martes, 30 de diciembre de 2025

Por qué nos fiamos cada vez menos de lo que cuentan los periódicos



Se me caen los periódicos y las revistas de las manos. Literalmente. Empiezo a leer y, a las pocas líneas empiezo a tener la sensación de que me toman el pelo descaradamente. Me pasa igual con las radios, antes me quedaba alguna, ahora ni eso: no hay mañana en que no la apague cabreado. Prensa y radio me cuentan las cosas tarde, sesgadas, jerarquizadas de manera tendenciosa y opinadas. De la televisión mejor ni hablamos. Ni siquiera en tve, donde últimamente parece que han mejorado algo las cosas, los informativos acaban de gustarme. 


Durante décadas el periodismo fue un lugar al que acudir para entender el mundo. No para que te dieran la razón, sino para ayudarte a pensar. Hoy, en demasiadas ocasiones, se ha convertido en un altavoz de consignas, un campo de batalla partidista o, peor aún, el eco barato de lo que ya circula sin control por las redes sociales. La confianza de la ciudadanía en los medios tradicionales no deja de caer. El consumo de prensa escrita se desploma, las audiencias de la tele, también de la radio, envejecen y los jóvenes se informan mayoritariamente en los móviles a través de plataformas colonizadas por los malditos algoritmos.  


Los titulares de la mayoría de los periódicos se diseñan para provocar indignación confundiendo por sistema información con opinión, muchas informaciones sustituyen el contraste por el clic fácil… En resumen, que todo esto es pan para hoy y hambre para mañana en un oficio cuya razón de ser ha sido siempre, y necesita seguir siéndolo, respetar a las personas a quienes nos dirigimos, no publicar algo hasta tenerlo definitivamente contrastado, tampoco ahorrarnos lo que molesta ni jamás exagerar algo de manera gratuita.


El problema no es solo económico, aunque también, las redacciones precarizadas, los periodistas mal pagados, la dependencia excesiva de la publicidad y de intereses empresariales o políticos... Todo eso pesa, pero hay algo aún más grave, la renuncia a la responsabilidad. El periodismo no está para competir con Twitter o TikTok, sino para hacer lo que ahí no se hace, es decir, contextualizar, verificar, explicar, incomodar al poder en definitiva.


En España arrastramos además un vicio añadido, que es el alineamiento descarado. Los medios funcionan como trincheras ideológicas. No informan para ciudadanos, sino para parroquias, con lo que alimentan la polarización y empobrecen el debate público. En consecuencia, el lector, el oyente o el espectador que busca datos y argumentos para formarse su propia opinión acaba marchándose apenas percibe que le están vendiendo descaradamente motos infumables.


¿Qué hacer entonces? La respuesta no es sencilla, pero existen puntos innegociables. El primero sería no renunciar jamás a la honestidad intelectual, decir lo que se sabe, reconocer lo que no y separar nítidamente información y opinión. Un segundo aspecto sería, como decíamos más arriba, no olvidar nunca que nos debemos al lector y a nadie más; y el tercer punto de partida sería no olvidar nunca que las cosas que pasan hay que contarlas tal como son y punto, sin adornos ni restricciones. A corto plazo, actuar así puede que no resulte rentable pero será la única manera de salvar el oficio.  


El periodismo no puede competir en velocidad con las redes sociales, ni tiene por qué intentarlo. Si los medios quieren que el lector no pierda la fe, tienen que empezar por merecerlo.Y eso implica no renunciar jamás a lo que siempre fue una de las reglas de oro del oficio periodístico, que la credibilidad tenemos que ganárnosla, a pulmón, cada día. Feliz año!


J.T.


lunes, 29 de diciembre de 2025

Lenguas de serpiente, ayer y hoy



"Hombre blanco hablar con lengua de serpiente", cantaba Javier Krahe en 1986, refiriéndose a Felipe González. Una vez se vio en el poder, el entonces presidente “socialista” del gobierno de la nación, el hombre que prometió sacar a España de la OTAN, decidió mantenernos en la Alianza Atlántica convocando un referéndum tramposo. González, el gran converso, nos tomó el pelo a los ingenuos cuervos que le creímos.


“Tú decir que si te votan

Tú sacarnos de la OTAN,

Tú convencer mucha gente,

Tú ganar gran elección,

Ahora tú mandar nación,

Ahora tú ser presidente.

Hoy decir que es alianza

Ser de toda confianza

Incluso muy conveniente,

Lo que antes ser muy mal

Permanecer todo igual

Y hoy resultar excelente.

Hombre blanco hablar con lengua de serpiente”


Esto contaba Krahe en una canción cuya emisión llegó a ser prohibida en algún programa de TVE, la única televisión que por entonces existía en España. Desde aquellos momentos hasta ahora, casi cuatro décadas más tarde, el fantasma de esa serpiente reaparece en el Gobierno de Pedro Sánchez, con Margarita Robles como maestra de ceremonias ¡Por Manitú!, que dirían los indios de Krahe, ¡la historia se repite siempre! 


El pasado mes de septiembre, el Ejecutivo aprobó un Real Decreto-ley que consolidaba el embargo de armas a Israel, prohibiendo importaciones y exportaciones en respuesta al horror en Gaza. Sánchez aparecía así como paladín de la paz, cortando lazos con el Gobierno de Netanyahu. Pero, ¡ay, la realidad! Tres meses después, en el último Consejo de Ministros del año –el pasado 24 de diciembre, víspera de Nochebuena, con nocturnidad y alevosía navideña–, autorizaron transferencias de "material de defensa y doble uso" procedente de Israel para Airbus.


Margarita Robles ha defendido este lunes, en una entrevista en La Hora de la 1 esta decisión asegurando que no hay contradicción, que no se trata de armamento sino de material industrial, que "no es política militar sino cumplimiento de contratos". El lenguaje vuelve a retorcerse hasta hacerle perder cualquier rastro de honestidad. La ministra de Defensa sabe muy bien, como lo sabe el presidente del Gobierno, que no es honesto justificar negocios militares con un Estado genocida mientras se proclama una política exterior basada en los derechos humanos. No se puede condenar la violencia en abstracto mientras por la puerta de atrás se mantiene un flujo de material que contribuye a sostenerla. No se puede hablar de legalidad internacional y, al mismo tiempo, buscar excepciones, cláusulas y atajos para no molestar a los grandes intereses industriales y geopolíticos.


Aquí es donde Krahe vuelve a cobrar sentido. Su canción "Cuervo ingenuo" no atacaba solo a Felipe, sino a la desprejuiciada lógica política de quienes creen que el electorado olvida, que basta con cambiar el relato, que las palabras pueden sustituir indefinidamente a los hechos. Felipe González fue el gran normalizador de esa cultura política en la España democrática. Margarita Robles es hoy una de sus herederas más disciplinadas.


"Cuervo ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú", rezaba el estribillo. Hoy, esos cuervos somos nosotros, votantes engañados una vez más por gobernantes como Sánchez y Robles, que repiten el guión felipista de hace cuarenta años. Si González nos vendió la OTAN como "conveniente", ahora nos cuelan excepciones armamentísticas como "inevitables". 


“Mujer blanca hablar con lengua de serpiente”, cantaría hoy Krahe. ¡Por Manitú!


J.T.

domingo, 28 de diciembre de 2025

¡Larga vida a la RTVE de 2025!

José Pablo López, presidente de la Corporación RTVE


Televisión Española ha resucitado. Después de años de languidecer con audiencias mediocres, este 2025 que ahora acaba la televisión pública ha vuelto por fin a ser una cadena competitiva, plural y, sobre todo, útil para la ciudadanía. Lo ha hecho cumpliendo aquello para lo que fue creada: funcionar como el servicio público que es.


El artífice principal de esta transformación es José Pablo López, presidente de RTVE desde diciembre de 2024. Expulsado en su día de la dirección general de Telemadrid por Isabel Díaz Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez, López ha apostado tanto en TVE como en RNE por la gestión eficiente, el uso discreto pero eficaz de las redes sociales y por responder de manera respetuosa y documentada durante sus comparecencias parlamentarias tanto en el Congreso como en el Senado. Sus contestaciones nunca crispadas, en ocasiones salpicadas de fina ironía, han hecho furor en redes y aumentado la cifra de su número de seguidores. En apenas un año ha conseguido zarandear un gigante dormido, infestado de reticencias internas, apostando por aplicar mentalidad práctica, siendo resolutivo allá donde podía y siguiendo un orden de prioridades que según parece está funcionando. 


Los datos hablan por sí solos y desmienten a quienes intentan minimizar el éxito. En noviembre de 2025, La 1 alcanzó un 12,3% de share, su mejor noviembre en catorce años, con un crecimiento de 2,1 puntos respecto al año anterior. Aunque en los Servicios Informativos queda aún bastante trabajo por hacer, aún así los telediarios han vivido también su mayor subida histórica el mes pasado. Apuestas como “Ena” han supuesto un rotundo éxito, con el mejor estreno de una serie histórica en La 1 en los últimos 12 años, e incluso apuestas arriesgadas como “Aria, locos por la ópera”, un talent show de música clásica en prime time, han demostrado que TVE puede atreverse a innovar sin renunciar por ello a la calidad cultural. Los centros territoriales, reforzados con nuevos horarios y mayor proximidad, han visto también cómo sus informativos crecen en audiencia superando la de muchas televisiones autonómicas en lugares donde gobierna el Partido Popular. 


La audiencia importa, claro que sí, sobre todo porque dota de autoridad moral y sostenibilidad económica al medio que la consigue, pero no es el único objetivo. El verdadero objetivo de una televisión pública ha de ser ganarse el respeto de la ciudadanía con una oferta honesta y plural. Lo están consiguiendo, y por eso la derecha ultra y la ultraderecha están que se suben por las paredes. Los mismos que no toleran en las televisiones autonómicas de las comunidades donde gobiernan ni el diez por ciento de la pluralidad que ofrecen debates en programas de actualidad como Mañaneros 360, La Hora de la 1 o Malas lenguas, esos mismos tienen la desfachatez de llamar a TVE “Telepedro”.


Amenazan, intentan desacreditar, insultan… Vox ha hablado abiertamente de entrar “con motosierra o lanzallamas” en Prado del Rey y el PP ha alimentado bulos sobre manipulación de audímetros y ha cuestionado la independencia justo cuando TVE es más atractiva y competitiva que nunca. Están desatados porque las derechas nunca han querido ni querrán una televisión pública fuerte y para todos. Lo que les interesa es una oferta débil que aburra y traslade la audiencia a unas televisiones privadas cada día más impresentables. El mismo mecanismo que con la Sanidad, el mismo que con la Educación: cabrear con la ineficacia de lo público para que nos rindamos y no nos quede más remedio que acudir a lo privado y allí nos desangren ya sea el bolsillo o el cerebro.


Sin vergüenza alguna, ya han anunciado que apenas lleguen a la Moncloa no dejarán títere con cabeza. Habrá que trabajar pues para que no lo consigan. Mientras tanto, disfrutemos de esta televisión cuyos gestores y muchos de sus profesionales han demostrado que, cuando uno se remanga y se pone a la tarea, doce meses pueden dar para mucho. Estoy seguro que, si se mantienen durante todo el año 2016, podremos llevarnos más sorpresas agradables en materia de programación y honestidad informativa. TVE es un monstruo donde cualquier decisión ejecutiva ha de sortear múltiples dificultades burocráticas que impiden avanzar con rapidez. Como ocurre con los automóviles, arrancar cuesta. Diríase que han puesto primera y segunda y están a punto de poner tercera velocidad. Si la lentitud en los avances no ha impedido que se perciban ya resultados, no quiero ni imaginarme lo que puede llegar a ocurrir cuando coloquen la directa. Por eso las derechas están peleando con todas sus fuerzas para que eso no llegue a suceder.


Si continúan así, no creo que sea muy descabellado aventurar que conseguirán convertirse en líderes de audiencia por encima de cualquier otra oferta televisiva. Acaban 2025 en el segundo lugar del ranking, no demasiado lejos ya de Antena 3. Por eso los ejecutivos de las privadas andan de los nervios buscando cómo evitar que TVE continúe disparándose en aceptación y reconocimiento. La tele pública demostrando que apostar por lo público merece la pena y puede funcionar, es un "mal precedente", algo que quienes mueven los hilos de todo el tinglado político y económico no están dispuestos a tolerar. Mis mejores deseos en 2026 para quienes en este año que ahora acaba me han hecho reconciliarme con la televisión pública.


J.T. 



Programa de la derecha ultra y la ultraderecha


Principales promesas electorales, unas más confesables que otras

(Reconozco que puede parecer una transcripción algo burda, pero voy con ello):


Por un lado, impido que la juventud tenga cualquier plan de futuro con pisos por las nubes, sueldos de chichinabo y horizontes cada vez más apocalípticos.

Por otro, meto el miedo en el cuerpo a los mayores amenazando sus pensiones.


Por un lado, demonizo el aborto y aliento concentraciones frente a las clínicas que lo practican.
Por otro, no impulso ni una sola política que facilite que las parejas puedan tener hijos.


Por un lado, cierro a cal y canto las puertas a la inmigración.
Por otro, convenzo a los pobres de que la culpa de sus desgracias la tienen quienes son todavía más pobres, para que se peleen entre ellos y no tengan tiempo de pensar en las putadas que les hago.


Por un lado, me desentiendo de los más desfavorecidos y de su educación.
Por otro, hago crecer los colegios privados y concertados como setas. Y si son del Opus, mejor que mejor.


Por un lado, lleno la judicatura de hijos de papá, en el sentido más literal del término.
Por otro, me dedico a delinquir con la tranquilidad que da saberse protegido.


Por un lado, me invento una policía patriótica para vigilar a los díscolos.
Por otro, creo medios de comunicación centrados en la desinformación y compro periodistas que difundan bulos como si no hubiera un mañana.


Por un lado, convenzo a la monarquía de que le conviene estar de mi parte.
Por otro, se me llena la boca de patria, himno y bandera.


Lleno la vida social de supercherías sectarias: da igual que sean de la religión dominante, de los evangélicos, del Opus o de Hakuna; lo importante es que manipulen bien y me hagan el trabajo sucio.

Me cargo las autonomías.
Ilegalizo los partidos nacionalistas.
Acabo con las ONG.

Dejo de preocuparme por las personas con discapacidad.

Cierro los recursos de ayuda a las mujeres víctimas de la violencia de género.
Promuevo hospitales privados y concertados con dinero público y abandono la sanidad pública.
Nada de derechos laborales ni seguros sociales para quienes limpian casas por horas.
Bajo los impuestos a saco, como si no hubiera un mañana.
Fuera la ley de dependencia.

Recupero la ley contra vagos y maleantes.
Se acabó “tanta historia” del mundo LGTBI.
Termino con el matrimonio igualitario.
Me cargo, por supuesto, la ley del solo sí es sí.
Salario mínimo congelado.
El cambio climático no existe.
Nada de energías limpias.


Y ya estaría: MAYORÍA ABSOLUTA.


P. D. Ríanse, pero aunque hoy sea el Día de los Inocentes, muchas de estas propuestas figuran en el programa electoral de Vox y bastantes, algo más disimuladas, en el del PP.


J.T.

sábado, 27 de diciembre de 2025

El motor o el desguace. Por qué no habrá izquierda sin la valentía de Podemos



Las noticias que llegan desde Aragón, tras el momento de esperanza que ha supuesto Extremadura, confirman que Izquierda Unida y compañía han optado una vez más por no salirse del redil. Estos días hemos asistido estupefactos al enésimo "acuerdo de despacho". Bajo la batuta de un Antonio Maíllo entregado a los focos de la factoría Ferreras, IU ha preferido abrazarse al espectro de Sumar, que en Aragón es poco más que una sede cerrada y un logo vacío, antes que consolidar la unidad con Podemos.


Para que la izquierda tenga futuro en España, es imprescindible que el motor sea Podemos. Tarde o temprano acabará entendiéndose, lo que no sabemos es cuántos descalabros más tendrá que costar ni cuánto tiempo habrá de transcurrir aún. Con la monarquía blindada, la iglesia disfrutando a estas alturas de privilegios medievales, y la banca y las multinacionales dictando parte del BOE, solo Podemos ha ido demostrando el cuajo necesario para señalar las costuras del sistema. Por eso los poderes amenazados, que son fuertes y listos, llevan diez años intentando acabar con ellos. Pero no pueden ni podrán. La opción de Podemos en Aragón la encabeza María Goikoetxea, “impugnadora sin paliativos de la corrupción y los casos de acoso sexual del PSOE, así como de la inacción del gobierno en materia de vivienda, la complicidad con el genocidio en Palestina o el mayor rearme de la historia de nuestro país.”


El resto de las izquierdas, con tantos años de práctica en el arte de templar gaitas, no acaba de atreverse a salir del bucle donde, a la vera del PSOE, disfruta de cuatro prebendas malcontadas que mejoran algo sus vidas pero nunca las de la gente a la que dicen defender. No se puede reclamar la unidad y al mismo tiempo continuar transigiendo con las injusticias de siempre. Quedó claro en Extremadura este mismo mes de diciembre. Cuando se apuesta por una fórmula valiente como la liderada allí por Irene de Miguel, los resultados se multiplican. Es verdad que de momento sirve para poco, pero al menos estaremos de acuerdo en que se trata de un buen comienzo. 


En Aragón, la irrupción de un "Sumar 2.0" parece diseñada solo para reventar cualquier posibilidad de coalición que incluya la firmeza de Podemos, aunque eso desemboque en el fracaso electoral. Resulta casi cómico, si no fuera trágico, ver a Izquierda Unida y a los restos de Sumar mendigando espacio en los estercoleros mediáticos a cambio de sacrificar a Podemos repitiendo sin cesar que son solo “cuatro gatos”. Digo yo que si fueran solo cuatro gatos, quienes quieren acabar con ellos no necesitarían dedicar tanto esfuerzo, dinero y tinta a la hora de calumniarlos y denostarlos. Si los ningunean como hicieron con de Miguel, es porque saben de la potencia de su mensaje y hasta qué punto dan en el clavo porque su poso ideológico es una firme apuesta de futuro. 


Que nadie se equivoque de culpables a la hora de valorar lo que sucede en Aragón de cara a las elecciones del próximo 8 de febrero. Los responsables de que se presenten tres listas electorales a la izquierda del PSOE no son quienes se niegan a ser domesticados sino quienes, por un minuto de gloria en la televisión o un sillón de perfil bajo, prefieren pactar con el vacío antes que con la coherencia. Sin el empuje de Podemos, esa izquierda "cuadra-círculos" está condenada a dar tumbos por el mundo como pollo sin cabeza hasta acabar siendo, como mucho, una nota a pie de página en la historia. Es posible que Podemos tarde en crecer y volver a ser lo que fue, pero lo hará. Repetiré algo que ya tengo escrito por algún sitio: queridas izquierdas inodoras e insípidas, los muertos que matáis, o intentáis matar, gozan de mejor salud que vosotras. 


J.T.


viernes, 26 de diciembre de 2025

El rey no se entera de nada. Y si se entera, peor


Yo no sé por qué cada año nos molestamos en comentar el discurso del rey en Nochebuena, por lo general tan previsible como decepcionante, pero el caso es que continuamos haciéndolo ¿Qué aporta Felipe VI con sus palabras tan vacías como equidistantes? ¿Qué sentido tiene que se meta en nuestras casas a darnos la vara año tras año el día 24 de diciembre a la hora de cenar? Podría colocarnos el mismo discurso de la vez anterior y, salvo alguna referencia mínima a lo ocurrido durante la temporada que se cierra, colaría igual. Una reposición más, como ¡Qué bello es vivir! o Mary Poppins.


Conocemos el guion, sabemos cuándo entran los violines, nos sabemos muchos fragmentos de memoria y, sobre todo, el protagonista no se pasa de la raya. Este año la única novedad ha sido que se mantuvo de pie por primera vez. Pero bajo el mismo barniz de moderación de siempre, el discurso del monarca volvió a ser este año una defensa del bipartidismo más rancio. La tranquilidad de la que disfrutamos solo se altera, según él, por culpa de “los extremismos, los radicalismos y populismos que se nutren de la desinformación, y el desencanto” 


En un ejercicio de equilibrismo inadmisible, Felipe VI se empeña en meter en el mismo saco por un lado la violencia verbal y física de una ultraderecha violenta y frentista que asedia sedes y cuestiona derechos humanos, y por otro el trabajo de una izquierda transformadora cuyos objetivos son ampliar el escudo social y la dignidad de las mayorías, luchar contra las injusticias y acabar con las desigualdades.


Resulta insultante que el jefe del Estado equipare la intolerancia de quienes añoran tiempos de blanco y negro con la lucha de quienes proponen regular el alquiler o subir las pensiones y el salario mínimo. Una agresión inaceptable. Como si quisiera echarnos un pulso para comprobar hasta dónde puede llegar nuestra capacidad de aguante. 


Una vez más sus palabras sonaron como lo que en realidad son, expresiones vacías y un Viva Cartagena elogiando la “transformación sin precedentes” que España ha experimentado en las últimas cinco décadas. Por el camino que va, Felipe VI lo tiene mal porque se equivoca mucho. Se equivocó el 3 de octubre de 2017 en Catalunya y se equivoca cada Nochebuena cuando predica un buenismo que no se cree ni él. 


Si la jefatura del Estado no es capaz de leer la pluralidad de un país que ya no cabe en el traje de 1978, si su única función es repetir el catecismo del "orden" frente al cambio, parece claro que la institución monárquica ha dejado ya de tener sentido, si es que alguna vez lo tuvo. Nada nuevo bajo el sol de la Zarzuela. El rey sigue ahí, hablándose a sí mismo y a una élite que le aplaude mientras quienes todavía esperan que alguna vez diga algo importante, se quedaron un año más esperando escuchar al menos una sola frase que mereciera la pena.


J.T.

jueves, 25 de diciembre de 2025

Patricia López nunca se andó con tonterías


Era imaginable que, tras la muerte de Patricia López, pasara justo lo que ha pasado. Si el ser humano suele ser, por lo general, bastante predecible, en el caso de los traidores y los hipócritas lo es bastante más. Muchos de quienes no le tuvieron ninguna consideración en vida se deshacen ahora en halagos hacia ella tras su fallecimiento el pasado domingo a los 47 años. En las últimas conversaciones que mantuve por teléfono con Patricia, cuando aún no podía imaginarme que su final estaba tan cerca, hablamos de asuntos concretos de trabajo, pero también tuvimos tiempo de pasar revista al comportamiento farisaico de según que compañeros y compañeras del oficio y a lo imprescindible que resulta cuidarse, sobre todo, de los políticos que quieren ser amigos de los periodistas.


Quiero dejar constancia aquí de la trascendencia del trabajo periodístico de Patricia López, cuyas exclusivas hubo un tiempo en que hicieron temblar estructuras clave del Estado. En 2016, destapó grabaciones que implicaban al ministro del Interior Jorge Fernández Díaz en maniobras sucias contra rivales políticos. Reveló la existencia de una "policía patriótica" financiada con fondos reservados que, entre otras felonías, se dedicaba a fabricar dossiers falsos. Sacó a la luz la red mafiosa del comisario Villarejo, el controvertido y siniestro policía que llegó a acumular 400 dossiers con información sensible o falsificada sobre políticos y empresarios que después distribuía a periodistas afines como Eduardo Inda o Alfonso Rojo para que estos las publicaran en momentos críticos. 


Patricia no necesitaba presumir de su agenda de contactos porque era obvio que los tenía. Nadie osó refutar nunca la contundencia de sus informaciones. En un programa especial titulado Informe TEM. Las cloacas del periodismodifundido por Cuatro Televisión, denunció "el lado oscuro de la profesión y la existencia de prácticas de corrupción y situaciones de soborno y extorsión en medios de comunicación" de nuestro país. 


Estaba claro que era una persona incómoda para el poder, pero también para quienes se acercaban a ella con la intención de capitalizar esa beligerancia hasta que Patricia acababa poniéndolos en su sitio. Recibió anónimos con amenazas y presiones directas que iban desde las mafias rusas hasta el jefe de gabinete del número dos de la Policía. Tertuliana por un tiempo en el programa “Espejo Público” de Antena TresTV, dejó de colaborar de la noche a la mañana cuando en Interior alguien levantó un teléfono cabreado con las informaciones en la que nuestra compañera destapaba los tejemanejes en el ministerio. En unos audios filtrados entre Villarejo y Ana Terradillos, se le puede escuchar a esta última poner a Patricia de vuelta y media llegándola a llamar "malfollada" y jurando destrozarla porque al trabajar en La Ser "tenía más galones" que quien solo trabajaba en Público, que es "una mierda". 


Patricia pagó un alto precio personal tras su decisión profesional de apostar por el periodismo de investigación de calidad y no casarse nunca con nadie. Tampoco con según qué políticos, en algún caso los mismos que le doraron la píldora durante un tiempo hasta que acabaron molestos con ella al comprobar que se trataba de una persona que iba a su bola y no le seguía el juego a nadie. 


Le cerraron muchas puertas, pero no se desanimó. Fundó el diario “Crónica Libre”, donde no dejaba títere con cabeza, ocupación que es sus últimos tiempos compaginó con las crónicas que publicaba en Diario Red, la última el día 2 de este mismo mes de diciembre. A quien tenga curiosidad por saber más cosas de ella, le aconsejo que consulte su cuenta de X, antes twitter. La vida no se ha portado bien con Patricia. Valgan estas modestas líneas para reivindicar su figura, la de una persona que no se andó nunca con tonterías. Todo mi reconocimiento, compañera.


J.T.

miércoles, 24 de diciembre de 2025

“Ena” o el sinsentido de la monarquía


El pasado lunes día 22 TVE emitió el sexto y último capítulo de “Ena”, la serie adaptada para la televisión por Javier Olivares, a partir de la novela de Pilar Eyre, cuya protagonista es Victoria Eugenia de Battenberg. Al aparecer los títulos de crédito del final, lo primero que he decidido es volver a vérmela entera, pero del tirón. La historia es muy potente y, tal como está narrada, nutre y enriquece al tiempo que entretiene. Interesa y escuece, lo tiene todo.


“Ena” evidencia el sinsentido de la monarquía porque deja al descubierto sus enormes contradicciones estructurales. Tal como está contada, la historia no necesita de discursos explícitos, le basta con mostrar cómo funciona. No es que sea precisamente una serie antimonárquica, de hecho juega a menudo a la contención, al tono elegante y al respeto formal, pero ahí está precisamente el problema para la institución, porque cuando se cuenta la monarquía tal cual es, el resultado roza el absurdo.


La serie retrata un sistema basado en la herencia, no en el mérito; en la opacidad, no en la rendición de cuentas; en el sacrificio de las personas, especialmente de las mujeres, en nombre de una “institución” abstracta que nunca responde por el daño que causa. Ena aparece como una figura atrapada, sin margen real de decisión, utilizada como pieza funcional para preservar una continuidad dinástica que se presenta como destino inevitable. Y ahí está el sinsentido, porque son vidas reales subordinadas a una ficción histórica.


Lo que Ena deja claro es que la monarquía exige una disciplina emocional y moral incompatible con una sociedad moderna. No hay libertad plena, no hay igualdad, no hay derecho al error. Todo se supedita a la imagen, al silencio y a la apariencia de estabilidad. La serie muestra cómo el “servicio a la corona” no es un honor romántico, sino una forma de alienación: se pertenece a la institución y no eres dueña de tu persona.


A través de la figura de un estomagante y sinvergüenza Alfonso XIII, vemos cómo la monarquía necesita una red constante de complicidades políticas, mediáticas y familiares para sostenerse en un ecosistema donde nada es transparente. Podríamos afirmar que la historia funciona casi como una demostración empírica de por qué la monarquía es un anacronismo. Su esencia es incompatible con la igualdad ante la ley o la autonomía personal.


Quizá lo más demoledor de Ena sea que no necesita subrayar nada. Basta con observar, con ver cómo el peso de la corona aplasta biografías enteras para sostener una idea heredada del pasado. Lo que sería la pregunta clave, la serie la deja flotando en el aire sin formularla del todo: ¿Para qué sirve a día de hoy una institución que solo puede funcionar a costa del silencio y la desigualdad?


“La historia no está cerrada”, dijo Eyre al publicar su novela. Olivares, al adaptarla, parece haber certificado lo mismo desde la pantalla, que la memoria es un territorio vivo, polémico e incómodo, que la monarquía no tiene sentido que continúe existiendo por más tiempo. De hecho, hace más de doscientos años que tendría que haber dejado de existir. Lo dicho. Volveré a verme la serie y también a releer el libro de mi admirada Pilar Eyre.


J.T.