Los franceses fueron los primeros que pusieron en cuestión las informaciones oficiales del gobierno japonés cuando éste intentó minimizar lo que sucedía en la central nuclear de Fukushima.
No se cortaron un pelo y este martes desde París le contaron al mundo que, a su juicio, la central nuclear japonesa se encontraba fuera de control tras el terremoto y el posterior tsunami ocurridos cinco días antes.
Quien más quien menos podía maliciarse que los políticos japoneses habían mentido, pero la contundencia del gobierno francés en sus análisis y los apremios a sus ciudadanos para que abandonaran Tokio cuanto antes obliga a deducir que, o bien disponía de información privilegiada o, sencillamente, el tonillo de las explicaciones le sonaba familiar.
Es decir, a los políticos franceses les sonaban falsos los mensajes de tranquilidad de las autoridades niponas porque reconocían perfectamente en ellos el mismo sonsonete que suelen usar los políticos de todo el mundo para echar balones fuera cuando tienen que salir a la palestra y explicar públicamente un marrón que no hay por donde cogerlo.
No conozco diatriba parlamentaria en la que los políticos no se llamen mentirosos los unos a los otros a las primeras de cambio. Lo hacen sin ningún pudor. Pero lo que más me ha llamado siempre la atención es que los vituperados se suelen mantener impasibles ante los insultos que reciben y se limitan a pagar con la misma moneda apenas tienen oportunidad.
Se conocen. Su oficio consiste en mentir y en hacerlo con la habilidad suficiente para que se note lo menos posible. Así que si llamas mentiroso a tu oponente tienes un alto grado de probabilidades de no equivocarte. Como él contigo.
Como les ocurre a los vendedores de cualquier otro producto, los políticos se avienen a las servidumbres de su oficio entre las que parecen encontrarse la de "vender motos" o la de salirse con habilidad por la tangente cada vez que les toca dar explicaciones públicas sobre un asunto espinoso.
Como, cuando aparecen cuestiones como la del accidente nuclear de Fukushima, los gobernantes no pueden escurrir el bulto, que ya les gustaría, lo primero que intentaron hacer en este caso fue quitarle importancia a lo sucedido por si caía la breva y la cosa no pasaba a mayores.
Al gobierno japonés, con el "no pasa nada", le ha salido esta vez el tiro por la culata. La mentira era demasiado gorda. Y los políticos franceses, que por un lado tienen en su país prácticamente el mismo número de centrales nucleares que Japón (y no quieren bromas) y por el otro saben detectar -como políticos que usan los mismos trucos del oficio- las trolas de sus colegas desde la primera sílaba, no dudaron en hacer saltar la liebre.
J.T.
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