Preocupa la escasa relevancia que se le está otorgando a las elecciones europeas en estos días de campaña. Tampoco es que en convocatorias anteriores se les haya prestado excesivo interés pero esta vez, conviene insistir, se trata de la convocatoria más importante para elegir diputados al Parlamento de Bruselas y Estrasburgo desde que existe la Unión Europea. No parece que sea una labor para dejar en manos de cualquiera.
Es mucho lo que nos jugamos en Europa durante los próximos cinco años, período para el que se eligen los 54 diputados que nos han de representar y poca, muy poca, la atención que se le presta a sus nombres y apellidos. Solo la existencia del enorme riesgo que supone el ascenso de la ultraderecha habría de ser ya razón suficiente para que a las elecciones europeas se les dispensara mucha más atención en los medios de comunicación. La amenaza ultraderechista es muy seria, pero además está el dichoso Brexit, o esa desgarradora herida abierta llamada inmigración, el euro y sus vaivenes, o el cambio climático, asuntos todos ellos sobre los que pronto habrá que adoptar decisiones que acabarán condicionando nuestro futuro y el de nuestros hijos.

Rechina el puesto tan bajo adjudicado al socialista Juan Fernando López Aguilar (el catorce), aunque este podrá continuar si se obtienen los 18 escaños que las encuestas pronostican a su partido, y llama la atención la inclusión del filósofo y ensayista Daniel Innerarity en el puesto número cuatro (para no salir) de la lista conjunta que proponen PNV, Coalición Canaria y otros cuatro partidos autonómicos. María Garzón, hija del famoso juez, encabeza la lista del Actúa de Llamazares. Y de lo de Hermann Tertsch como número dos en la lista de Vox, mejor ni hablar. Se me abren las carnes imaginándolo por las noches de Bruselas con sus colegas ultraderechistas polacos, húngaros o lepenianos urdiendo entre jarra y jarra cómo dinamitar el proyecto europeo. Porque ese es uno de los asuntos cruciales que andan en juego en estas elecciones europeas: cómo parar los pies a quienes quieren acabar con la Unión.
Añadiré algunos datos que, aunque se conocen, nunca está de más recordarlos a la hora de votar el día 26: cada europarlamentario cobrará 8.484,05 euros brutos mensuales que, una vez deducidos impuestos y cotizaciones, se quedan en 6.611,42 netos. Para gastos generales dispondrán de 4.342 euros al mes (gastos de oficina, compra de equipos informáticos, gastos de teléfono, correo y fotocopias…) A esto hay que añadir 306 euros por cada día que asistan a las actividades parlamentarias; los desplazamientos son gratis, la jubilación generosa y, como remate, cada diputado cuenta con otros 25.000 euros al mes para pagar asistentes y becarios.
¿Cómo es posible, pues, que no se le de más importancia a las elecciones europeas durante la campaña? ¿Desinterés? No creo. Preguntándonos a quién beneficia la desinformación y el perfil bajo que se mantiene, igual obtenemos la respuesta.
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