Isabel Díaz Ayuso ha vuelto a convertir una comparecencia en un ejercicio de agitación política. Tras la condena del fiscal general del Estado por parte del Supremo, la “declaración institucional” este viernes de la presidenta de la Comunidad de Madrid no parecía precisamente buscar calma, ni prudencia, ni respeto institucional. Ha buscado, una vez más, incendiar los ánimos para a continuación presentarse como bombera. Su discurso ha sido la recreación de un país al borde de una nueva guerra civil, una exageración calculada para reforzar la idea de que España vive bajo una dictadura mientras que ella, en cambio, representa la libertad.
Calificar de “guerracivilista” la situación actual mientras ella es quien más la empuja hacia ese precipicio es profundamente irresponsable. Muchos juristas llevan meses advirtiendo del peligro que supone convertir la política en un ring donde cada palabra sea un golpe bajo. Lo que Ayuso denuncia como clima de crispación es exactamente lo que ella propicia cada vez que abre la boca. Ese doble juego degrada el debate público y golpea directamente la convivencia entre ciudadanos que, hasta que ella llega con su megáfono, no estábamos en guerra con nadie.
La presidenta madrileña ha tenido el cuajo incluso de afirmar que “el presidente del Gobierno ha decidido dinamitar la separación de poderes”, que “no es el fiscal general del Estado, sino Pedro Sánchez quien se ha sentado en el banquillo” y que en España solo puede ganar “la autocracia o la libertad” ¿Qué tipo de convivencia puede florecer cuando se dibuja así al adversario político? El tono de la presidenta madrileña erosiona y desestabiliza, ese no es el camino.
Ese veneno cae, siempre, hacia abajo: divide familias, enfrenta compañeros de trabajo, alimenta bulos y normaliza insultos. Es un flaco favor, un daño social gigantesco disfrazado de épica libertaria. En el caso García Ortiz, Ayuso insiste en señalar a Sánchez como cerebro de una conspiración cuando el origen de la erosión institucional está precisamente en quienes, como ella y su equipo, llevan años utilizando la justicia como arma política.
Con su retórica de “ellos contra nosotros”, Ayuso destruye puentes, levanta muros y convierte la política en un duelo permanente. Habla de libertad mientras dinamita cualquier posibilidad de convivencia pacífica, de justicia mientras empuja a la ciudadanía hacia un clima de sospecha mutua. Habla de España mientras la divide en dos bandos irreconciliables.
Si este país quiere avanzar, necesita menos incendios verbales y más responsabilidad institucional. Menos guerra imaginaria y más democracia real. Menos Ayuso en modo trinchera y más políticos capaces de dejar de pelear y dedicarse a gobernar, que es para lo que los elegimos. Necesitamos vivir en paz pero Ayuso, cada vez que habla, lo pone un poco más difícil.
J.T.

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