No sé ustedes, pero yo me lo voy a pensar seriamente antes de volver a subirme a un avión. Muy ineludible tiene que ser la causa para que a corto plazo me lo plantee. Demasiado estrés añadido a todo lo que ya estamos viviendo, ¿no les parece? Quítese usted el cinturón, y los zapatos, nada de líquidos, a ver, ponga en esta bandeja todo lo metálico que lleve encima, ha pitado, pase otra vez. A todo eso ahora hay que añadir rellene usted este formulario, pase por aquí que le midamos la temperatura, guarde la distancia, la mascarilla, si tose cúbrase con el codo, miradas de desconfianza entre los compañeros de pasaje y de hostilidad en el aeropuerto de llegada. En cada mirada del lugar de destino crees adivinar lo que están pensando: ¿será este el que nos volverá a meter el virus aquí? ¿será este el que nos busque la ruina?
Todo parece adquirir mayor solemnidad en los viajes de avión. Por eso, lo que han dado en llamar “nueva normalidad” va a ser más complicado en esta situación. Los aeropuertos españoles empezaron a dejar de parecer pueblos fantasmas y recobraron parcialmente su actividad cuando, después de tres meses de registrar un tráfico casi testimonial, hace ahora una semana volvieron a aterrizar en ellos vuelos que venían de otros países de la Unión Europea.
Ochenta y un mil pasajeros registró Barajas durante todo el pasado mes de mayo, el dos por ciento de la cifra contabilizada durante el mismo período del año anterior. Esa valentía, en la mayor parte de los casos, corrió a cargo de estudiantes de Erasmus, misioneros, trabajadores transfonterizos o profesionales repatriados. Ahí quedó todo y así fue en el mundo entero: en abril de 2019, cinco millones de pasajeros usaron el aeropuerto de Singapur; pasado mayo, menos de un millar.
No, no va a ser fácil la nueva realidad, la nueva normalidad o la nueva como-queramos-llamarla.
El próximo miércoles uno de julio, compañías hasta ahora de bajo coste como EasyJet o Ryanair tienen previsto reanudar su actividad, aunque según han anunciado lo harán a cámara lenta. No existen precedentes de un colapso tal en la historia de la aviación comercial. Hasta que el coronavirus irrumpió en nuestras vidas, en Estados Unidos usaban el avión dos millones de personas cada día; ahora están en la décima parte.
La Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA) predice que las pérdidas de las líneas aéreas en 2020 serán de unos 90.000 millones de euros. Esto no se solucionará, ni mucho menos de un año para otro: en 2021 continuarán las pérdidas y la previsión es que el déficit ande por los 20.000 millones.
En resumen, que parece que seremos muchos los que vamos a decidir postergar por un tiempo la excitante experiencia de volver a viajar en avión. Por muy templados que se tengan los nervios, parece inevitable añadir una cierta dosis de ansiedad añadida a todo lo que ya llevamos encima. Los pasaportes de la Unión Europea, que aseguran entrada sin visado a más de 115 países, ya no garantizan sus antiguos privilegios, que ahora dependerán de lo bien que sus gobiernos hayan contenido la pandemia.
Serán necesarios acuerdos sobre normas sanitarias e intercambio de información. Por ejemplo, enclaves como Hong Kong solo autorizan la entrada a quienes den negativo en test in situ; Taiwán ha anunciado que mantendrá sus fronteras cerradas por ahora… y EEUU, donde las cifras de afectados y fallecidos continúan aumentando de manera escandalosa, parece que tardará un tiempo en admitir la entrada de viajeros procedentes de China, Irán, el área Schengen, Brasil o Reino Unido.
Lo digo en serio, quienes se están atreviendo a viajar en avión durante estos primeros días de vuelta a esta realidad nada normal, esta frágil cotidianeidad cogida con alfileres, tienen toda mi admiración. Con el mundo dividido en zonas rojas, naranjas y verdes según criterios epidemiológicos, yo no sé si se la vuelta de la actividad turística es una buena apuesta. Sí, ya sé, el mundo no se puede quedar parado de manera indefinida, pero nos lo estamos jugando a cara o cruz y no sé si somos del todo conscientes. Bueno, conscientes seguro que sí, pero no queremos hacerle demasiado caso a los pensamientos negativos.
Quizás hacemos bien, porque es verdad que tenemos derecho a recuperar nuestras vidas, ser lo más felices que podamos y contribuir con ello a que el dinero se mueva. Pero yo lo siento, me van a perdonar ustedes y, sintiéndolo mucho, me voy a quedar un tiempo sin viajar en avión.
J.T.
Publicado en Confidencial Andaluz
No hay comentarios:
Publicar un comentario