sábado, 19 de diciembre de 2020

Normalizar las contradicciones


He repasado estos días algún que otro capítulo de Borgen, he vuelto a disfrutar con los cotidianos tiras y aflojas entre Birgitte Nyborg y los ministros de otros partidos con los que gobierna y me ha dado mucha envidia. Aunque ficción, la serie es un fiel retrato del proceder habitual en los gobiernos de coalición. 

Aquí, en cambio, parece que no haya manera de normalizar las lógicas contradicciones entre los miembros de un gobierno formado por dos partidos distintos. Esperan unos, y hasta exigen otros, que el funcionamiento sea el mismo que el de los gobiernos monocolor en tiempos del bipartidismo, cuando Felipe o Aznar gestionaban los Consejos de Ministros a golpe de silbato y quien se movía no salía en la foto. 

Que en el Gobierno haya dos almas no parece mala cosa. El Psoe también tiene, o tuvo, dos almas, pero una de ellas pasea por el mundo con más desahogo y conciencia de impunidad que la otra. Me consta que hay muchos socialistas a los que la fiesta de los toros les parece una barbaridad, pero va Carmen Calvo, prologa un libro de Eneko Andueza, portavoz socialista en el parlamento vasco, defendiendo la tauromaquia (“Los toros, desde la izquierda”, Servisistem) y nadie osa llevarle la contraria. “Hubo aficionados y toreros antes de que existieran la izquierda y la derecha”, escribe la vicepresidenta socialista en ese prólogo, y todo son reverencias en su partido y en los medios de derechas. En cambio a Sergio García Torres, director general de Derechos de los Animales, cuando muestra en redes su desacuerdo con esa postura y aprovecha para recordar que hace más de cien años ya había socialistas que mantenían posiciones antitaurinas, los cañones mediáticos se apresuran a disparar a discreción con entusiasmo y diligencia. Se conoce que aspiran a que, por el hecho de estar gobernando juntos, Podemos aplauda hasta los desatinos más infumables. El alma republicana del Psoe, como la antitaurina, andan desaparecidas en combate.  

A lo mejor hay algún ingenuo por la Moncloa que cree que el destino natural de los ministros de Unidas Podemos es ser fagocitados. Y como puede que lo crean de verdad, no soportan que se pongan sobre la mesa de trabajo asuntos donde existen diferencias de calado. Temas que, recordemos, figuran todos en el programa de investidura. A plantear las cosas de agenda, ellos y sus palmeros lo llaman exigencias, a las discrepancias, broncas, a tener puntos de vista distintos, desleatad, a las reclamaciones para que se cumpla lo pactado, batallas, a las discusiones, conflictos, a debatir, combatir… y así sucesivamente. Jerga bélica, como en el peor periodismo deportivo. Siete veces empleaba El País el término “batalla” en la información del pasado miércoles dedicada a la agenda social del Ejecutivo. 

¿Por qué nos resistimos a normalizar las contradicciones dentro del Gobierno? Que, a pesar de ser del mismo partido, Guerra y Solchaga no se pudieran ver, o Soraya y Cospedal se llevaran como el perro y el gato, eso no parecía rechinar. Me consta que más de un miembro socialista del gobierno actual las ha tenido serias con María Jesús Montero, pero se paran las rotativas cuando ella y Pablo Iglesias discrepan. 

Lo normal es que las cosas sean como están siendo, debate, negociación y finalmente acuerdo. Algo que, en el caso de los Presupuestos, se ha demostrado eficaz para frenar a la derecha y dotar así de estabilidad al equipo de gobierno. Lo normal es que si hay sobre la mesa una agenda social en la que cada partido defiende sus postulados, eso se refleje en las conversaciones donde se busca llegar a acuerdos. Es normal que Nadia Calviño y Yolanda Díaz
discrepen sobre la cuestión del salario mínimo, lo extraño sería lo contrario; es lógico que Ione Belarra y Teresa Ribera mantengan posiciones distintas sobre la prohibición de los cortes de suministros, o que Nacho Álvarez y José Luis Escrivá no enfoquen del mismo modo el espinoso asunto de las pensiones. Por no hablar de la reforma laboral y la resistencia numantina de Calviño. Todo esto es normal, repito: N-o-r-m-a-l

Los resultados, que es lo que importa, están a la vista, rematados estos días con la aprobación de los Presupuestos y la ley de eutanasia. Como escribía el jueves Enric Juliana en La Vanguardia, “una vez afianzada la legislatura, los debates dentro de la coalición gubernamental se convierten en la única fábrica de política tangible”. 

El diálogo sereno entre fuerzas radicalmente diferentes, la negociación y la firma de pactos estables suele ser lo habitual en los gobiernos de coalición de otros estados europeos. En Dinamarca, el país inspiración de la serie Borgen, hace ya más de un siglo que no gobierna un solo partido por mayoría absoluta. Sería deseable que aquí no hubiera que esperar tanto para que nos relajáramos un poquito. 

J.T.

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