sábado, 20 de diciembre de 2025

La Desbandá. Diez años caminando contra el olvido


En menos de cincuenta días dará comienzo la décima edición de La Desbandá. Diez años, se dice pronto. Una década ha transcurrido desde que un puñado de personas decidió que la mejor manera de recordar una de las mayores masacres de la guerra civil no era solo colocando flores o leyendo nombres, sino poniéndose en marcha. Literalmente. Caminar los 220 kilómetros que separan Almería de Málaga, los mismos que miles de hombres, mujeres, ancianos y criaturas recorrieron en febrero de 1937 huyendo del terror tras la caída de Málaga en manos de los sublevados.


Diez años de caminatas, de polvo, de ampollas, de charlas, de abrazos. Diez años de convertir una carretera en un libro abierto de memoria democrática que todavía hay quienes quieren cerrar en falso argumentando que “remover el pasado” no trae nada bueno. Pero ¿qué país puede aspirar a ser decente si se permite olvidar a sus muertos sin reparación alguna?


La iniciativa de La Desbandá nació como lo hacen las cosas importantes: pequeña, casi artesanal, lejos de focos y de instituciones que miraban para otro lado cada vez que se hablaba de fosas comunes o de víctimas civiles del franquismo. Un grupo de activistas, historiadores, descendientes de supervivientes y caminantes anónimos decidió que había que hacer algo más que escribir libros o guardar fotografías en un cajón. Había que volver a recorrer aquel camino infernal, contarlo y hacerlo visible.


Dicho y hecho. Desde entonces cada mes de febrero llueva, haga viento o caiga el sol a plomo, cientos de personas nos ponemos a caminar. Algunos, como quien esto firma, desde hace tres años. Lo hacemos por tramos o enterito, de punta a punta, con mochilas ligeras y con la memoria pesada. Se promueven charlas históricas, lecturas públicas, homenajes, pequeñas representaciones y encuentros con familiares de las víctimas. 


89 años han pasado desde aquella semana negra de febrero de 1937 en que  Málaga cayó en manos del fascismo. Decenas de miles de personas -las cifras varían, pero ninguna baja de los  cien mil-, emprendieron la huida hacia Almería por la carretera de la costa, única vía posible. Un río humano formado por familias enteras se marcharon con lo puesto.Y mientras avanzaban confiando en alcanzar zona republicana, los barcos Canarias, Baleares y Almirante Cervera, junto a la aviación italiana que apoyaba a Franco, abrieron fuego indiscriminado sobre ellos. Mujeres, ancianos, niños… poco importaba. La orden era arrasar. Ametrallamiento desde el aire, fuego naval desde el mar, y desde tierra la persecución constante de las tropas sublevadas.


Fue una carnicería. Una de las mayores matanzas de civiles en nuestra guerra. Pese a la bibliografía creciente, sigue siendo una de las tragedias más silenciadas. Estas caminatas que ahora se llevan a cabo en su recuerdo tienen mucha fuerza, sobre todo porque devuelven humanidad a las víctimas y transforman la carretera en un memorial vivo. Homenajeamos la memoria de miles de  seres humanos que, tras ver caer su ciudad, solo querían salvar sus vidas. 


Durante alguna de estas caminatas, el año pasado escuché decir a alguien que hacer La Desbandá te cambia la forma de mirar el paisaje. Caminando entre acantilados entiendes, de golpe, por qué estas cosas no se pueden dejar de contar nunca. Por qué hay que continuar andando y recordando.


Hacer La Desbandá es un acto de justicia poética. Diez años después de que se pusiera en marcha esta iniciativa, quienes hemos tenido el honor de participar alguna vez en ella estamos cada día más convencidos de su incuestionable necesidad. El próximo 5 de febrero nos pondremos en marcha un año más. No son tiempos de renunciar a ninguna batalla. 


J.T.

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