jueves, 31 de diciembre de 2020

Al flemático Salvador Illa le va la marcha

Diez meses poniéndolo a parir sin parar y ahora solo falta que le griten, como a aquel jugador de la selección española, “Illa, maravilla”. Las reacciones del PP al conocer que el candidato a la presidencia de la Generalitat por el PSC será Salvador Illa son tan patéticas e infantiles que ya no puede uno ni indignarse cuando las escucha. Claro que las de la todavía jefa del PT (Partido de los Tránsfugas) dan más pena aún. Del resto de la ultraderecha, mejor ni hablamos.

¿Es un acierto para Illa y su partido la decisión tomada? ¿Qué datos manejan para apostar por una jugada de indiscutible audacia, para desvestir un santo y vestir otro que anda rodeado de incógnitas? ¿Es amor al riesgo? La primera incógnita es el propio candidato quien, a pesar de haberse visto obligado durante casi todo el año a desempeñar un papel de inevitable protagonismo, la mayor parte de ese tiempo ha conseguido mantener un perfil discreto y a veces hasta hermético.

Delegaba las comparecencias en técnicos como Fernando Simón, despachaba a diario con los consejeros de Salud de cada autonomía, también con sus colegas europeos, tomaba decisiones en función de los datos que se le proporcionaban, informaba con detalle al presidente y cuando tenía que dar la cara, la daba, pero procuraba hacerlo con mesura, concisión y contundencia.

Unas veces podía intuirse cómo se mordía la lengua, cómo contaba hasta cien antes de hablar, otras podía adivinarse cómo reprimía las ganas de saltarle a la yugular a algún que otro autor o autora de descalificaciones sistemáticas o insultos gratuitos. Hubo un día, allá por primeros de octubre, en que ya no pudo más: “Ni oculto datos a esta cámara, ni le tomo el pelo. No le tolero que usted lo diga”, le contestó a Ana Pastor cuando esta pidió su dimisión y lo acusó de “surfear la realidad de lo que ocurre en el país”. “He echado en falta un cierto tono de humildad en usted”, le replicó Illa a quien fuera ministra de Sanidad con José María Aznar. Y añadió: “Combata al Gobierno si quiere, pero combatamos en primer lugar la pandemia”.

En junio, en cambio, el tono de su despedida de la comisión de Sanidad del Congreso había sido muy diferente. Quienes le habían dado una caña tremenda sin conseguir nunca alterarle el ánimo se quedaron desarmados. “El médico que lleva usted dentro me ha enseñado cosas y se lo quiero agradecer”, le dijo al portavoz de Vox. “Le he visto una permanente actitud de querer ayudar y lo quiero destacar”, le comentó al de Ciudadanos, y a la representante del Partido Popular quiso reconocerle que se notaba que había sido alcaldesa por lo “pegadas al terreno que habían estado buena parte de sus intervenciones”. Solo él sabe si les tomó el pelo o les dijo lo que realmente pensaba.

De un tiempo a esta parte, en cambio, se le notaba ya en el rostro un rictus de cierta contrariedad. Como si se hubiera hartado de caer bien. A los que les caía bien, claro. Tenía cara de “quiero dimitir”, pero no de derrotado, emitía mensajes involuntarios que prácticamente nadie supo captar hasta que este miércoles lo entendimos todo de golpe. Va a ser el candidato a la presidencia de la Generalitat de Catalunya. “Estoy preparado”, afirmó. “Será el presidente”, apostilló Miquel Iceta; “Solucionar los problemas de Catalunya, y sin revanchas”, remató el flamante candidato. Sin duda, al flemático Illa le va la marcha.

Desde la Moncloa se emiten señales que permiten intuir la cercanía del indulto a los políticos del procés. Demasiadas cosas juntas en un final de año meteórico, colofón de infarto a diez pavorosos meses de dolor e incertidumbre. El ministro que llegó de Barcelona para ocupar una cartera de escaso contenido se convirtió, por obra y gracia de la pandemia, en la autoridad máxima, en el hombre de cuyas decisiones dependían incluso los ministerios de Defensa e Interior. Lo suyo es que hubiera acabado no ya quemado, sino hecho fosfatina.

Y helo ahí, segundo político más valorado en Catalunya después de Oriol Junqueras y con unos sondeos que le permiten anunciar, a él y a su maltrecho partido, que su objetivo es conseguir la presidencia, nada de medias tintas. De momento, los cuarteles generales del resto de partidos catalanes se han puesto la pilas sin perder un minuto y han empezado a trabajar para replantear estrategias, mensajes, argumentos, consignas, ataques… A partir de este miércoles treinta de Diciembre, el guion en Catalunya ha cambiado por completo.

J.T.

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