La libertad de información y de expresión, así como la ética informativa, han de tener en las televisiones públicas su reflejo más completo e incontestable. La televisión pública no puede formar parte de esa dinámica infernal, de esa inercia por desgracia tan frecuente en los últimos tiempos en nuestro país, que funciona de la siguiente manera:
1. Un periódico de papel publica algo que es mentira en primera página (en periódicos que ya nadie compra y que solo se leen, previamente seleccionadas y fotocopiadas las páginas que los gabinetes de prensa consideran de interés, en los despachos de los ministerios, grandes empresas e instituciones por el estilo).
2. Desde la madrugada esa portada se canta en las emisoras de radio y televisión, se elaboran noticias a partir de ella, se efectúan llamadas telefónicas para que alguien amplíe el asunto, se elaboran entrevistas… y hasta se puede llegar a promover encuestas.
3. Las tertulias de la mañana hacen girar sus temas principales de conversación en torno a ese titular, que adquiere dimensión trascendente por el hecho de existir, aunque sea una mentira rotunda. Por supuesto que no siempre esos titulares son mentira pero, aunque sean ciertos, en muchos casos se trata de pestiños infumables, sin interés alguno para las preocupaciones diarias del común de la ciudadanía.
4. Las redes sociales entran en juego, le dan aire al bulo y la mentira se reproduce por esporas.
5. Los redactores del periódico que ha soltado la mentira, y no solo ellos, convierten el bulo mañanero en preguntas, bien en las ruedas de prensa convocadas para la jornada o en cualquier canutazo a salto de mata. Obligan así a hablar sobre ello al compareciente, a quien más le vale mantener la compostura aunque lo que le planteen sea una monstruosidad, porque si se le ocurre perder mínimamente el control y soltar un exabrupto... ¡chollo!, será eso lo que se convertirá en noticia, los diarios digitales se harán eco de inmediato, las redes lo multiplicarán y al día siguiente los periódicos de papel rematarán la faena.
¡Alé, hop!, la bola de nieve está servida, la canallada ya funciona con entidad propia, y si deciden continuar con el raca-raca, los políticos acabarán usándolo para atacar o defenderse en los tiras y aflojas de las sesiones de control parlamentario. También puede utilizarse, como suele hacer García Egea, para referirte a ello venga o no a cuento, cada vez que te preguntan algo que no te interese contestar.
Y ojalá la cosa quedara ahí pero no suele ser así porque, como bien sabemos, a veces hay algún policía o guardia civil que elabora informes con esos recortes, un fiscal que echa leña al fuego, un juez que lo admite... y ya tenemos la mentira inicial elevada a la categoría de noticia con todas las de la ley, nunca mejor dicho.
En este juego no deben caer la televisiones públicas, por mucho que la competencia lo haga. No hacerlo es el único camino por el que puede convertirse en un servicio público decoroso y, en consecuencia, en una televisión decente.
Si se hace así, las únicas víctimas colaterales serían los tramposos, los vendidos, los miedosos, los correveidiles, los trepas y los que no tienen ningún interés en que el periodismo recupere su importancia social, su prestigio y el respeto que merece el oficio. Son unos cuantos, como ven, pero no todos, claro que no. Ni mucho menos.
No hacerse eco de infamias y potenciar el trabajo de tantos buenos profesionales como hay en la televisión pública podría ser un buen comienzo.
J.T.
Difundido en Público
1. Un periódico de papel publica algo que es mentira en primera página (en periódicos que ya nadie compra y que solo se leen, previamente seleccionadas y fotocopiadas las páginas que los gabinetes de prensa consideran de interés, en los despachos de los ministerios, grandes empresas e instituciones por el estilo).
2. Desde la madrugada esa portada se canta en las emisoras de radio y televisión, se elaboran noticias a partir de ella, se efectúan llamadas telefónicas para que alguien amplíe el asunto, se elaboran entrevistas… y hasta se puede llegar a promover encuestas.
3. Las tertulias de la mañana hacen girar sus temas principales de conversación en torno a ese titular, que adquiere dimensión trascendente por el hecho de existir, aunque sea una mentira rotunda. Por supuesto que no siempre esos titulares son mentira pero, aunque sean ciertos, en muchos casos se trata de pestiños infumables, sin interés alguno para las preocupaciones diarias del común de la ciudadanía.
4. Las redes sociales entran en juego, le dan aire al bulo y la mentira se reproduce por esporas.
5. Los redactores del periódico que ha soltado la mentira, y no solo ellos, convierten el bulo mañanero en preguntas, bien en las ruedas de prensa convocadas para la jornada o en cualquier canutazo a salto de mata. Obligan así a hablar sobre ello al compareciente, a quien más le vale mantener la compostura aunque lo que le planteen sea una monstruosidad, porque si se le ocurre perder mínimamente el control y soltar un exabrupto... ¡chollo!, será eso lo que se convertirá en noticia, los diarios digitales se harán eco de inmediato, las redes lo multiplicarán y al día siguiente los periódicos de papel rematarán la faena.
¡Alé, hop!, la bola de nieve está servida, la canallada ya funciona con entidad propia, y si deciden continuar con el raca-raca, los políticos acabarán usándolo para atacar o defenderse en los tiras y aflojas de las sesiones de control parlamentario. También puede utilizarse, como suele hacer García Egea, para referirte a ello venga o no a cuento, cada vez que te preguntan algo que no te interese contestar.
Y ojalá la cosa quedara ahí pero no suele ser así porque, como bien sabemos, a veces hay algún policía o guardia civil que elabora informes con esos recortes, un fiscal que echa leña al fuego, un juez que lo admite... y ya tenemos la mentira inicial elevada a la categoría de noticia con todas las de la ley, nunca mejor dicho.
En este juego no deben caer la televisiones públicas, por mucho que la competencia lo haga. No hacerlo es el único camino por el que puede convertirse en un servicio público decoroso y, en consecuencia, en una televisión decente.
Si se hace así, las únicas víctimas colaterales serían los tramposos, los vendidos, los miedosos, los correveidiles, los trepas y los que no tienen ningún interés en que el periodismo recupere su importancia social, su prestigio y el respeto que merece el oficio. Son unos cuantos, como ven, pero no todos, claro que no. Ni mucho menos.
No hacerse eco de infamias y potenciar el trabajo de tantos buenos profesionales como hay en la televisión pública podría ser un buen comienzo.
J.T.
Difundido en Público
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