Ayuso es tan básica que, precisamente por eso, le está comiendo la tostada a Pablo Casado. Como dice Ramón Lobo, su discurso es “claro, firme y sin complejos”, algo que, en un mundo tan mediocre, le permite tener un futuro asegurado. Mientras el todavía presidente del PP anda dando manotazos sin acabar de acertar con la estrategia, IDA es más estable porque “nunca tiene un momento moderado”. Casado ni gusta a muchos de los suyos, a quienes tiene desconcertados y ansiosos, ni asusta a los adversarios. Me imagino, por ejemplo, a Cayetana frotándose las manos a la espera de los resultados de las elecciones catalanas, donde el temido sorpasso de Vox arrinconaría a los populares y saciaría también en parte la sed de venganza que tiene Abascal desde que se sintió humillado en la moción de censura que promovió en octubre contra Pedro Sánchez.
Acosan a Casado por los cuatro puntos cardinales: Ayuso, Vox, Catalunya y Andalucía, autonomía esta última donde Juanma Moreno no tolera injerencias ni soporta que le manden comisarios políticos como Zancajo para dirigir los informativos de Canal Sur. El todavía líder de la oposición incomoda casi más en su propio partido que en el Congreso, donde se enzarza en surrealistas peleas, suele mentir por sistema y, a la vista de su escaso éxito con el empleo de tales métodos, ahora le pide al presidente del gobierno que llore para parecerse a Merkel.
Poner como condición para apoyar la renovación del Consejo General del Poder Judicial que Unidas Podemos quede fuera de juego no deja de sonar a pataleta infantil de quien, desolado, ha agotado los cartuchos de que disponía, de quien se ha quedado ya sin trucos a los que recurrir. Le falta imaginación, le falta contundencia, sal, chispa. Por lo menos antes nos cabreaba de vez en cuando, pero ahora ni eso, como mucho da risa. O pena.
Casado es tan inconsistente como sus estudios universitarios y tan veleta como su propia amoralidad: si algo me sirve para atacar al gobierno, lo uso, ya sean los muertos de la pandemia o ese terrorismo que hace diez años que no existe. Que intente ningunear a Podemos no le reporta ningún beneficio de cara a la futura composición del órgano de gobierno de los jueces. En cambio, obliga al gobierno a cortar por lo sano y buscar una solución alternativa que por lo menos impida a los magistrados que lo componen aún, dos años después de tener que haberse marchado, continuar realizando nombramientos que torpedeen el progreso y alivien la situación judicial de tantos miembros del PP como hay todavía pendientes de juicio por corrupción.
¿Cuánto tiempo más aspira Casado a mantener el bloqueo? Si espera a solucionarlo cuando el Partido Popular vuelva al Gobierno, igual los suyos lo han defenestrado mucho antes. ¿Vamos a seguir años sin cambiar ni el CGPJ, ni RTVE, ni tampoco el resto de organismos cuya renovación continúa exigiendo dos tercios de los votos totales en el Congreso? Hay que arreglar esto porque el bipartidismo no volverá. Tres años más así es insostenible, o más, si la derecha, como es de esperar, vuelve a perder las próximas elecciones.
Con su particular y delirante raca-raca, ora declarándose en rebeldía, ora inaugurando hospitales fantasma, ora asegurando que el rey ya ha pagado sus desmanes con disculpas, Isabel Díaz Ayuso le va comiendo terreno a Pablo Casado. Por otro lado Feijóo, Bonilla y alguno más guardan las distancias, Cayetana se parte de risa en la intimidad y, por si faltaba algo, ahí anda Abascal bajo palio, a hombros de centenares de militares nostálgicos.
Mientras el Gobierno de coalición continúa haciendo su trabajo, aprobando leyes y superando obstáculos, en la sede de la caja B y de los martillazos a los ordenadores crujen los cimientos y resucitan los fantasmas.
J.T.
No hay comentarios:
Publicar un comentario