No por previsible deja de ser menos lamentable. El amor que este domingo profesaba Mario Vargas Llosa a Cayetana Álvarez de Toledo en su columna de El País (“pocas personas hay mejor preparadas intelectualmente que Cayetana… convencida de que en la política pacífica y tolerante de la democracia y el liberalismo todo se puede cambiar”, palabras textuales) cierra un círculo que evidencia cómo han cambiado las cosas en este país antes fresco y optimista que, en los últimos tiempos, se ha tornado espeso, tenso e incierto, con canallas que mienten sin pudor de tele en tele y venerables nostálgicos que conspiran en las trastiendas negándose a reconocer que la vida aquí es ya otra cosa y España anda inmersa en un innegociable cambio de ciclo donde los dinosaurios tienen menos cabida cada día que pasa.
Cayetana, criada a los pechos de José María Aznar y Pedro Jota Ramírez, es ahora ensalzada por un reconocido colaborador de Prisa, adscrito al objetivo de este grupo editorial de acabar como sea con el Gobierno de coalición, un octogenario alineado con lo más granado de una generación que se resiste al paso del tiempo y está echando a perder así, en el otoño de sus vidas, trayectorias de éxito a las que una retirada oportuna les hubiera valido en su momento pasar a la historia con letras de oro.
Vargas Llosa viene a engrosar la lista de insignes veteranos con nutridas biografías cuyo antiguo prestigio y reconocimiento ellos mismos parecen empeñados en dinamitar. El peruano-español (84) es de la generación de Juan Carlos El Fugado (82) y de Alfonso Guerra (80). El “presunto” corrupto Jordi Pujol tiene 90 y Felipe González 78, edad esta en la que se mueven la mayoría de los barones socialistas que hace cuatro décadas se hicieron los amos de este país mientras “Varguitas”, como él mismo se autodenomina en La tía Julia y el escribidor, publicaba novelas con las que acumulaba méritos para el premio Cervantes de 1994 y el Nobel de 2010, parte ambos de una larga lista de merecidos reconocimientos literarios.
Antes de apoyar públicamente a Ciudadanos, Vargas Llosa ya había dado muestras de poseer cierta tendencia a perder la perspectiva por ejemplo cuando, tras el éxito mundial de excelentes novelas como La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral, La Casa Verde o La Guerra del fin del mundo, quiso ser presidente de Perú en 1990 y fue estrepitosamente humillado por un adversario de origen japonés llamado Alberto Fujimori. Tras el histórico varapalo, zapatero a tus zapatos, el derrotado candidato continuó escribiendo como los ángeles y quienes lo admirábamos nos preguntábamos cómo era posible ser tan buen narrador por un lado y tan complicado como ser humano por otro.
De Cayetana le separan a Vargas Llosa más años que ideas, a juzgar por el análisis que el Nobel hacía este domingo en El País de la recién defenestrada portavoz del Partido Popular. Prisa, González, Vargas Llosa, Cayetana, se mire como se mire, conforman un peligroso cóctel que, a mí personalmente, me da mucho miedo ya que resulta difícil adivinar cómo, cuándo y dónde puede llegar a explotar. Porque explotar, explotará.
El domingo 16 de abril mi antiguo compañero Javier Casqueiro, que no da puntada sin hilo, le hizo a la marquesa de Casa Fuerte una entrevista en El País que transmitía el aire de una despedida en toda regla. O provocó a Casado con las cosas que dijo ahí, o ya sabía ella que estaba sentenciada y ofreció un anticipo de la sonada rueda de prensa que convocaría a las pocas horas de ser fulminada.
Este domingo le ha tocado arroparla a Vargas Llosa. Seguro que el escritor, lector también de conocida voracidad, le ha dedicado tiempo y atención a la tesis doctoral de Cayetana, dirigida ni más ni menos que por sir John Elliot en Oxford. Se trata de un sesudo trabajo de más de 400 páginas publicado en 2004 en el que se estudia a conciencia la figura de Juan de Palafox, ambicioso obispo del siglo XVII nacido en Fitero, Navarra. Llegó a ser virrey en Nueva España pero su afición a pensar por libre propició la desconfianza del monarca español de entonces y de su valido, quienes no dudaron en destituirlo obligándolo a regresar para que terminara sus días alejado del mundanal ruido en el obispado de Osma, provincia de Soria, donde murió con 59 años.
¿Premonitorio? Sea como sea, el caso es que los elogios de Vargas Llosa a Cayetana este domingo en El País (“lo que ha hecho en España esta joven admirable ha sido una pequeña revolución, que, al menos yo -afirma V. Llosa en su artículo-, creo de largo alcance”) pudieran ser el definitivo abrazo del oso que la acabe mandando al ostracismo. Claro que como es tenaz y le sobran recursos y padrinos, puede que no caiga esa breva y Cayetana continúe dando la vara arropada ahora, entre otros, por esa colección de dinosaurios que se mueven en torno al grupo Prisa y que está envejeciendo fatal.
J.T.
Cayetana, criada a los pechos de José María Aznar y Pedro Jota Ramírez, es ahora ensalzada por un reconocido colaborador de Prisa, adscrito al objetivo de este grupo editorial de acabar como sea con el Gobierno de coalición, un octogenario alineado con lo más granado de una generación que se resiste al paso del tiempo y está echando a perder así, en el otoño de sus vidas, trayectorias de éxito a las que una retirada oportuna les hubiera valido en su momento pasar a la historia con letras de oro.
Vargas Llosa viene a engrosar la lista de insignes veteranos con nutridas biografías cuyo antiguo prestigio y reconocimiento ellos mismos parecen empeñados en dinamitar. El peruano-español (84) es de la generación de Juan Carlos El Fugado (82) y de Alfonso Guerra (80). El “presunto” corrupto Jordi Pujol tiene 90 y Felipe González 78, edad esta en la que se mueven la mayoría de los barones socialistas que hace cuatro décadas se hicieron los amos de este país mientras “Varguitas”, como él mismo se autodenomina en La tía Julia y el escribidor, publicaba novelas con las que acumulaba méritos para el premio Cervantes de 1994 y el Nobel de 2010, parte ambos de una larga lista de merecidos reconocimientos literarios.
Antes de apoyar públicamente a Ciudadanos, Vargas Llosa ya había dado muestras de poseer cierta tendencia a perder la perspectiva por ejemplo cuando, tras el éxito mundial de excelentes novelas como La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral, La Casa Verde o La Guerra del fin del mundo, quiso ser presidente de Perú en 1990 y fue estrepitosamente humillado por un adversario de origen japonés llamado Alberto Fujimori. Tras el histórico varapalo, zapatero a tus zapatos, el derrotado candidato continuó escribiendo como los ángeles y quienes lo admirábamos nos preguntábamos cómo era posible ser tan buen narrador por un lado y tan complicado como ser humano por otro.
De Cayetana le separan a Vargas Llosa más años que ideas, a juzgar por el análisis que el Nobel hacía este domingo en El País de la recién defenestrada portavoz del Partido Popular. Prisa, González, Vargas Llosa, Cayetana, se mire como se mire, conforman un peligroso cóctel que, a mí personalmente, me da mucho miedo ya que resulta difícil adivinar cómo, cuándo y dónde puede llegar a explotar. Porque explotar, explotará.
El domingo 16 de abril mi antiguo compañero Javier Casqueiro, que no da puntada sin hilo, le hizo a la marquesa de Casa Fuerte una entrevista en El País que transmitía el aire de una despedida en toda regla. O provocó a Casado con las cosas que dijo ahí, o ya sabía ella que estaba sentenciada y ofreció un anticipo de la sonada rueda de prensa que convocaría a las pocas horas de ser fulminada.
Este domingo le ha tocado arroparla a Vargas Llosa. Seguro que el escritor, lector también de conocida voracidad, le ha dedicado tiempo y atención a la tesis doctoral de Cayetana, dirigida ni más ni menos que por sir John Elliot en Oxford. Se trata de un sesudo trabajo de más de 400 páginas publicado en 2004 en el que se estudia a conciencia la figura de Juan de Palafox, ambicioso obispo del siglo XVII nacido en Fitero, Navarra. Llegó a ser virrey en Nueva España pero su afición a pensar por libre propició la desconfianza del monarca español de entonces y de su valido, quienes no dudaron en destituirlo obligándolo a regresar para que terminara sus días alejado del mundanal ruido en el obispado de Osma, provincia de Soria, donde murió con 59 años.
¿Premonitorio? Sea como sea, el caso es que los elogios de Vargas Llosa a Cayetana este domingo en El País (“lo que ha hecho en España esta joven admirable ha sido una pequeña revolución, que, al menos yo -afirma V. Llosa en su artículo-, creo de largo alcance”) pudieran ser el definitivo abrazo del oso que la acabe mandando al ostracismo. Claro que como es tenaz y le sobran recursos y padrinos, puede que no caiga esa breva y Cayetana continúe dando la vara arropada ahora, entre otros, por esa colección de dinosaurios que se mueven en torno al grupo Prisa y que está envejeciendo fatal.
J.T.
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