Los echamos a patadas hace cuatrocientos años y aquella injusticia histórica continúa aún sin reparar.
Después de convertirlos a la fuerza (la Inquisición era muy persuasiva) y de explotarlos durante años sin miramientos los llevamos a todos cerca del mar, los metimos en barcos y nos desentendimos de su suerte para siempre.
Los moriscos contribuyeron al progreso económico, al desarrollo agrícola y ganadero de nuestro país… hasta el mismo día en que los echamos. Muchas fuerzas vivas los tenían enfilaos desde el mismo año en que se tomó Granada. Los habían bautizado, vigilado, controlado... pero no se fiaban de ellos ni un pelo.
Hasta más de cien años después no se tomó la decisión. Felipe II siempre se negó y fue en tiempos de su hijo Felipe III cuando se perpetró la felonía.
Este miércoles, mientras esperábamos el fallo de los premios Príncipe de Asturias de la Concordia, he tenido la oportunidad de tratar con algún descendiente de aquellos moriscos expulsados hace ahora 401 años exactamente.
Existía la posibilidad, puesto que se había presentado la candidatura, que los premiados fueran estos descendientes de los moriscos expulsados, que están repartidos básicamente entre Túnez, Mali, Marruecos, Mauritania, Argelia y Turquía. Así que nos habíamos preocupado por contactar con alguno de ellos y lo teníamos todo preparado para elaborar la información si hubiera sonado la flauta.
Pero no, a las doce en punto del mediodía de este miércoles hemos sabido que el jurado del premio Príncipe de Asturias de la Concordia había decidido concedérselo este año a Manos Unidas.
Las entidades que promovieron la candidatura de los moriscos, entre ellas el Parlamento Andaluz, argumentaban que el premio podría haber contribuido a cambiar la mirada sobre la historia de España. A poner el foco en un episodio tan determinante como tan poco conocido.
Para Sebastián de la Obra, uno de los impulsores de la iniciativa, se ha dado un paso enorme. Algo es algo, dice. Es un desafío evitar que se cumpla de manera irreversible aquel vaticinio que en su día perpetrara un peligroso santurrón valenciano y que este lunes nos recordaba en El País Francisco Márquez Villanueva: Aquel elemento llegó a pronosticar que “los moriscos acabarían disolviéndose como la sal en el agua”.
Hasta más de cien años después no se tomó la decisión. Felipe II siempre se negó y fue en tiempos de su hijo Felipe III cuando se perpetró la felonía.
Este miércoles, mientras esperábamos el fallo de los premios Príncipe de Asturias de la Concordia, he tenido la oportunidad de tratar con algún descendiente de aquellos moriscos expulsados hace ahora 401 años exactamente.
Existía la posibilidad, puesto que se había presentado la candidatura, que los premiados fueran estos descendientes de los moriscos expulsados, que están repartidos básicamente entre Túnez, Mali, Marruecos, Mauritania, Argelia y Turquía. Así que nos habíamos preocupado por contactar con alguno de ellos y lo teníamos todo preparado para elaborar la información si hubiera sonado la flauta.
Pero no, a las doce en punto del mediodía de este miércoles hemos sabido que el jurado del premio Príncipe de Asturias de la Concordia había decidido concedérselo este año a Manos Unidas.
Las entidades que promovieron la candidatura de los moriscos, entre ellas el Parlamento Andaluz, argumentaban que el premio podría haber contribuido a cambiar la mirada sobre la historia de España. A poner el foco en un episodio tan determinante como tan poco conocido.
Para Sebastián de la Obra, uno de los impulsores de la iniciativa, se ha dado un paso enorme. Algo es algo, dice. Es un desafío evitar que se cumpla de manera irreversible aquel vaticinio que en su día perpetrara un peligroso santurrón valenciano y que este lunes nos recordaba en El País Francisco Márquez Villanueva: Aquel elemento llegó a pronosticar que “los moriscos acabarían disolviéndose como la sal en el agua”.
Pues de momento, no
J.T.
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