En el PSOE saben que, sin el PSC, todo lo hubieran tenido bastante más difícil desde hace tiempo. Hay elecciones generales que se ganaron gracias a los votos que sumaban los socialistas catalanes, pero aún así hay sectores en el partido que llevan toda la vida poniendo palos en las ruedas a cuanta bicicleta con acento catalán aparece por Ferraz.
Rodríguez Ibarra y Bono nunca se preocuparon de luchar contra el anticatalanismo de un porcentaje de sus electores extremeños o castellano manchegos, no se atrevieron a jugarse esos votos o, sencillamente, ni se lo plantearon. Ahora tenemos a Vara y a Page, que han hecho buenos a sus predecesores, o a Lambán en Aragón, miembro destacado del sector que mandó a Pedro Sánchez a los infiernos en octubre de 2016. O a Ximo Puig en Valencia y a Susana Díaz en Andalucía, cabecillas también de la expulsión de Sánchez y muñidores de la abstención socialista que hizo presidente a Rajoy ese mismo otoño.
Todos estaban en Ferraz también un año antes, el 28 de diciembre de 2015, cuando en un comité federal se le prohibió expresamente a Sánchez que abriera una ronda de contactos con Podemos si el partido de Pablo Iglesias no renunciaba a defender un referéndum en Catalunya. Y todos siguen ahí, cuatro años después, cuando a día de hoy ya hay firmado un acuerdo de gobierno de coalición con Podemos y se contempla la abstención de Esquerra, con su líder en la cárcel condenado por sedición, como única posibilidad de sumar los votos necesarios para que Sánchez sea investido presidente.
Hasta antes de ayer, y yo diría que hasta hoy mismo todavía, muchos socialistas de los aparatos provinciales y regionales del resto de España aplaudirían con las orejas un cambio de opinión de Arrimadas en el minuto 93 que llevara a la abstención a Ciudadanos e hiciera innecesario el concurso de Esquerra. Se morirían de gusto, por mucho que Calvo y Ábalos se hayan deshecho estos días en halagos y apoyos incondicionales hacia las tesis del Partit dels Socialistes de Catalunya.
Con todas estas premisas, ¿a quién le pueden extrañar las declaraciones públicas de las vacas sagradas que otrora llevaron las riendas del partido? Cuando escucho a Felipe y compañía predicar el apocalipsis si se conforma un gobierno de coalición UP-PSOE con el apoyo de ERC, no puedo evitar recordar a Securitas Direct sembrando el pánico en esos anuncios de radio impresentables donde te instan a colocar una alarma en casa ya, porque de lo contrario te la vas a encontrar vacía a las primeras de cambio, o hasta es posible que te la “okupen” si te ausentas de ella un par de días.
González, Guerra, Leguina, Ibarra y demás viejas glorias socialistas deben temer que la ciudadanía acabe conociendo cosas que ellos necesitan mantener en secreto. Solo así puede llegar a entenderse la obsesión por impedir como sea que Podemos acabe sentándose en la mesa del Consejo de Ministros. Más los escucho gritar, más higiénico e imprescindible me parece un gobierno de coalición cuanto antes.
El Congreso del PSC del pasado fin de semana ha dejado claro que dicha formación política tiene un importante papel que jugar en todo esto; las recientes elecciones generales arrojaron una curva ascendente que certifica que trabajan y van por buen camino. Los socialistas chillones, dinosaurios de antes y groseros de ahora como Page saben que el futuro del PSOE, y puede que la tranquilidad democrática en todo el país pasa por un respaldo inequívoco a Iceta y sus planteamientos, porque ha demostrado sobradamente saber lo que hay que hacer en Catalunya y, sobre todo, lo que no hay que hacer.
El PSC sabe, como lo sabe En Comú Podem, que el diálogo en Catalunya es posible, y que se trata de conseguir bajar el balón al suelo y disponerse a hablar de todo con tranquilidad. Sabe también que no es buen camino humillar a quienes se encuentran en inferioridad de condiciones tras fracasar en su apuesta por la independencia, así que se impone encontrar entre todos una salida digna, una solución airosa. ERC da la impresión de estar por la labor; en el PDeCAT, donde parece que volverán a cambiar de nombre, temen que unas elecciones en Catalunya les lleve a la oposición y el gobierno acabe conformado por ERC, PSC y En Comú Podem. Aunque se lo calle, una mayoría sabe que esa no sería una mala opción, bastante digerible además por una sociedad adulta y civilizada como la catalana. Solo hace falta que los partidos progresistas del resto del país, empezando por el propio PSOE lo entiendan, lo asuman, y nadie de entre sus filas continúe remando en contra por más tiempo.
J.T.
Rodríguez Ibarra y Bono nunca se preocuparon de luchar contra el anticatalanismo de un porcentaje de sus electores extremeños o castellano manchegos, no se atrevieron a jugarse esos votos o, sencillamente, ni se lo plantearon. Ahora tenemos a Vara y a Page, que han hecho buenos a sus predecesores, o a Lambán en Aragón, miembro destacado del sector que mandó a Pedro Sánchez a los infiernos en octubre de 2016. O a Ximo Puig en Valencia y a Susana Díaz en Andalucía, cabecillas también de la expulsión de Sánchez y muñidores de la abstención socialista que hizo presidente a Rajoy ese mismo otoño.
Todos estaban en Ferraz también un año antes, el 28 de diciembre de 2015, cuando en un comité federal se le prohibió expresamente a Sánchez que abriera una ronda de contactos con Podemos si el partido de Pablo Iglesias no renunciaba a defender un referéndum en Catalunya. Y todos siguen ahí, cuatro años después, cuando a día de hoy ya hay firmado un acuerdo de gobierno de coalición con Podemos y se contempla la abstención de Esquerra, con su líder en la cárcel condenado por sedición, como única posibilidad de sumar los votos necesarios para que Sánchez sea investido presidente.
Hasta antes de ayer, y yo diría que hasta hoy mismo todavía, muchos socialistas de los aparatos provinciales y regionales del resto de España aplaudirían con las orejas un cambio de opinión de Arrimadas en el minuto 93 que llevara a la abstención a Ciudadanos e hiciera innecesario el concurso de Esquerra. Se morirían de gusto, por mucho que Calvo y Ábalos se hayan deshecho estos días en halagos y apoyos incondicionales hacia las tesis del Partit dels Socialistes de Catalunya.
Con todas estas premisas, ¿a quién le pueden extrañar las declaraciones públicas de las vacas sagradas que otrora llevaron las riendas del partido? Cuando escucho a Felipe y compañía predicar el apocalipsis si se conforma un gobierno de coalición UP-PSOE con el apoyo de ERC, no puedo evitar recordar a Securitas Direct sembrando el pánico en esos anuncios de radio impresentables donde te instan a colocar una alarma en casa ya, porque de lo contrario te la vas a encontrar vacía a las primeras de cambio, o hasta es posible que te la “okupen” si te ausentas de ella un par de días.
González, Guerra, Leguina, Ibarra y demás viejas glorias socialistas deben temer que la ciudadanía acabe conociendo cosas que ellos necesitan mantener en secreto. Solo así puede llegar a entenderse la obsesión por impedir como sea que Podemos acabe sentándose en la mesa del Consejo de Ministros. Más los escucho gritar, más higiénico e imprescindible me parece un gobierno de coalición cuanto antes.
El Congreso del PSC del pasado fin de semana ha dejado claro que dicha formación política tiene un importante papel que jugar en todo esto; las recientes elecciones generales arrojaron una curva ascendente que certifica que trabajan y van por buen camino. Los socialistas chillones, dinosaurios de antes y groseros de ahora como Page saben que el futuro del PSOE, y puede que la tranquilidad democrática en todo el país pasa por un respaldo inequívoco a Iceta y sus planteamientos, porque ha demostrado sobradamente saber lo que hay que hacer en Catalunya y, sobre todo, lo que no hay que hacer.
El PSC sabe, como lo sabe En Comú Podem, que el diálogo en Catalunya es posible, y que se trata de conseguir bajar el balón al suelo y disponerse a hablar de todo con tranquilidad. Sabe también que no es buen camino humillar a quienes se encuentran en inferioridad de condiciones tras fracasar en su apuesta por la independencia, así que se impone encontrar entre todos una salida digna, una solución airosa. ERC da la impresión de estar por la labor; en el PDeCAT, donde parece que volverán a cambiar de nombre, temen que unas elecciones en Catalunya les lleve a la oposición y el gobierno acabe conformado por ERC, PSC y En Comú Podem. Aunque se lo calle, una mayoría sabe que esa no sería una mala opción, bastante digerible además por una sociedad adulta y civilizada como la catalana. Solo hace falta que los partidos progresistas del resto del país, empezando por el propio PSOE lo entiendan, lo asuman, y nadie de entre sus filas continúe remando en contra por más tiempo.
J.T.
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