Malaya ha cambiado de dimensión.
Aquel tiempo a las puertas de los juzgados de Marbella, donde el goteo de detenidos llamados a declarar duró meses hasta alcanzar el centenar de procesados, se ha transformado cuatro años y medio después, con el comienzo del megajuicio, en una macedonia de presuntos corruptos sentados todos juntitos como si estuvieran en el cole.
Se nota el paso de cuatro años y medio. García Marcos (Melanie, como la llamaban en clave los responsables de la primera investigación) ha engordado y envejecido. Marisol Yagüe (Heidi) lucía más delgada y provocativa… a Julián Muñoz, aquellos trajes (sobre todo los pantalones) que le sentaban como un tiro parece que los ha cambiado por un fondo de armario algo menos impresentable. Ávila Rojas y Sandokán se mueven dignos, aunque pelín acojonados.
Para los que llevamos años siguiendo las andanzas de todos estos procesados, son ya como de la familia: Tomás Reñones, Leopoldo Barrantes, Rafael del Pozo, Óscar Benavente, Calleja, Jaén, los Soriano… Los han puesto a todos juntitos: a los dantes con los tomantes, a los que soltaban pasta gansa según salían beneficiados en los convenios urbanísticos con los que trincaban partes proporcionales de las llamadas “aportaciones” que soltaban tan generosos y desprendidos constructores.
Y el gran urdidor, el que se quedaba con la mejor parte antes de partir y repartir, sentado en primera fila, Juan Antonio Roca (Pedro para los investigadores), al que nadie conocía fuera de Marbella hasta el día que lo detuvieron.
Con su pinta de don nadie, cuerpo vulgar, traje vulgar, cabello vulgar pero fuerte y espeso, para tapar bien ese cerebro nada vulgar a juzgar por su capacidad para maquinar enredos de envergadura.
Menudo pollo ha montado este hombre y sus secuaces, cocidos todos ellos a fuego lento en la era de ignominia que inaugurara el fallecido Jesús Gil allá por 1991.
Ahora tenemos todo un año por delante para cruzarnos con ellos tres días por semana en los pasillos de la Ciudad de la Justicia de Málaga. Porque el juicio que comenzó el pasado lunes 27 de septiembre está previsto que dure eso: un año.
Los han pillado. Ellos representan la caída de una época insólita de impunidad que ratificó aquella tópica creencia popular: la que proclama que los políticos sólo aspiran a tener un cargo para forrarse mientras lo ejercen. Veremos a ver las penas y las multas que les caen.
J.T.
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