porque los grandes fondos internacionales jugaron a la suya. BlackRock, que tiene casi un 8 por ciento del Sabadell, y Zurich, con otro 5, esperaban una segunda oferta más jugosa. No la hubo. El BBVA se enredó entre sus propios cálculos, insinuó ampliaciones de capital y bajadas de dividendo, y sembró dudas sobre su propia estabilidad.
Cuarto, porque el BBVA confundió poder con derecho. Una cosa es tener para poder comprar y otra es que te quieran vender. Carlos Torres creyó que el tamaño lo era todo, y olvidó que un banco también tiene raíces, cultura, territorio. El Sabadell se defendió apelando al arraigo y a la independencia, y la jugada funcionó. Resistir frente al grande generó simpatía. Incluso sindicatos como UGT y CCOO, poco dados a emociones financieras, celebraron el fracaso de la OPA como una victoria para el empleo.
En resumen, el BBVA quiso tragarse al Sabadell y se atragantó. No fue la épica de David contra Goliat, pero sí una pequeña lección de límites. El “mercado” no es una deidad a la que haya que sacrificarlo todo, y esta vez el mantra de la concentración bancaria se estrelló contra la realidad: la de los clientes, los trabajadores y hasta los políticos que, por una vez, prefirieron decir no.
El Sabadell sigue en pie, el BBVA recompra sus propias acciones para disimular el golpe, y los de siempre ya piensan en la siguiente fusión milagrosa. Pero esta historia deja un sabor distinto: el de ver que no siempre gana el más grande. En la banca, como en la vida, también hay empachos.
Es bueno no ser cobarde, los accionistas del banco atacado no lo fueron y decidieron resistir porque esta OPA no era progreso; era codicia con disfraz de estrategia. El Sabadell sigue libre y el BBVA se lame las heridas. A ver qué pasará ahora. Celebro la capacidad de resistencia de los gestores y accionistas del Sabadell. Que no siempre acabe ganando el más fuerte es una buena noticia.
J.T.
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