No hay nadie que haya alterado más la paz y tranquilidad, tan necesarias en estos últimos diez meses, que esta joven periodista nada dispuesta a desperdiciar que la “suerte” llamara a su puerta. Porque eso está siendo para ella la pandemia, una lotería que la ha puesto en el candelero gracias a su descaro, su amoralidad y su carencia de pudor. Con una maestra como Esperanza Aguirre, la discípula ha demostrado haber asimilado bien sus enseñanzas.
La COVID-19 pasará antes que Ayuso, que tiene todas las trazas de ser una Aguirre dos. Su mentora obtuvo la presidencia de la Comunidad de Madrid en 2003 por culpa de los traidores Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez; y Ayuso la consiguió hace año y medio merced al cisma promovido por el tándem Carmena-Errejón por un lado, y por otro gracias al apoyo de una ultramontana ultraderecha resucitada tras lustros de latencia dentro de las filas del propio Partido Popular.
Practica Ayuso la estrategia de la tensión permanente. Bajas la guardia y ya te está montando la bronca. Te descuidas, sintonizas la radio y allí está ella lanzando soflamas. No quiere la conciliación, busca pelea, y lo hace desde la desenvoltura que le permite su falta de complejos. Transmite la sensación de que no conoce la vergüenza, pero no porque sea una sinvergüenza, que a lo mejor, sino porque no le da vergüenza nada, no tiene ningún miedo a hacer el ridículo, y cuando lo hace se va de rositas. Se tira sin paracaídas pontificando de lo que haga falta aunque no tenga ni repajolera idea de aquello de lo que habla y, en lugar de sentir vergüenza ajena, sus fans le ríen la gracia, la aclaman, la aplauden. Les ha nacido una lideresa imprevista donde y cuando menos lo esperaban, y andan encantados de la vida.
Lo suyo es el ataque, la presidenta de la Comunidad de Madrid no abre la boca para otra cosa. No tienes más remedio que replicar a su desmesura y esto te obliga a desplazar a un segundo plano lo único que debería estar siempre sobre la mesa: su incompetencia para gestionar, sus huidas hacia delante, su falta de lealtad, su militancia en la mentira y la provocación.
Es el mirlo blanco perfecto para Miguel Ángel Rodríguez (MAR), su singular jefe de gabinete. Cuando fue asesor de José María Aznar este se le resistía, pero aquí se ve que dispone de cancha. Aunque Ayuso apuntaba maneras por sí sola (no hay más que recordar su sonado debut hace un par de años, cuando proponía considerar al “concebido no nacido” como un miembro más de la unidad familiar), con la ayuda de MAR ya es imbatible. Lo único que se le resiste es Telemadrid. No soportan, ni ella ni él, que la dirección no se plegue a sus ambiciones manipuladoras. Amenazan, boicotean, pero de momento no pueden hacer nada contra un equipo directivo blindado por seis años en la Asamblea en tiempos de Cristina Cifuentes, que consiguió llegar a un pacto con los socialistas.
La hoja de ruta de Ayuso está presidida por una sola idea: “¿A qué me tengo que oponer hoy?”. Está convirtiendo Madrid en un monstruo. Una autonomía artificial, nacida del rechazo de las dos Castillas, está arrogándose en manos de Ayuso el carácter de oposición al gobierno de la nación y adquiriendo con ello más predicamento incluso que el líder de su propio partido, que no sabe ya cómo encanallar el ambiente y anda el hombre por los telediarios dando palos de ciego y haciendo un ridículo tras otro.
No se relajan ni en momentos propicios para la distensión y la esperanza como los de la llegada de las primeras vacunas. Casado lo llama propaganda, y Ayuso compite cuestionando la proporcionalidad de la distribución de las dosis. Rivalizan en desfachatez y gana ella.
Lo decíamos más arriba, el otro virus del año 2020, no solo en Madrid sino en toda España, se llama Isabel Díaz Ayuso. Contra esa epidemia parece que, de momento, no hemos encontrado aún la vacuna.
J.T.
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