Cuando leí el tuit de Gabriel Rufián llamando “cobarde” a Pablo Iglesias, lo primero que me vino a la cabeza fue Chiquito de la Calzada caminando a trompicones y gritando a continuación “pecador de la pradera”. Lo segundo fue una amarga sensación de sorpresa porque en la expresión no existía atisbo alguno de esa sutileza con la que el portavoz de ERC en el Congreso acostumbra a entretener a sus seguidores. Usaba el término cobarde sin que tampoco el insulto encajara muy bien en el contexto de lo que, al parecer, le había ofendido: la foto de una conversación distendida de Iglesias con el portavoz de Vox en el acto institucional del día de la Constitución, que el líder de Podemos había colgado en twitter junto a otra en la que aparecía charlando con Oriol Junqueras hace unos meses en la sala de plenos del Parlamento.
Yo no acababa de encontrarle a la frase todo su sentido, pero sabido es que Rufián gusta de expresiones cargadas de mala leche, unas más crípticas que otras. Aunque a Puigdemont no lo llamó cobarde directamente, aquello de las “155 monedas de plata” fue todo un bofetón que no contribuyó precisamente a templar los ánimos el 27 de octubre de 2017, una de las fechas más críticas para las relaciones entre Catalunya y el resto de España en los últimos tiempos.
Lo que el portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya en el Congreso ha hecho con Iglesias no ha sido un bofetón, sino una pataleta puede que de impotencia. En un partido donde siempre han contado con referentes de considerable nivel político e intelectual, Rufián es sencillamente un agitador. Con dotes para la puesta en escena y una reconocida capacidad para transmitir mensajes y brindar titulares, pero un agitador. Punto.
¿Cómo hay que interpretar este insulto realizado a través de las redes sociales justo en estos momentos de suspense político? Cuesta trabajo admitir que el gobierno de coalición pueda peligrar por un rabieta así, por mucho que su protagonista sea uno de los interlocutores en las conversaciones. Cabe deducir por tanto que, por mucho portavoz que sea, igual pinta menos de lo que creemos en la negociación. Entre otras cosas porque él sabe de sobra el respeto que Junqueras le tiene a Podemos y a su líder.
Queda el factor envidia. ¿Podría aventurarse que siendo como es Rufián la cabeza visible y actuando como actúa de intermediario, no pueda soportar percibir que en el fondo es ninguneado? Hay factores que permiten deducir que hace tiempo que intenta imitar a Iglesias; el caso más reciente es la puesta
en marcha en Barcelona de una programa de entrevistas televisivas llamado “La Fábrica” cuyo formato es idéntico a “Otra vuelta de Tuerka”. No tiene el portavoz de ERC buena relación con casi nadie de la dirección de Podemos hasta el punto que cuando estos mantienen algún tipo de conversación con Esquerra, él nunca está presente.
Tampoco soporta que en Podemos hayan dado a entender que echan de menos a Tardá en momentos como estos. Aún así, que utilice sin rodeos la palabra “cobarde” me ha rechinado mucho. Demasiado fuerte en los tiempos que vivimos. Suena a pérdida de papeles por parte de alguien cuya hostilidad con la formación morada ha ido aumentando desde que tuvieron lugar las sesiones de investidura del pasado verano.
Cuesta entender que el enfado de Rufián llegue al extremo de subirse al carro de quienes exigen a los políticos que olviden la cordialidad en los actos institucionales. ¿Qué hay que hacer pues? ¿actuar como si estuviéramos en guerra, encanallar más el ambiente? Siguiendo con twiter, recordaba Enric Juliana en una de sus entradas recientes cómo el 11 de junio de 1984, cuando murió en Italia Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista, el líder neofascista del Movimento Social Italiano se presentó en Roma, en la capilla ardiente, y se cuadró ante el féretro. Las hemerotecas que guardan los periódicos de los primeros años tras la muerte de Franco están llenas de fotos con Fraga y Carrillo dando conferencias juntos, o de Adolfo Suárez saludando cortésmente a La Pasionaria.
Seguro que sabe Rufián, aunque se le haya olvidado por un momento, que sin diálogo el Congreso es inútil. Y que los insultos nunca fueron un buen comienzo para construir nada. Si finalmente las conversaciones llegan a buen puerto y acabamos teniendo gobierno de coalición, confirmaremos lo que de momento es solo una sospecha: Rufián es mucho menos relevante de lo que se empeña en hacernos creer y por eso no sabe qué hacer para no dejar de salir en las fotos. Aunque el precio sea parecerse a Chiquito de la Calzada gritando “¡Cobarrrdeeee!”
J.T.
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