viernes, 11 de febrero de 2011

Reflexiones entre adoquines berlineses


- Papá, ¿sabes lo que significan estas plaquitas?
- Me temo que me lo puedo imaginar

Resulta difícil caminar por la zona urbana de Berlín -como estamos haciendo ahora mi hija y yo cuando me formula esta pregunta-, y no encontrarte con alguna de ellas con espantosa frecuencia: su tamaño apenas supera el de un miniadoquín y en la inscripción se recuerda un nombre, una fecha y un lugar que indica el campo de concentración en el que fue exterminado quien residía justo en el edificio a cuya entrada se encuentran estas plaquitas de latón.

Miras la fachada de la casa, la puerta, te imaginas a quienes vivían aquí saliendo para nunca más volver... Reconozco que quienes residen en Berlín debe hacer ya tiempo que se habituaron a pisarlas sin conmoverse. Pero yo evito poner el pie encima. Mi hija las fotografía y tampoco las pisa.

Desde mi condición de visitante atípico estos días -me importa más preocuparme por los asuntos de Patricia y ayudarle en lo que pueda necesitar que ejercer de turista y coleccionar sitios vistos-, desde mi rol de ciudadano berlinés ocasional que vive en un apartamento del Este, que acude cada día al supermercado, que por la mañana baja a la bäckerei y compra pan recién hecho para desayunar, que usa bonos semanales de transporte... desde esa condición, decía, me cuesta mucho trabajo habituarme a pasear sin más por las calles de esta ciudad trufada de plaquitas de latón.

Los cuadraditos que perpetúan la memoria de la monstruosidad cometida por los nazis te los sueles encontrar de dos en dos, de tres en tres... Hemos fotografiado muchos, pero aquí he decidido volcar solamente uno. Uno que a mi juicio estremece por su dimensión: seis personas que en su día fueron sacadas de una misma casa, en el distrito de Kreuzberg, para ser gaseadas.

Los fotografiamos, pero no los pisamos

También evito pisar el cristal que me encuentro cuando paseo por la Bebelplatz y disfruto de los impresionantes edificios que la rodean. Entre adoquines, descubro de pronto ese cristal de un metro cuadrado que muestra debajo una habitación cubierta de blancas estanterías vacías, decenas de baldas desiertas, sin un solo volumen encuadernado, sin una sola obra impresa. Así ha decidido el Berlín de hoy recordar la quema de libros que tuvo lugar aquí mismo el  10 de mayo de 1933, la llamada Noche de la vergüenza.


Mientras iba haciendo estos descubrimientos no he podido evitar, como podéis imaginar, asociar ideas. Y pensé, claro está, en lo nuestro, en nuestra guerra civil. En las tropelías que se cometieron, en tantos y tantos seres humanos de  nuestro querido país a los que un día fueron a buscar a sus casas y nunca más volvieron a ellas.

Entre adoquín y adoquín de estas calles berlinesas me he puesto a pensar en tantos españoles como murieron en cunetas o paredones y a los que todavía les debemos aunque sea una diminuta plaquita a la puerta de su casa. O lo que sea. Algo. Pero continúan transcurriendo las semanas, los meses y los años... y nadie tiene huevos de hincarle el diente a esto de una vez. 

"Memoria histórica" creo que se llamaba aquella "presunta" ley, ¿verdad?

J.T.

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