Siempre fue tan invivible como inevitable, su atmósfera suele ser irrespirable, tanto meteorológica como políticamente hablando, pero nadie le puede negar a Madrid su morbo. Si siempre lo ha tenido, a partir de lo sucedido en este 10º aniversario del 15-M, hay que reconocer que puede que aumente con los tiempos que se avecinan.
La decisión de Pablo Iglesias de renunciar a la vicepresidencia del gobierno de la nación y anunciar su disposición a ser candidato para presidir la Comunidad de Madrid es un jugada de mucho más calado político e incluso histórico de lo que a primera vista pudiera parecer. Y voy a explicar por qué lo creo así.
Madrid lleva mucho tiempo seriamente amenazada sin que parezca que pueda hacerse nada por evitarlo. Un gobierno con Isabel Díaz Ayuso de presidenta y Rocío Monasterio de vicepresidenta supondría elevar a la enésima la pesadilla que se vive en la Comunidad desde aquel infausto día, allá por 2003, en que la traición de los socialistas Tamayo y Sáez propició el advenimiento de Esperanza Aguirre.
No nos merecemos que esto se perpetúe en el tiempo. Ni los madrileños ni el resto de los españoles. Es verdad que Madrid no tiene por qué ser el ombligo del mundo y que el juego político, sobre todo en las comunidades históricas, se mueve al margen de las intrigas de la Villa y Corte, pero un gobierno de tintes fascistas en la Comunidad de Madrid sería una auténtica ruina para todos. Los decibelios de la crispación y el mal rollo continuarían aumentando hasta llegar a hacerse insoportables por completo. Mala cosa.
Si las izquierdas en España siempre han demostrado acreditada pericia para arruinar expectativas, Madrid en eso se lleva la palma desde tiempos inmemoriales. Ya Josep Pla, en 1931, cuando era corresponsal catalán en la capital de España, dejó escrito que las trifulcas internas entre los socialistas madrileños tenían poca solución. Muerto Franco siguieron con sus costumbres: entre Guerra, Leguina, Acosta, Solana y compañía fueron fieles a la tradición y fijaron las bases de la descomposición de la Federación Socialista Madrileña a cuyos miembros de ahora, muchos años después, no se les ocurre mejor cosa que apostar de nuevo por Ángel Gabilondo para enfrentarse a la amenaza ultra.
Lleva la izquierda 25 años fuera del poder en la Comunidad de Madrid y, en lugar de aprovechar la hecatombe de Ciudadanos para recuperar votos y escaños, va el PSOE y apuesta por la exaltación de la sangre de horchata ¿Alguien puede entenderlo? Desde que se supo que Gabilondo será de nuevo candidato, buena parte de la izquierda madrileña empezó a asumir que la catástrofe sería inevitable, que la ultraderecha, además de dejarlo todo hecho unos zorros en pocos meses, iba a convertir la Comunidad de Madrid en un diabólico laboratorio de destrucción de derechos y libertades exportable a medio plazo a todos los rincones del país. Mala cosa, malísima.
Y en estas aparece Pablo Iglesias, que deja el gobierno y se postula para la Comunidad. Sin que ningún agudo analista pudiera siquiera sospecharlo. Hay que reconocer que ha roto los esquemas a propios y extraños y que, de pronto, si no ha acabado con el desaliento de muchos, por lo menos ha hecho o va a hacer que bastantes se replanteen su escepticismo, su apatía, su entrecomillas resignación a admitir que la pesadilla que nos amenazaba podía tener solución.
No más cargos autonómicos con bolsas de dinero por Latinoamérica ni maletines llenos de billetes escondidos en el altillo de sus casas, no más proyectos faraónicos, no más destrozos en hospitales y escuelas, no más fondos buitre ni cafés in the plaza mayor. No más caspa, no más nostalgias fascistas, no más despropósitos, no más amenazas ni chulerías intolerables. En dos años escasos, Ayuso ha dejado a la altura del betún la capacidad depredadora de sus antecesores, de los compañeros de partido que le precedieron en el cargo. Ya basta.
¿Qué confluencias astrales pudieron dar lugar a que una joven que nació dos meses antes que la Constitución esté haciendo carrera apelando a la nostalgia de la época franquista? ¿Qué ha pasado para que un discurso como el de Rocío Monasterio, que atenta directamente contra la derechos humanos, haya echado raíces incluso en víctimas de las injusticias que su partido preconiza?
“Hay que reaccionar con contundencia, rápido. Si nos dormimos en los laureles, después no valdrá llorar por la leche derramada”, proclamaba hace muy pocos días mi admirado José María Izquierdo en su madrugadora homilía radiofónica diaria. Pues ahí lo tienes, querido jefe, no sé si Iglesias, nacido por cierto el mismo día que Ayuso, te escuchó o no, pero el asunto es que parece haberte hecho caso. Puñetazo en la mesa. Contundencia. Y al lío.
J.T.
P.D. La foto que ilustra este artículo corresponde a la presencia de Isabel Díaz Ayuso como tertuliana el año 2012 en una entrega del programa "La Tuerka", presentado y dirigido por Pablo Iglesias.
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