Si el periodista se empeña en encontrar la frase redonda o el adjetivo exacto corre el peligro de no llegar al cierre de la edición.
Si el literato no tiene la paciencia que se requiere hasta encontrar el adjetivo apropiado, corre el peligro de descafeinar su creación.
En esta esquizofrenia permanente se mueve el escritor. Y el periodista.
Hay escritores que necesitan ser periodistas para ganarse con la gacetilla el pan que no consiguen con las liquidaciones de la editorial.
Hay periodistas que necesitan ser escritores porque su trabajo del día a día les parece trivial, frustrante, frívolo, intrascendente... y ellos aspiran a volcar en una historia potente todo el caudal de imaginación y sintaxis que creen llevar consigo.
El caso es que, por una u otra razón, el periodismo y la literatura suelen encontrarse inevitablemente emparentados. La historia de la literatura está llena de escritores que compaginaron el ejercicio del periodismo con sus primeros pinitos en el mundo de la literatura.
El novelista que no ha trabajado antes en un periódico, una radio o una tele lo tiene algo más difícil cuando ha de confraternizar con los medios por aquello de la promoción de su obra, a la que la editorial que le ha publicado su trabajo suele obligarlo.
El novelista que sabe de qué va esto lo tiene un poco más fácil. Claro que también el que ha sido cocinero antes que fraile se conoce todos los trucos del oficio y cuando los detecta debe elegir: o seguir el juego o encabronarse.
Porque en muchos casos, hay que reconocerlo, el mosqueo del entrevistado está más que justificado: o no se han leído la obra antes de entrevistarlo, o le obligan a hacer el pino en directo o lo que es peor aún, no saben ni quién es la persona a la que van a entrevistar porque no se han tomado la molestia ni de documentarse previamente.
Hay que reconocer que esto sucede no pocas veces, para vergüenza del oficio periodístico y oprobio del amor propio del escritor de turno.
Hay que reconocer que esto sucede no pocas veces, para vergüenza del oficio periodístico y oprobio del amor propio del escritor de turno.
Los novelistas que salen adelante son los que saben usar la muleta y se dejan el ego colgado de la percha en casa antes de salir. Conozco muchos escritores buenos que se atascaron cuando no aprendieron el arte de dar capotazos. Sólo los muy brillantes se pueden permitir el lujo de ser bordes y antipáticos.
Es verdad que cuando algo es bueno tarde o temprano se reconoce. Sí, es verdad, pero todos sabemos de muchos genios que murieron en la indigencia.
J.T.
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