No me gusta nada el Alfonso Guerra que vi en la tele el otro día. Me produjo vergüenza ajena oírlo gritar entres aspavientos “Con Bildu, noooo!”
Nunca me imaginé diciendo algo así, porque reconozco que hubo un tiempo en que me sentía representado por Guerra, me gustaba, como a buena parte de la gente de mi entorno, la sal y la mala leche que le ponía a sus intervenciones públicas, ya fueran en el Congreso, en un mitin o en una entrevista en televisión. Tenía gracia, el jodío, pero está claro que el tiempo no ha pasado en balde.
En los primeros años de oposición (1977-1982) y durante los ocho que fue vicepresidente del gobierno (1982-1991), sus intervenciones generaban expectativas porque siempre soltaba alguna ocurrencia con chispa, no defraudaba. Por eso ahora, cuando lo oigo pasados los años, no acabo de dar crédito a lo que escucho. ¿De verdad se trata de la misma persona?
He tenido que dejar pasar unos días para digerir bien su intervención del lunes pasado en Televisión Española en la que puso a parir al Gobierno de coalición por aceptar el apoyo de EH Bildu para la tramitación de los Presupuestos:
- “Hay muchos españoles y muchos socialistas –aseguró- con un nudo en la garganta, un grito que no sale, pero que están deseando gritarlo: '¡Con Bildu no, con Bildu no!'.
Con Bildu, no, qué, señor Guerra? ¿A qué viene eso? ¿No quedamos en que se trataba de convencerlos de que hicieran política y dejaran las armas? ¿Acaso no sabe, lo sabe de sobra, que EH Bildu es una coalición de cuatro formaciones políticas (Sortu, Eusko Alkartasuna, Aralar y Alternatiba) que tres de ellas nunca tuvieron nada que ver con el terrorismo y que en sus estatutos actuales, esta formación condena expresamente la violencia de ETA? ¿A qué viene pues, a estas alturas, esa sobreactuación?
¿Por qué no deja trabajar, hacer política tranquilos, como le pide Adriana Lastra, a los que están ahora al frente del PSOE? Decía Pepe Blanco la otra noche: “Quienes hemos tenido responsabilidad en el PSOE, probablemente tengamos perspectiva, pero lo que no tenemos es la varita de la verdad". Otro gallo nos cantaría si tanto viejo rockero del partido que no pierde ocasión de incordiar adoptara la misma actitud que quien fuera el número dos en tiempos de Rodríguez Zapatero.
¿Es la misma persona este Guerra que aquel Alfonso cañero que animaba todos los cotarros en los ochenta y, a las primeras de cambio, le soltaba cuatro frescas a la derecha que la dejaba temblando? ¿Cómo es posible que haya acabado pareciéndose a quienes tanto denostaba? ¿Cómo es posible que entre su mensaje y el de Felipe González, que siempre fueron diferentes, existan a estas alturas tantas similitudes?
¿A qué se debe? ¿Nostalgia, necesidad de reivindicarse, o miedo a que acaben descubriéndose asuntos inconfesables? ¿Qué pasó que no quieren que se sepa? Y si no pasó nada, ¿a qué viene tan virulenta agresividad frente a quienes se proponen mejorar las cosas y rematar una faena que en asuntos como las cloacas o la justicia quedaron sin resolver y mantienen inercias de los tiempos del franquismo?
Cuesta trabajo admitir que tanta unanimidad entre las viejas glorias sea inocente casualidad. La beligerancia de personajes como Bono o Ibarra y los múltiples altavoces mediáticos con los que cuentan es tediosa, pero también sospechosa ¿Por qué esa reticencia en dejar paso a los jóvenes? Primero martirizaron a Zapatero hasta la extenuación, le hicieron la cama todo lo que pudieron, tanto que en doce años como Secretario General no consiguió hacerse con las riendas del aparato, donde seguían y siguen estando muchos de lo que partían el bacalao en los tiempos de Guerra y compañía. En las primarias apoyaron a Susana Díaz tras el golpe de estado contra Sánchez y les salió el tiro por la culata. Pero ahí siguen, erre que erre, metiendo cizaña e influyendo en las agrupaciones provinciales, en los pueblos, en las diputaciones…
Dicho todo esto, no nos engañemos: Pedro Sánchez no es precisamente de izquierdas. A pesar de que la militancia lo respaldó para que acabara con los vestigios del pasado, se moría de ganas por pactar con Ciudadanos en el verano del 19. Solo lo impidió la soberbia de Albert Rivera, porque Sánchez estaba coladito por él y no dormía cuando pensaba que a lo mejor tenía que acabar entendiéndose con Pablo Iglesias.
Ahora, con un rotundo cambio de escenario, gobernando en coalición con Unidas Podemos, los viejos rockeros socialistas siguen de feria en feria poniendo el pan barato y rasgándose las vestiduras cada vez que Sánchez hace algo que a su entender significa manifestar debilidad ante sus socios en el Gobierno de coalición..
Aún así, en esa vieja guardia no hay nadie tonto, por lo que saben perfectamente que este país necesita un buen repaso para que no vuelva a conocerla ni la madre que la parió: repensar la territorialidad, aceptar la diversidad de las fuerzas parlamentarias representadas en el congreso, terminar muchas cosas que quedaron a medias en su día y que la derecha destrozó y dejó para el arrastre cuando le tocó gobernar, etc.
Saben también Guerra, Bono, Ibarra y compañía, y los susanistas andaluces de pro, que este es el momento, ahora o nunca. Porque el PP anda como zombie dando bandazos tras haber caído en manos de la ultraderecha. Están noqueados y este Gobierno de coalición, al que Pedro Sánchez recurrió porque no le quedaba otra, tiene en sus manos una oportunidad histórica para cambiar las cosas, una oportunidad que sería de juzgado de guardia dejar pasar.
Oír a Guerra clamar “¡Con Bildu, noooo!” produce vergüenza ajena y me lleva a pensar que los medios (empezando por la televisión pública, que manda narices) no saben ya a quien sacar en procesión con tal de erosionar las tareas del actual Gobierno. Menos mal que si por fin se aprueban los nuevos Presupuestos Generales del Estado, puede que empiece a sonar otra música.
J.T.
Publicado en "Confidencial Andaluz"
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