Cada vez que un miembro de la ultraderecha va a "divertirse" a El Hormiguero, cada vez que recibe genuflexiones de Ana Rosa Quintana o ditirambos de Susana Griso, cada vez que un fascista de ibérico y rancio abolengo suelta por su boca lo que le viene en gana sin que el entrevistador o la meteoróloga de turno le desmonten sus mentiras, cada vez que ocurre alguna de esas cosas… el fascismo se blanquea y nuestra democracia se debilita.
Cada vez que un radiopredicador le ríe las gracias a un ultra de pelo en pecho, cada vez que se le otorga cancha a Vox como si de un partido democrático se tratara, cada vez que la televisión pública coloca en sus informativos un total fake, crispador y frentista sin réplica ni apostilla alguna, cada vez que ocurre algo así… el fascismo se blanquea y la bestia crece.
Cada vez que le quitamos importancia a sus protestas en descapotable por el madrileño barrio de Salamanca, cada vez que nos limitamos a calificar de ridículas sus pintas cuando se suben a un tractor megáfono en mano, cada vez que nos reímos de los atuendos con los que algunos de ellos se manifiestan, cada vez que trivializamos cualquiera de estos asuntos… estamos más cerca de vivir algo parecido a lo que presenciamos, estupefactos, el pasado día seis en el Capitolio.
Cada vez que olvidamos la suerte que tenemos de vivir en democracia, nos guste más o menos el gobierno que tenemos, cada vez que nos callamos ante los desafíos ultras y no los desenmascaramos, cada vez que insultan y no les respondemos, cada vez que contribuimos a que sus campañas desestabilizadoras adquieran más dimensión de la debida, cada vez que se les regala una portada de periódico… que sepáis que nos situamos un paso más cerca del desastre.
Cada vez que pasamos por alto la más mínima de sus astracanadas, cada vez que dejamos de refutar un tuit insidioso, cada vez que, por miedo a ser tachados de alarmistas, dejamos pasar una proclama de ancianos militares cabreados -jubilados, sí, pero con revólver en casa- los ultras ganan terreno y la democracia lo pierde. Cada vez que seguimos el juego a las provocaciones de perdedores enrabietados como Albert Rivera o Rosa Díez estamos dotando de altavoz sus pataletas envenenadas.
Hay en España, en palabras de mi compañera Cristina Buhigas, “una ultraderecha franquista, xenófoba y machista que se extiende, mucho más allá de las fronteras de Vox, a gentes como García Egea, Álvarez de Toledo o la periodista Anna Grau, esta última fichada por Ciudadanos para ser la número dos en las elecciones catalanas y todo un peligro viviente.”
Aunque Trump acabara pronto en la cárcel, el trumpismo va a seguir ahí. Existen millones de estadounidenses que se han creído sus mentiras, como ocurre en España con los desafueros del PP, Vox y Ciudadanos. Que el mismísimo Congreso de los Estados Unidos, templo de los templos de la democracia, haya podido ser tomado al asalto por fanáticos descerebrados que obedecen ciegamente a su líder nos hace más frágiles a todos. Por eso no podemos bajar la guardia nunca, ni dejar de contestar a cada agresión, ni de atajar y desmentir cada puñetero bulo. Alguna vez lo he dicho, pero lo haré una vez más: no se puede ser tolerante con los intolerantes.
No se les puede pasar ni una. Callarse, no replicar, no desenmascarar los intentos diarios de blanquear el fascismo convierte en cómplices de las posibles consecuencias a quienes así actúan. Un periodista que calla ante una mentira fascista está contribuyendo a blanquear ese ADN canalla. Los ultraderechistas metidos a políticos no son unos políticos más, hay que desmontar esa falacia. Reírle las gracias a quien dice viva franco es blanquear la intolerancia. No seamos insensatos. La fantochada del Capitolio ya la vivimos aquí hace cuarenta años con un guardia civil soltando tacos en el congreso pistola en mano.
Tras la vergüenza de Washington el seis de enero, ahora todo el mundo asegura que se trataba de algo que se veía venir. ¿Allí sí y aquí no? No estamos blindados, ni mucho menos. Nos lo tenemos que currar cada día si no queremos que llegue un momento en que hayamos de lamentar tanta flema. Llevan avisándonos un año, usando los mismos métodos que Trump, llamando ilegítimo al gobierno, emplazando a la sublevación, promoviendo un gobierno de concentración. Lo siento si parezco alarmista, pero repito: no blanqueemos el fascismo, no seamos insensatos.
Como dice un militar amigo mío, "en esta vida nunca pasa nada… hasta que pasa."
J.T.
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