La pelea entre Casado y Ayuso por ver quién preside el PP madrileño es otro infausto episodio más en la vida de este partido que acabará beneficiando a las huestes de Vox como los populares no se aclaren pronto. Los socialistas, empeñados en recuperar el bipartidismo cuanto antes, llevan tiempo buscando excusas para acercarse al PP y esta le viene que ni pintada. Al flamante líder socialista en la Comunidad de Madrid, Juan Lobato, le ha faltado tiempo para proponer a la presidenta que retire su primer proyecto de presupuestos regionales y acuerde uno nuevo con el PSOE y el resto de grupos en la Asamblea para así ningunear a la ultraderecha. La polémica lideresa no le ha hecho ni caso, como tampoco Moreno Bonilla en Andalucía a Juan Espadas, cuando este se ofreció hace semanas a facilitar con la abstención del grupo socialista la aprobación de los presupuestos autonómicos del año que viene.
“Con la ultraderecha no se compite, a la ultraderecha se la combate” proclamó la ministra María Jesús Montero esta semana durante el debate de los presupuestos generales tras admitir que el objetivo del Gobierno de coalición es “intentar que (los miembros de Vox) no estén en ningún Gobierno”. Aunque sea “tendiendo la mano al PP”, llegó a decir. Diego Conesa y Luis Tudanca, secretarios generales del PSOE en Murcia y Castilla-León respectivamente, también llegaron a ofrecerse en el pasado al PP para facilitar los presupuestos regionales. Pues muy bonito, pero llegan tarde. Presuponiéndole a los socialistas la mejor voluntad del mundo posible, lo que ya de por sí es mucho presuponer, han dejado pasar un tiempo precioso que ha permitido al monstruo fascista que sus tentáculos crecieran sin parar y sin apenas resistencia.
Durante tres años han venido sirviéndole en bandeja las televisiones públicas para que difundieran sus proclamas fascistas sin que ningún entrevistador les parara los pies ni ningún presentador de informativo apostillara sus soflamas recordando al espectador que buena parte de lo que estos señores defienden es lisa y llanamente anticonstitucional. No son patriotas, son testaferros de las clases altas.
Pero no es solo en los medios de comunicación donde se ha permitido al fascismo que vaya poco a poco comiéndonos el terreno a los demócratas. En el Congreso de los Diputados la infamia, la tensión, el insulto y la exaltación del exabrupto han ido in crescendo a medida que avanzaba la legislatura, con el PP siguiéndoles torpemente el juego. Basten como ejemplos de una lista, ya demasiado larga, un par de casos recientes: por un lado el diputado ultra José María Sánchez, juez para más inri, llamando bruja a la socialista Laura Berja mientras esta intervenía en la tribuna defendiendo la posición de su grupo sobre el derecho al aborto, y por otro el médico ultra Juan Luis Steegmann “retando a duelo callejero” al diputado de Compromís Joan Baldoví cuando este se refería a los diputados de Vox como “chaqueteros que abandonaron y desertaron del PP cuando se acabaron las ubres que los amamantaban”.
En esa conquista de espacios cuya existencia se debe a una tolerancia que ellos no practican, ahora le ha tocado el turno a las ruedas de prensa que se celebran en el Congreso, donde presuntos “informadores” ultras han puesto de moda provocar a según qué diputados cuando estos comparecen ante los periodistas. Obligan a Gabriel Rufián, por ejemplo, a echar mano de toda la serenidad de que es capaz para contestarles que “no participa de burbujas mediáticas de la ultraderecha”, o que ya tiene suficiente con los 52 ultras con los que a diario convive en la sala de plenos. O a Pablo Echenique a recurrir a toda su flema al precisar que no se le puede dar pábulo con una respuesta a preguntas basadas en mentiras. “Si aceptamos planteamientos que llevan falsedades –dijo textualmente Echenique hace poco- estamos dando carta de naturaleza a algo que cada vez preocupa a más gente y es la difusión de bulos". Estas provocaciones de presuntos periodistas de la ultraderecha en las ruedas de prensa del Congreso son un ultraje que contribuye a devaluar el oficio de informar aún más de lo que ya está. Las asociaciones profesionales ¿no tienen nada que decir?
Cada día la ultraderecha avanza un pasito más en sus afrentas y en sus soflamas. Y nadie les para los pies. No ya en el Congreso o en los parlamentos de aquellas comunidades donde el PP no tuvo inconveniente en pactar con ellos para gobernar: en las redes han conseguido crear un clima de desazón que ha hecho que mucha gente decida dejar de actualizar sus cuentas. Los ambientes familiares andan encanallados, han metido sus mentiras en vena a jóvenes sin suficiente bagaje para pararse a analizar la toxicidad de lo que asumen, niños de diez y doce años juegan en consolas donde han personalizado los personajes favoritos de sus juegos con los nombres de los líderes de Vox más conocidos…
Están subvirtiendo los modos y maneras democráticas delante de nuestras mismas narices y nos estamos dejando hacer: la tele, los periódicos, los jueces… Están consiguiendo que lo antidemocrático no parezca tan grave y que lo intolerable esté bien visto. Algún día, y espero que sea pronto, muchos medios de comunicación de este país deberán pagar el daño que están haciendo a nuestra sociedad por actuar como altavoces del odio. El acoso y la provocación por sistema, en las instituciones y en el ejercicio del periodismo, es un serio problema para el mantenimiento de la salud democrática que tenemos derecho a disfrutar en paz.
Las palabras de la ministra de Hacienda en el Congreso instando a combatir a la ultraderecha estuvieron bien. Ahora solo falta que ella y los de su partido empiecen a ponerlas en práctica. Aunque lo que resulta difícil de entender es por qué, para conseguirlo, la solución tiene que pasar por tender la mano al PP. En fin...
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