La oposición y sus palmeros se están empleando a fondo para impedir como sea que este Gobierno de coalición se consolide, dado que la crisis del coronavirus y el veneno inoculado a diario para desacreditar la gestión de Illa y Simón no ha sido suficientes. Hasta “un pequeño 23-F” ha llegado a insinuar el pequeño Jiménez Losantos. Pedrojota, la cabra siempre tira al monte, ha vuelto también a las andadas sugiriendo caras, nombres y apellidos para supuestos gobiernos de salvación nacional. La ultraderecha y la ultra ultraderecha han gastado demasiada pólvora en causas perdidas, confundiendo España con Brasil o países así.
“Deprisa, deprisa que si se consolidan lo vamos a tener crudo unos cuantos años”, deben pensar. Y llevan razón: el tiempo juega en contra de estos folloneros: van a empezar a salir los juicios por corrupción contra muchos de sus correligionarios, uno detrás de otro. En instituciones y foros antaño intocables cada vez quedan menos impunidades, sus patrañas no calan y su mentiras no cuelan. Han disparado por tierra, mar y aire, en muchos casos obuses de gran calibre y, como en el juego de los barquitos, todos han caído al agua.
Al tiempo cada día que pasa, tacita a tacita, el Gobierno de coalición ha ido aprobando leyes que ayudarán a mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos. No las de su electorado solamente, como algún que otro tertuliano de pesebre se empeña en repetir como un mantra, sino las de todo el mundo, hayan o no votado a este Gobierno.
Leyes incluso que nadie se ha atrevido a votar en contra, como el Ingreso Mínimo Vital, o como la de la infancia, decisiones trascendentes, históricas, aunque los Telediarios las cuenten en el minuto 26 y los responsables de informativos se defiendan argumentando que ni El País ni La Vanguardia las dan en primera página. Pero hoy no toca hablar de los medios.
Si el Gobierno de coalición consigue aprobar los presupuestos, durará. Como escriben mis compañeros Manu Sánchez y Alejandro López de Miguel, “han logrado que asiente la idea de que la austeridad no es una salida, y se respira optimismo en las filas del Ejecutivo en cuanto a las posibilidades de desterrar por fin las cuentas aprobadas por el PP en 2018” por las que aún nos regimos.
A pesar del antipático ruido que arma esta oposición revoltosa y excitada, la ciudadanía acepta con normalidad cosas que lo son, claro que sí, pero que hace solo unos años resultaba difícil imaginar que contarían con la acogida social que ahora tienen. Hay un par de generaciones que vienen empujando y a las que ya no les vale que les hablen todo el tiempo de los logros de la Transición y demás gaitas. Ellos piensan en un futuro moderno, con idiomas, emprendedor, ecologista, diverso, feminista, plural, anti maltrato animal y con la violencia de género erradicada. Un mundo sin tanta pamplina, sin tanta batallita de abueletes, que no por eso dejan de apoyar la necesaria reparación de agravios e injusticias que se cerraron en falso tras la muerte de Franco.
Esa juventud está emergiendo y se está formando mejor de lo que nos creemos y aunque no lea periódicos está más al día, y con mayor rapidez y solvencia, que quienes presumimos de no perdernos un boletín informativo. Les interesa la vida en colores, lo sustancial, lo que afecta a sus vidas, su futuro y sus bolsillos, y no ese discurso circular de la mayoría de los medios donde los políticos hablan para los periodistas y los periodistas para los políticos. ¡Pesados somos!
No les gusta que estemos alejados de la realidad, y eso es algo que me da en la nariz que ha sabido leer el actual Gobierno de coalición. Los parlamentarios chillan, los tertulianos desaforan, las portadas escupen mentiras y esconden informaciones de suma trascendencia, pero el ciudadano de la calle percibe otra cosa y no les hace caso. Ve que durante la pandemia a los autónomos le han llegado sus cobros, a los trabajadores sus Ertes, que los bancos están ofreciendo créditos a bajo interés, que han ofrecido, a quienes lo necesitaban, moratorias en el pago de hipotecas y gastos corrientes del hogar…
Y lo más importante, muchos de los beneficiarios de estas medidas no son votantes de ninguna de las opciones que han ayudado a formar este Gobierno de coalición. Sacarán sus conclusiones, porque en estas lides el ciudadano común se mueve con mayor clarividencia que el político, que insiste en sus provocaciones recurriendo al insulto y usando mantras trasnochados como el terrorismo, Venezuela, Cuba y demás lugares comunes. Ya no cuela.
El ciudadano corriente valora el trabajo de Fernando Simón y de Salvador Illa, y no entiende que se les pueda llamar asesinos ni en broma. Empiezan a darse cuenta, quienes no lo tuvieran claro desde el principio, que ha sido una suerte contar con este Gobierno en un momento tan fatídico como el que hemos vivido, y que habría sido una verdadera desgracia que nos hubiera tocado un Casado, un Egea, un Abascal o una Cayetana gestionando la pandemia. Más vale ni imaginarse lo que podría haber llegado a ocurrir.
Han hecho mucho ruido, han aumentado el dolor que ya de por sí teníamos, han buscado a diario sacar de sus casillas a quienes, para gestionar lo que ocurría, estaban sometidos a un enorme estrés. Pero afortunadamente, los responsables sanitarios, mando único, no lo olvidemos, han sabido mantener la calma y hacer valer su autoridad con discreción y modestia.
¡Chapeau por ellos! Porque, si nos ponemos en su lugar, con tanta diatriba, tanta salida de tono y tanta ofensa gratuita, no sé ustedes, pero a mí me hubiera costado mucho mantener la calma. Por eso desde aquí quiero hacerles llegar todo mi reconocimiento.
A menos que las cosas se compliquen, este Gobierno de coalición puede ir para largo. Más bien debe, porque hay por delante mucha faena.
J.T.
“Deprisa, deprisa que si se consolidan lo vamos a tener crudo unos cuantos años”, deben pensar. Y llevan razón: el tiempo juega en contra de estos folloneros: van a empezar a salir los juicios por corrupción contra muchos de sus correligionarios, uno detrás de otro. En instituciones y foros antaño intocables cada vez quedan menos impunidades, sus patrañas no calan y su mentiras no cuelan. Han disparado por tierra, mar y aire, en muchos casos obuses de gran calibre y, como en el juego de los barquitos, todos han caído al agua.
Al tiempo cada día que pasa, tacita a tacita, el Gobierno de coalición ha ido aprobando leyes que ayudarán a mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos. No las de su electorado solamente, como algún que otro tertuliano de pesebre se empeña en repetir como un mantra, sino las de todo el mundo, hayan o no votado a este Gobierno.
Leyes incluso que nadie se ha atrevido a votar en contra, como el Ingreso Mínimo Vital, o como la de la infancia, decisiones trascendentes, históricas, aunque los Telediarios las cuenten en el minuto 26 y los responsables de informativos se defiendan argumentando que ni El País ni La Vanguardia las dan en primera página. Pero hoy no toca hablar de los medios.
Si el Gobierno de coalición consigue aprobar los presupuestos, durará. Como escriben mis compañeros Manu Sánchez y Alejandro López de Miguel, “han logrado que asiente la idea de que la austeridad no es una salida, y se respira optimismo en las filas del Ejecutivo en cuanto a las posibilidades de desterrar por fin las cuentas aprobadas por el PP en 2018” por las que aún nos regimos.
A pesar del antipático ruido que arma esta oposición revoltosa y excitada, la ciudadanía acepta con normalidad cosas que lo son, claro que sí, pero que hace solo unos años resultaba difícil imaginar que contarían con la acogida social que ahora tienen. Hay un par de generaciones que vienen empujando y a las que ya no les vale que les hablen todo el tiempo de los logros de la Transición y demás gaitas. Ellos piensan en un futuro moderno, con idiomas, emprendedor, ecologista, diverso, feminista, plural, anti maltrato animal y con la violencia de género erradicada. Un mundo sin tanta pamplina, sin tanta batallita de abueletes, que no por eso dejan de apoyar la necesaria reparación de agravios e injusticias que se cerraron en falso tras la muerte de Franco.
Esa juventud está emergiendo y se está formando mejor de lo que nos creemos y aunque no lea periódicos está más al día, y con mayor rapidez y solvencia, que quienes presumimos de no perdernos un boletín informativo. Les interesa la vida en colores, lo sustancial, lo que afecta a sus vidas, su futuro y sus bolsillos, y no ese discurso circular de la mayoría de los medios donde los políticos hablan para los periodistas y los periodistas para los políticos. ¡Pesados somos!
No les gusta que estemos alejados de la realidad, y eso es algo que me da en la nariz que ha sabido leer el actual Gobierno de coalición. Los parlamentarios chillan, los tertulianos desaforan, las portadas escupen mentiras y esconden informaciones de suma trascendencia, pero el ciudadano de la calle percibe otra cosa y no les hace caso. Ve que durante la pandemia a los autónomos le han llegado sus cobros, a los trabajadores sus Ertes, que los bancos están ofreciendo créditos a bajo interés, que han ofrecido, a quienes lo necesitaban, moratorias en el pago de hipotecas y gastos corrientes del hogar…
Y lo más importante, muchos de los beneficiarios de estas medidas no son votantes de ninguna de las opciones que han ayudado a formar este Gobierno de coalición. Sacarán sus conclusiones, porque en estas lides el ciudadano común se mueve con mayor clarividencia que el político, que insiste en sus provocaciones recurriendo al insulto y usando mantras trasnochados como el terrorismo, Venezuela, Cuba y demás lugares comunes. Ya no cuela.
El ciudadano corriente valora el trabajo de Fernando Simón y de Salvador Illa, y no entiende que se les pueda llamar asesinos ni en broma. Empiezan a darse cuenta, quienes no lo tuvieran claro desde el principio, que ha sido una suerte contar con este Gobierno en un momento tan fatídico como el que hemos vivido, y que habría sido una verdadera desgracia que nos hubiera tocado un Casado, un Egea, un Abascal o una Cayetana gestionando la pandemia. Más vale ni imaginarse lo que podría haber llegado a ocurrir.
Han hecho mucho ruido, han aumentado el dolor que ya de por sí teníamos, han buscado a diario sacar de sus casillas a quienes, para gestionar lo que ocurría, estaban sometidos a un enorme estrés. Pero afortunadamente, los responsables sanitarios, mando único, no lo olvidemos, han sabido mantener la calma y hacer valer su autoridad con discreción y modestia.
¡Chapeau por ellos! Porque, si nos ponemos en su lugar, con tanta diatriba, tanta salida de tono y tanta ofensa gratuita, no sé ustedes, pero a mí me hubiera costado mucho mantener la calma. Por eso desde aquí quiero hacerles llegar todo mi reconocimiento.
A menos que las cosas se compliquen, este Gobierno de coalición puede ir para largo. Más bien debe, porque hay por delante mucha faena.
J.T.
No hay comentarios:
Publicar un comentario