No hace falta ser un experto en comunicación para concluir que los estrategas de Zarzuela y Moncloa andan equivocados al empeñarse en ocultar el paradero de Juan Carlos I. Basta con tener sentido común para saber que están/estamos haciendo el más espantoso de los ridículos en el mundo entero.
¿Qué estarán pensando tantos líderes internacionales que durante decenios se codearon con él y aplaudieron su labor otorgándole así un prestigio que ahora sabemos nunca mereció? ¿Qué estarán comentando estos días los mandatarios que tanto lo respetaron durante años y lo trataron con la mayor consideración, qué estará pensando su prima la reina de Inglaterra, qué diría Margaret Thatcher si estuviera viva, o Jacques Chirac, o Helmut Kohl? ¿Y a sus amigos del Golfo, qué les habrá parecido la fuga?
¿Qué análisis político, porque se trata de un asunto político, estarán llevando a cabo los actuales mandatarios de la Unión Europea sobre la ruidosa y sorprendente huida del rey emérito español? ¿Con qué autoridad moral vamos a reclamar que nos dispensen el respeto que a veces algunos países se niegan a tenernos? Quienes nos tratan con desconfianza, como los dichosos “frugales” de la última Cumbre Europea, ¿qué estarán pensando ahora?
Se ha reído de nosotros como le ha dado la gana, con discursos navideños rebosantes de vocablos grandilocuentes: fraternidad, concordia, solidaridad, respeto a las leyes, honestidad. ¡Honestidad, manda narices! Consejos vendo y para mí no tengo, ¡qué barbaridad! ¡Es que es muy fuerte, se mire por donde se mire!
La huida de su padre deja a Felipe VI huérfano e indefenso, porque aunque haya traicionado la confianza de sus ciudadanos y profanado la esencia de la institución que personalizó, en el imaginario popular la monarquía continúa estando más asociada al padre que al hijo por mucho que hayan transcurrido seis años desde la abdicación.
Por eso no parece buen camino intentar deslindar lo indeslindable, como los estrategas de Zarzuela y Moncloa quieren hacer ahora con la institución. La monarquía no ha huido, pero su representante fáctico sí, por mucho que ya no tuviera funciones. No olvidemos que se ha negado a renunciar al título de rey emérito y que continúa siendo capitán general, en la reserva, de los tres ejércitos. Y ha huido, diga Carmen Calvo lo que diga y lo vista como lo vista.
A pesar de la gravedad de lo ocurrido, hay mucha gente que todavía a día de hoy, como decía más arriba, cuando oye hablar del rey, el primero en quien piensa es en Juan Carlos. Felipe no acaba de conseguir acomodo completo en la mente del ciudadano medio, ya sea este monárquico o republicano. Le falta gancho, carisma, algo de lo que su padre, gran encantador de serpientes, hay que reconocer iba sobrado. El Emérito sabía, y sabe, administrar las relaciones en la distancia corta con gran habilidad. Quizás por eso ha tenido a tantos españoles, y no españoles, engañados durante tanto tiempo.
Su hijo, en cambio, más serio y parece que también más cabal, no termina de encontrar el tono. Sus discursos de Navidad, eso sí, han sido tan ñoños, anodinos e insustanciales como los de Juan Carlos I y cuando tuvo la oportunidad de significarse, tras los acontecimientos de Catalunya el 1 de Octubre del 17 se equivocó, y así como su antecesor salió reforzado del 23F, aquel controvertido y nunca bien aclarado episodio, Felipe VI en cambio tomó partido cuando se dirigió a la nación dos días después de la celebración del referéndum catalán: se olvidó de una parte de españoles a los que, a día de hoy, todavía representa como Jefe del Estado español, y ese error le perseguirá toda su vida.
No le ayuda mucho que el padre haya salido corriendo. La operación de maquillaje que están intentando fraguar de común acuerdo la Casa Real y Presidencia del Gobierno para rebajar el perfil de la escandalosa fuga de Juan Carlos no parece estar funcionando. Demasiado secretismo innecesario, demasiados paños calientes. Porque vamos a ver, además de poner pies en polvorosa, despedirse a la francesa, huir por la puerta de atrás con agostidad y alevosía... ¿es necesario mantener en secreto el lugar donde se esconde? ¿Por qué?
No es de recibo. No lo es primero por imperativo democrático y en segundo lugar porque, en palabras de Bernardino León, Secretario de Estado de Presidencia durante los tiempos de Rodríguez Zapatero, “no hay razones de peso que justifiquen la falta de transparencia”. El ridículo ya está hecho y el bochorno lo andamos digiriendo cada cual como podemos, no incrementemos la vergüenza manteniendo por más tiempo en secreto lo que no tiene sentido que lo sea.
Así que déjense ya de tonterías y dígannos de una vez donde está.
J.T.
Difundido en el diario Público
¿Qué estarán pensando tantos líderes internacionales que durante decenios se codearon con él y aplaudieron su labor otorgándole así un prestigio que ahora sabemos nunca mereció? ¿Qué estarán comentando estos días los mandatarios que tanto lo respetaron durante años y lo trataron con la mayor consideración, qué estará pensando su prima la reina de Inglaterra, qué diría Margaret Thatcher si estuviera viva, o Jacques Chirac, o Helmut Kohl? ¿Y a sus amigos del Golfo, qué les habrá parecido la fuga?
¿Qué análisis político, porque se trata de un asunto político, estarán llevando a cabo los actuales mandatarios de la Unión Europea sobre la ruidosa y sorprendente huida del rey emérito español? ¿Con qué autoridad moral vamos a reclamar que nos dispensen el respeto que a veces algunos países se niegan a tenernos? Quienes nos tratan con desconfianza, como los dichosos “frugales” de la última Cumbre Europea, ¿qué estarán pensando ahora?
Se ha reído de nosotros como le ha dado la gana, con discursos navideños rebosantes de vocablos grandilocuentes: fraternidad, concordia, solidaridad, respeto a las leyes, honestidad. ¡Honestidad, manda narices! Consejos vendo y para mí no tengo, ¡qué barbaridad! ¡Es que es muy fuerte, se mire por donde se mire!
La huida de su padre deja a Felipe VI huérfano e indefenso, porque aunque haya traicionado la confianza de sus ciudadanos y profanado la esencia de la institución que personalizó, en el imaginario popular la monarquía continúa estando más asociada al padre que al hijo por mucho que hayan transcurrido seis años desde la abdicación.
Por eso no parece buen camino intentar deslindar lo indeslindable, como los estrategas de Zarzuela y Moncloa quieren hacer ahora con la institución. La monarquía no ha huido, pero su representante fáctico sí, por mucho que ya no tuviera funciones. No olvidemos que se ha negado a renunciar al título de rey emérito y que continúa siendo capitán general, en la reserva, de los tres ejércitos. Y ha huido, diga Carmen Calvo lo que diga y lo vista como lo vista.
A pesar de la gravedad de lo ocurrido, hay mucha gente que todavía a día de hoy, como decía más arriba, cuando oye hablar del rey, el primero en quien piensa es en Juan Carlos. Felipe no acaba de conseguir acomodo completo en la mente del ciudadano medio, ya sea este monárquico o republicano. Le falta gancho, carisma, algo de lo que su padre, gran encantador de serpientes, hay que reconocer iba sobrado. El Emérito sabía, y sabe, administrar las relaciones en la distancia corta con gran habilidad. Quizás por eso ha tenido a tantos españoles, y no españoles, engañados durante tanto tiempo.
Su hijo, en cambio, más serio y parece que también más cabal, no termina de encontrar el tono. Sus discursos de Navidad, eso sí, han sido tan ñoños, anodinos e insustanciales como los de Juan Carlos I y cuando tuvo la oportunidad de significarse, tras los acontecimientos de Catalunya el 1 de Octubre del 17 se equivocó, y así como su antecesor salió reforzado del 23F, aquel controvertido y nunca bien aclarado episodio, Felipe VI en cambio tomó partido cuando se dirigió a la nación dos días después de la celebración del referéndum catalán: se olvidó de una parte de españoles a los que, a día de hoy, todavía representa como Jefe del Estado español, y ese error le perseguirá toda su vida.
No le ayuda mucho que el padre haya salido corriendo. La operación de maquillaje que están intentando fraguar de común acuerdo la Casa Real y Presidencia del Gobierno para rebajar el perfil de la escandalosa fuga de Juan Carlos no parece estar funcionando. Demasiado secretismo innecesario, demasiados paños calientes. Porque vamos a ver, además de poner pies en polvorosa, despedirse a la francesa, huir por la puerta de atrás con agostidad y alevosía... ¿es necesario mantener en secreto el lugar donde se esconde? ¿Por qué?
No es de recibo. No lo es primero por imperativo democrático y en segundo lugar porque, en palabras de Bernardino León, Secretario de Estado de Presidencia durante los tiempos de Rodríguez Zapatero, “no hay razones de peso que justifiquen la falta de transparencia”. El ridículo ya está hecho y el bochorno lo andamos digiriendo cada cual como podemos, no incrementemos la vergüenza manteniendo por más tiempo en secreto lo que no tiene sentido que lo sea.
Así que déjense ya de tonterías y dígannos de una vez donde está.
J.T.
Difundido en el diario Público
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