Hacen mucho ruido y cuentan con instrumentos potentes, pero son menos de los que creemos. Y cobardes. En la parte de arriba de la pirámide se encuentran las doscientas familias de las que Emilio Romero hablaba ya hace más de cuarenta años. Doscientas familias que amasan la mayor parte del dinero y el poder en España y cuyos apellidos, la mayoría de ellos, pocos conocen. Doscientas familias que mueven los hilos desde los tiempos del franquismo y continúan haciéndolo merced a cualificados esbirros que les hacen el trabajo sucio a cambio de disfrutar privilegios con fecha de caducidad.
Esta Europa que ahora se desmorona nos ha salvado de unas cuantas arremetidas, pero desde que la internacional ultraderechista avanza, los golpistas se han envalentonado. Son meros instrumentos, pero la impunidad que les hemos permitido tener les hace crecerse por días. Desde Aznar a Abascal, pasando por Esperanza Aguirre, Ayuso o Miguel Ángel Rodríguez, andan crispando a cara descubierta sabedores del valioso respaldo con el que cuentan.
Estos, y algunos/as más, son los que conforman el siguiente escalón hacia abajo de la pirámide de la infamia, quienes esparcen el veneno suficiente para que la libertad y los derechos que disfrutamos nos parezcan cada día mas efímeros merced a la dinámica desaprensiva en la que ha entrado el Poder Judicial, la desahogada manera de mentir de la abultada nómina de medios a su disposición, las eternas y eficaces cloacas y esa jauría de jóvenes descerebrados nacidos bajo la misma democracia que ahora quieren tumbar saliendo a la calle con banderas anticonstitucionales y dispuestos a dinamitar la cada vez más escasa buena convivencia que aún nos queda.
Parecen muchos, ¿verdad? Pues yo les digo que no son tantos. Que todos los que llevamos nombrados hasta ahora son minoría. Nunca gobernarán, y lo saben, si no consiguen, en la parte más baja de la pirámide, el apoyo de los desheredados. Necesitan engañar a los pobres para hacerse con las riendas. Necesitan seducir a los que menos tienen, prometerles la luna hasta conseguir estafarlos. Estafarlos a ellos y hundir en la miseria a quienes desde la izquierda pelean por mejorar sus condiciones de vida.
Llegamos aquí a la pregunta del millón: ¿Qué izquierda es la que pelea por mejorar las condiciones de vida de los más débiles, cuál la que lucha por eliminar desigualdades y combatir las injusticias? ¿El PSOE? Creo que el lector no me negará que si los socialistas algo han hecho desde 2018 para mejorar la vida de la gente es porque desde más a la izquierda se les ha obligado a ello, y no precisamente desde quienes conforman ese moribundo engendro llamado Sumar.
Los sicarios de las doscientas familias se emplearon a fondo durante años para minimizar a Podemos, aunque no han conseguido destruirlos. La izquierda light, que sabe que los ultras son menos, pensaron que poniéndose de perfil se salvaban y ahí están ahora, sufriendo en sus carnes el mismo oprobio, en el ojo de un huracán cada día más devastador.
Tiempos complicados, ¿verdad? Pues ni aún así son más los malos, créanme. A menos que consumen un golpe de Estado, la única baza que pueden jugar, como decía más arriba, es la persuasión de los más débiles, de los pobres, de los mismos a quienes machacarán el día siguiente de llegar al poder. El poder más efectivo, dejó escrito Gramsci, es el que te hace creer que su visión es la única posible, el que te vende aspiraciones en lugar de derechos, meritocracia en vez de oportunidades reales. Así es como tanta gente acaba votando contra sus propios intereses.
Lo que nunca entenderé es cómo es posible que el Partido Socialista se haya empeñado en ponérselo tan sencillo a sus adversarios, en facilitarle tanto la tarea de acoso y derribo, cómo quienes han rodeado al presidente durante años les han regalado tantas excusas para que acaben con ellos. Un gestor es también su capacidad de elegir el equipo que le rodea. Ya no basta con el “O yo, o el caos”, ese mensaje se ha quedado viejo y toca espabilar. Mantengo que hay que seguir plantando cara. Me niego a aceptar los discursos catastrofistas. Contra la gente no se puede gobernar. Hay que gobernar para la gente, algo que las derechas ultras y las ultraderechas no se han planteado hacer jamás en la vida.
¿Cómo que no se puede hacer nada para evitar el desastre? Me niego a entrar en ese bucle que, cuando se sostiene desde la izquierda, en el fondo lo que se está haciendo es mantener las inercias de siempre. Claro que se puede. Siempre se ha podido. Las doscientas familias y sus ejército de estómagos agradecidos bien que lo saben. Por eso dan la tabarra que dan y financian la desestabilización de incompetentes y cobardes les cueste lo que les cueste. Porque saben que quienes nunca estaremos dispuestos a bajar los brazos ni a perder la dignidad siempre seremos más.
J.T.

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