Dos años ya de gobierno progresista, los últimos seis meses con un Gobierno de coalición, y la tele pública está peor que nunca, ¿hay alguien que pueda comprenderlo? ¿hay alguien que pueda entender que una Administradora Única, nombrada con carácter provisional (por unos tres meses, dijeron en su día) mientras se resolvía el concurso público, vaya a cumplir ya nada menos que dos años completos en el cargo? Dos años sin que se le vea la punta a todo esto porque, como ya he contado otras veces, ese dichoso concurso pendiente parece que no hay manera de que alguien se decida a meterle mano para resolverlo.
Ser Administradora Única significa que no existe Consejo de Administración y eso a su vez quiere decir que sus decisiones son soberanas y aplicables sin discusión. Ocupar un cargo de manera provisional tendría que significar también no meterse en demasiados charcos ni adoptar decisiones ejecutivas que hipotequen el futuro de quienes vengan detrás. Pero dos años de provisionalidad es demasiada provisionalidad y al final están reventando todas las costuras.
Cada día que pasa apetece menos sintonizar Televisión Española. Al menos a mí. Me refiero, sobre todo, a los programas informativos. Si nos remontamos en el tiempo, es difícil encontrar una época más nefasta. Han existido momentos vomitivos, es verdad, por la manipulación tan descarada que, sin ir más lejos, practicaban los comisarios políticos del Partido Popular en la época de Mariano Rajoy. Pero desde los tiempos de la moción de censura que convirtió en presidente a Pedro Sánchez, allá por junio del 18, el asunto no ha hecho más que empeorar a medida que transcurren los meses.
Da pereza ponerse a ver los telediarios. Ya no valen ni para cabrearse. Al menos cuando escuchas la COPE o lees el ABC sabes que te vas a cabrear a conciencia porque quienes te sacan de tus casillas saben hacerlo con arte. Pero es que Televisión Española no es ni chicha ni limoná. Hay algo peor que manipular obedeciendo órdenes: que lo hagas por miedo y sin que nadie te lo exija. Las piezas bien hechas, que las hay, faltaría más, no consiguen esconder la desidia que rezuman el resto de sus compañeras de escaleta. Como si se tratara de un reflejo del aire que se respira en los pasillos, donde las frases que más se escuchan son “yo ya no entiendo nada” o “lo único que quiero es jubilarme”.
Según ella misma se empeña en repetir a quien quiera oírla, la Administradora ya no decide, y quien parece que lo hace, Enric Hernández, de momento se está cubriendo de gloria. Le acusan de ser comisario de la Moncloa pero, si es así, se nota muy poco en el producto. ¿Seguro que Moncloa iba a permitir, si de verdad ejerciera mando en plaza, el ninguneo aplicado a muchos miembros del Gobierno empezando a veces por el propio presidente? ¿seguro que no se hubiera prodigado un tratamiento más amplio a la trascendencia de las medidas de tipo social adoptadas durante el estado de alerta?
A juzgar por esto, y sobre todo por la saña con la que se ha tratado, y aún se trata, a los miembros de Podemos en el Ejecutivo, podría decirse que en los telediarios manda todavía la derecha. De lo contrario, resulta difícil explicar el despliegue otorgado a tanta tontería de Casado y compañía. Como tampoco hay quien entienda la cancha otorgada a las barbaridades que sueltan por su boca los diputados de Vox.
Sé que a muchos trabajadores de “la casa”, como ellos la llaman, no les gusta un pelo lo que está pasando pero, por la razón que sea, aquellos tiempos de los viernes negros pasaron a mejor vida y ahora, cuando empiezan a manifestar su incomodidad con lo que sucede, quizás sea ya demasiado arde.
Desde hace unas semanas el equipo “provisional” ha empezado a cortar cabezas, decidir nombramientos poco entendibles y realizar contrataciones cuando menos controvertidas. Y eso lo ejecutan durante la resaca del estado de alerta, en pleno verano y cuando lo que tenían que estar haciendo sería ir recogiendo sus cosas para dejar paso a los sucesores, que han de llegar cuando en el Parlamento los partidos se pongan a hacer sus deberes de una vez.
Hay quien sostiene que la escabechina perpetrada estos días por Hernández es solo una triste huida hacia delante. Unos dicen que está muy solo y otros que intenta consolidarse, con apoyos de UGT principalmente, y así hacer inevitable su nombramiento como presidente de la Corporación. Pero para que esto último fuera factible habría que saltarse a la torera un concurso en mitad del proceso. No creo que el Gobierno se atreva ni que el Parlamento lo consienta. Eso sí, tanto el Consejo de Administración como su presidencia (diez personas en total) puede que salgan de entre los casi cien aspirantes que se presentaron al concurso y no de los veinte candidatos que hace año y medio seleccionó un comité de expertos.
Más vale que los partidos políticos se den prisa en ponerse de acuerdo para acabar con la provisionalidad de Televisión Española si no quieren que los incendios en “la casa” sean cada vez más gordos y más difíciles de apagar. Estos días le ha tocado el turno a los centros territoriales, en pie de guerra por el relevo de los responsables de algunos de ellos. Hace unos días saltaron chispas con la remodelación de la programación matinal y la eliminación de las desconexiones informativas en algunos centros regionales…
¿Cuál será el siguiente terremoto? Como decía, más vale que del Parlamento, que es donde la ley dictamina que ha de hacerse, salga cuanto antes un Consejo de Administración plural y una presidencia competente, un equipo dispuesto a pegar cuantos puñetazos sobre la mesa sean necesarios para acabar de una vez con tanto cachondeo en RTVE. ¿Se atreverán? De momento, vamos tarde.
J.T.
Ser Administradora Única significa que no existe Consejo de Administración y eso a su vez quiere decir que sus decisiones son soberanas y aplicables sin discusión. Ocupar un cargo de manera provisional tendría que significar también no meterse en demasiados charcos ni adoptar decisiones ejecutivas que hipotequen el futuro de quienes vengan detrás. Pero dos años de provisionalidad es demasiada provisionalidad y al final están reventando todas las costuras.
Cada día que pasa apetece menos sintonizar Televisión Española. Al menos a mí. Me refiero, sobre todo, a los programas informativos. Si nos remontamos en el tiempo, es difícil encontrar una época más nefasta. Han existido momentos vomitivos, es verdad, por la manipulación tan descarada que, sin ir más lejos, practicaban los comisarios políticos del Partido Popular en la época de Mariano Rajoy. Pero desde los tiempos de la moción de censura que convirtió en presidente a Pedro Sánchez, allá por junio del 18, el asunto no ha hecho más que empeorar a medida que transcurren los meses.
Da pereza ponerse a ver los telediarios. Ya no valen ni para cabrearse. Al menos cuando escuchas la COPE o lees el ABC sabes que te vas a cabrear a conciencia porque quienes te sacan de tus casillas saben hacerlo con arte. Pero es que Televisión Española no es ni chicha ni limoná. Hay algo peor que manipular obedeciendo órdenes: que lo hagas por miedo y sin que nadie te lo exija. Las piezas bien hechas, que las hay, faltaría más, no consiguen esconder la desidia que rezuman el resto de sus compañeras de escaleta. Como si se tratara de un reflejo del aire que se respira en los pasillos, donde las frases que más se escuchan son “yo ya no entiendo nada” o “lo único que quiero es jubilarme”.
Según ella misma se empeña en repetir a quien quiera oírla, la Administradora ya no decide, y quien parece que lo hace, Enric Hernández, de momento se está cubriendo de gloria. Le acusan de ser comisario de la Moncloa pero, si es así, se nota muy poco en el producto. ¿Seguro que Moncloa iba a permitir, si de verdad ejerciera mando en plaza, el ninguneo aplicado a muchos miembros del Gobierno empezando a veces por el propio presidente? ¿seguro que no se hubiera prodigado un tratamiento más amplio a la trascendencia de las medidas de tipo social adoptadas durante el estado de alerta?
A juzgar por esto, y sobre todo por la saña con la que se ha tratado, y aún se trata, a los miembros de Podemos en el Ejecutivo, podría decirse que en los telediarios manda todavía la derecha. De lo contrario, resulta difícil explicar el despliegue otorgado a tanta tontería de Casado y compañía. Como tampoco hay quien entienda la cancha otorgada a las barbaridades que sueltan por su boca los diputados de Vox.
Sé que a muchos trabajadores de “la casa”, como ellos la llaman, no les gusta un pelo lo que está pasando pero, por la razón que sea, aquellos tiempos de los viernes negros pasaron a mejor vida y ahora, cuando empiezan a manifestar su incomodidad con lo que sucede, quizás sea ya demasiado arde.
Desde hace unas semanas el equipo “provisional” ha empezado a cortar cabezas, decidir nombramientos poco entendibles y realizar contrataciones cuando menos controvertidas. Y eso lo ejecutan durante la resaca del estado de alerta, en pleno verano y cuando lo que tenían que estar haciendo sería ir recogiendo sus cosas para dejar paso a los sucesores, que han de llegar cuando en el Parlamento los partidos se pongan a hacer sus deberes de una vez.
Hay quien sostiene que la escabechina perpetrada estos días por Hernández es solo una triste huida hacia delante. Unos dicen que está muy solo y otros que intenta consolidarse, con apoyos de UGT principalmente, y así hacer inevitable su nombramiento como presidente de la Corporación. Pero para que esto último fuera factible habría que saltarse a la torera un concurso en mitad del proceso. No creo que el Gobierno se atreva ni que el Parlamento lo consienta. Eso sí, tanto el Consejo de Administración como su presidencia (diez personas en total) puede que salgan de entre los casi cien aspirantes que se presentaron al concurso y no de los veinte candidatos que hace año y medio seleccionó un comité de expertos.
Más vale que los partidos políticos se den prisa en ponerse de acuerdo para acabar con la provisionalidad de Televisión Española si no quieren que los incendios en “la casa” sean cada vez más gordos y más difíciles de apagar. Estos días le ha tocado el turno a los centros territoriales, en pie de guerra por el relevo de los responsables de algunos de ellos. Hace unos días saltaron chispas con la remodelación de la programación matinal y la eliminación de las desconexiones informativas en algunos centros regionales…
¿Cuál será el siguiente terremoto? Como decía, más vale que del Parlamento, que es donde la ley dictamina que ha de hacerse, salga cuanto antes un Consejo de Administración plural y una presidencia competente, un equipo dispuesto a pegar cuantos puñetazos sobre la mesa sean necesarios para acabar de una vez con tanto cachondeo en RTVE. ¿Se atreverán? De momento, vamos tarde.
J.T.
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