Por si la agenda informativa de septiembre no viniera ya suficientemente cargada, el próximo lunes comienza en Almería el juicio a Ana Julia Quezada, autora confesa de la muerte del pequeño Gabriel Cruz. Miedo me da. Dieciocho meses han pasado desde aquellos tristes días de infausto recuerdo en Las Negras, entre otras muchas cosas por la vergonzosa cobertura que le dispensaron las televisiones a una historia tan espantosa. Año y medio hace ya de aquella intensa búsqueda, en buena parte del parque natural de Cabo de Gata, de un niño de ocho años cuya extraña desaparición introdujo el dolor en la vida de sus padres separados, acompañados la mayoría de las veces por la nueva pareja del padre, siempre junto a él cariñosa y afligida, hasta que fue detenida como presunta responsable de la muerte de la criatura.
Ni el pequeño Gabriel ni sus padres se merecen un nuevo circo. Ellos fueron sobradamente educados con los medios y, tras el terrible desenlace, dieron las gracias conmovidos porque creyeron que sin la repercusión mediática que tuvo, quizás el caso no se hubiera resuelto tan rápidamente. Pero eso no es verdad, la policía y la guardia civil estaban haciendo su trabajo de manera minuciosa, y si se logró encontrar el cuerpo del pequeño y detener a su presunta asesina fue porque en todo momento actuaron con profesionalidad y competencia.
Durante el año y medio transcurrido desde aquel febrero de 2018, Patricia Ramírez y Ángel Cruz seguro que han tenido tiempo para recapitular sobre todo lo que sucedió. Desconozco cómo han gestionado el duelo, ni en qué condiciones anímicas llegan ahora al juicio la madre y el padre del pequeño Gabriel, pero sería deseable que durante estos días de trasiego en los juzgados se les dejara lo más en paz posible. Sus abogados y la Fiscalía han solicitado para la autora confesa del crimen prisión permanente revisable. Un jurado popular de nueve miembros decidirá si es culpable o no de los delitos que se le imputan, uno de asesinato y dos de lesiones psíquicas a los padres. El juicio se prevé que dure ocho días, estará abierto a los medios de comunicación, y en principio quedará visto para sentencia el miércoles 18 de septiembre.
A una semana del comienzo, ya hay acreditado medio centenar de medios para el seguimiento de la vista oral ¿Volveremos a la indecencia, a la explotación del morbo sin contemplaciones, o esta vez seremos capaces de establecer límites para que los padres se sientan respetados y la acusada tenga un juicio justo? ¿Volverán los platós a especular con los aspectos más morbosos del caso y los realizadores a cebarse repitiendo una y otra vez las imágenes de aquellos días?
Quienes como yo vieran trabajar en su día a reporteros de sucesos como Pedro Costa, Margarita Landi, Paco Pérez Abellán o Jesús Duva y siguieran sus crónicas con interés, seguro que se están preguntando cómo habrían tratado a día de hoy estos colegas un asunto como la desaparición y muerte del pequeño Gabriel. Ellos contaban todo lo que había que saber, no defraudaban al lector, pero sabían hacerlo respetando al mismo tiempo el dolor y la intimidad de las víctimas y sus familias. Ahora que llega el juicio no sé cómo se comportarían ellos y otros muchos cuyo trabajo con material tan sensible no les impidió nunca centrarse en los hechos, no sé qué harían si se vieran obligados a actuar con la desfachatez y el desprejuicio que, de un tiempo a esta parte, destilan tantos espacios televisivos. Pero creo no estar equivocado si aventuro que resistirían, que sabrían dotar de interés lo que contaran sin perder por ello un enfoque respetuoso.
Para los padres del pequeño Gabriel va a suponer un duro golpe tener que volver a ver en persona a la acusada de la muerte de su hijo. Van a ser unos días muy traumáticos para ellos, porque en el juicio se escucharán los pormenores de todo lo que ocurrió y se repasarán con detalle unos hechos de los que sin duda necesitan pasar página de una vez para recuperar la paz a la que tienen derecho. No creo que el bucle en el que se encuentran les haga perder la perspectiva y acaben entrando en el juego. Si creen que están en deuda con alguien, no es así. No les deben nada a nadie, y mucho menos a unas televisiones que ganaron dinero a espuertas durante los quince días que duró la retransmisión en directo, casi minuto a minuto, de su desgracia.
Esta espeluznante historia, y la memoria del pequeño Gabriel, merecerían que los medios de comunicación nos propusiéramos respetar ciertos límites, entre otras cosas porque sería una buena manera de empezar también a respetarnos a nosotros mismos. No va a aportar nada, ni a la justicia, ni a la familia, ni mucho menos al pequeño Gabriel, que volvamos a llenar horas y horas de programación dándole vueltas y más vueltas a las circunstancias de su infortunio.
El “pescaíto”, como le llamaba cariñosamente su familia, merece descansar en paz. Y la profesión periodística, no desperdiciar una oportunidad de respetar su memoria, dignificar el oficio y demostrar que, para informar con precisión, no tiene por qué ser imprescindible que nos comportemos como buitres carroñeros.
J.T.
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