Asaltaron las oenegés que socorrían a los inmigrantes y tiraron sus ordenadores por la ventana. Intimidaron a la organización de mujeres progresistas, intentaron linchar al subdelegado del gobierno porque lo confundieron con el presidente de Almería Acoge, se pasearon durante días por todo el pueblo con bates de beisbol, palos enormes y barras de hierro arrasando bares y comercios marroquíes, quemaron coches de decimoquinta mano y humildes enseres propiedad de quienes les trabajaban la tierra. ¿Recordáis? Han pasado diecinueve años de aquella semana de fuego y furia que avergonzó a tantos buenos ciudadanos de El Ejido y de toda la provincia de Almería.
La excusa fue que un marroquí disminuido síquico apuñaló a una mujer en el mercado de una barriada llamada Santa María del Águila y la mató. Yo pensaba que todo esto era agua pasada, que aquella pesadilla fue una página negra que jamás se volvería a repetir, pero ha sido nacer un partido político que defiende la mano dura con los inmigrantes y reivindica el uso de rifles y pistolas, para que los viejos fantasmas resuciten donde menos deberían haberlo hecho.
¿Qué ha de suceder para que el Ejido, y el Poniente almeriense en general, se sacuda el estigma de racista y xenófobo? Pues visto lo visto, tendría que ocurrir un milagro que, de momento, parece lejano, porque la epidemia se ha extendido también al Levante, hacia el Cabo de Gata y más allá. Los resultados de las elecciones andaluzas ya me pusieron los pelos de punta, pero los del 28A me han producido verdaderos escalofríos. En la convocatoria para la elecciones generales, Vox ha sido la fuerza política más votada en Níjar (28,44%) y El Ejido (30,02%). ¿Significa esto que cuando se abran las urnas el próximo 26 de mayo tendremos alcaldes de Vox en ambas ciudades?
No tengo ningún interés en ser alarmista, pero los datos están ahí: el partido de Abascal ha sido también segunda fuerza en Roquetas de Mar y Vícar, y tercera si consultamos los números totales de la provincia: 62.529 almerienses, un 19,15 por ciento de todos los que votaron el domingo 28 de abril en esta esquina de la península, metieron en las urnas una papeleta de Vox. Es verdad que ganó el Psoe, pero solo obtuvo unos treinta mil votos más que los fascistas. Y Podemos únicamente sacó un 8,81 por ciento, 28.767 votos en total, menos de la mitad que el partido que preconiza la intolerancia y el racismo y que, si pudiera resucitar a Franco, lo haría.
Esta es la cera que arde, nos guste o no nos guste. He aquí la radiografía que nos desnuda y nos invita a la reflexión. ¿Qué puñetas hace la izquierda que no espabila en lugares como Almería? ¿Les parece un mal menor, estamos demasiado lejos, o sencillamente no saben por dónde demonios empezar a hincarle el diente a este problema? Perdidos en sus peleas internas, en sus centralismos (a los aparatos de los partidos políticos, en Sevilla y Madrid, El Ejido parece quedarles demasiado lejos, y en Almería capital viven groseramente de espaldas al Poniente) y en sus conspiraciones, el ascenso de Vox en una de las zonas más prósperas de España les ha estallado en las manos con los deberes sin hacer y resucitando el horrible fantasma de la indignación xenófoba de febrero del año 2000.
Hay que espabilar con esto y rápido. El voto a Vox de 62.529 almerienses es un grito demasiado serio como para dejar pasar un solo día más sin ponerse a trabajar a fondo, analizar las causas y poner remedio. No puede ser que haya tanto facha entre mi gente, tanto violento. Me niego a admitirlo. Me niego a concluir que las cosas siguen igual, o peor, que hace diecinueve años. Decidme que estoy equivocado, por favor, y demostrádmelo el próximo 26 de mayo si sois tan amables. Hay mucho trabajo pendiente y muchas equivocaciones de las que rendir cuenta, es verdad, pero todo será mucho más difícil si Vox consigue gobernar en algún ayuntamiento.
J.T.
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